Ana María Ancona Teigell
“Demasiados niños tristes, atrapados en adultos que nunca aprendieron a llorar.”
Rafael Vidac
Los graves daños colaterales de los feminicidios, no sólo son las familias de las víctimas, sino los niños. Las víctimas invisibles de la violencia que cada día aumenta más y más. Los abuelos son los que tienen la gran responsabilidad de decir a sus pequeños nietos que su mamá ya no va a regresar. Porque son ellos a los que les preguntan una y otra vez: “¿A qué hora llega mamá de trabajar?” Y a pesar del dolor y la tragedia que han vivido, se encuentran sumergidos en un mundo lleno de preguntas sin respuestas que los niños no pueden asimilar y cuando pasan los meses, los años, la tristeza los invade porque saben que mamá, por alguna razón, ya nunca regresará.
Nadie vela por la orfandad de estos pequeños, que en la mayoría de los casos no tienen los recursos para vestido, comida, atención médica y salud, tanto física como emocional. Y esto es un problema de emergencia nacional y urgente. Porque la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, ordena garantizarles servicios jurídicos, médicos y psicológicos como víctimas indirectas. Pero en la práctica la respuesta es desigual y deficiente en los Estados. Los menores generalmente quedan al cuidado de los abuelos, que conllevan solos el duelo y la crianza de pequeños a una edad avanzada. Y muchas veces en un panorama de extrema pobreza.
Se quedan solos, con su muerta, sus niños, su dolor y no pasa nada. Cuando hay más de 23,000 menores que han perdido a su madre en todo Latinoamérica. La vulnerabilidad de los huérfanos de feminicidio es ocasionada por la impunidad y la violencia constante, que no para y crece día con día como una bola de nieve que llegará a ser tan grande que acabará sepultándolos a todos en el olvido. Hablamos de una incapacidad del Estado para protegerlos, si tomamos en cuenta que hay en nuestro país más de 40,000 desaparecidos y 250,000 asesinatos en las últimas décadas.
Son miles de niños a los que les han robado el futuro, sin previo aviso y de un momento a otro, les destruyeron su vida. Los han dejado solos, siguen matando a sus madres y siguen creciendo generaciones desamparadas.
Los niños cargan con la muerte violenta de sus madres y también con el pesar de un crimen no resuelto, como pasa en la mayoría de los feminicidios. Nadie se pregunta cómo una abuela, que ya tiene sus años y acaba de sufrir la pérdida de una hija asesinada, va a tener fuerzas para andar caminando por las audiencias civiles y penales.
Estas víctimas del silencio, lloran, se aíslan, se callan y tienen graves secuelas psicológicas y emocionales, porque quedarse sin madre en los primeros años de vida por causas de una muerte tan terrible, como es el feminicidio, puede desencadenar un daño muchas veces irreparable en los menores, si no se toman acciones rápidas para brindarles una atención integral.
La depresión es uno de los síntomas principales en los niños, pero también pueden presentar lo opuesto, que es la rebeldía. El pequeño se vuelve indisciplinado y muchas veces esto los convierte en niños violentos. Les crea una gran inestabilidad emocional, ya que no sólo pierden a la madre, sino también al padre que la mató y que acaba en la cárcel, huyendo o se suicida. Experimentan emociones de odio, rencor, dolor, ira, baja autoestima e impotencia. Esas emociones regirán sus conductas y se convertirán en seres humanos inmisericordes, malvados y depravados.
Por eso es tan importante que los gobiernos tomen como prioridad a los huérfanos de feminicidios, y crear programas no sólo con psicólogos y terapeutas, para enseñarlos a manejar el proceso vivido, de tal manera que la experiencia no se transforme en un futuro negativo, sino también proporcionarles educación, atención médica, alimentos, techo y ropa.
La infancia es una etapa maravillosa. No hay pasado, no hay futuro, sólo existe el presente que se mira y se vive con inocencia, sueños, juegos e ilusiones. Todos tenemos que velar para que nuestros niños dejen de sufrir y llorar. Ellos se merecen una niñez llena de amor y protección. Darles la esperanza de un futuro mejor y hacerlos hombres y mujeres de bien a pesar de los horrores vividos.