Fernando Worbis Alonzo
La historia de Trapos
Para José Antonio y Leslie, una pareja ejemplar.
Hace unos días, mientras meditaba profundamente acerca de los impactos de las redes sociales sobre la naturaleza humana, un pitido me avisó que en el buzón de mi móvil había un mensaje fresco esperando que me desocupara para prestarle atención, por lo que, suspendiendo el juicio hasta recabar mayores datos, o acopiar información que fuera realmente concluyente, llevando a cabo el procedimiento adecuado, en lo que constituye ya casi un arco reflejo, pude ver en mi pantalla el contenido.
Se trataba de un viejo amigo mío que me puso al tanto de una pequeña historia que contextualizaba recordándome que, acompañado de su esposa, acostumbra llevar de paseo al parque a su perro bóxer llamado Tobías, dos veces por día, por la mañana y por la tarde.
El caso es que hacía como tres meses se encontraron ahí con una perrita malix presumiblemente abandonada, pues no tenía amo a la vista y supusieron que la habían dejado con toda intención, pues tenía un collar y un paliacate, a la que, toda vez que no sabían su antiguo nombre, le pusieron Trapos, en referencia a su apariencia.
Al principio, se mostró miedosa y temerosa y no permitía que se le acercaran. No obstante, le comenzaron a llevar alimento para mascotas y agua, y no tardó en hacerse amiga de los tres.
Y así la pasaban bien hasta que cobraron conciencia de que corría el peligro de ser levantada en alguna de las redadas a cargo de la Perrera Municipal, que hasta hoy existen, para que posteriormente fuera “dormida”, por decirlo de una manera eufemística.
A partir de ese momento, su esposa se dio a la tarea de buscarle un hogar, para darle la oportunidad de garantizar su supervivencia y de superar su situación de calle.
Entre tanto, la desparasitaron, le pusieron la antirrábica y decidieron esterilizarla.
Con todas estas “ventajas” se redobló el esfuerzo por encontrar a alguien que quisiera adoptarla para que al final una familia del Fraccionamiento Pensiones aceptara recibirla.
El día acordado para la adopción fue el sábado 19 de octubre.
Muy temprano fueron a recogerla al parque y la llevaron a la clínica veterinaria para esterilizarla;
después, como a las 5 de la tarde, con su carpeta, cobertor, collar, correa y bolsa de medicamentos, la entregaron a lo que sería su nuevo hogar. Aparentemente no hubo mayor problema.
Su esposa, cuando la entregó a sus nuevos dueños sólo les pidió que le dieran mucho cariño.
El domingo 20 no les hablaron a los adoptantes para no fastidiarlos, pero el lunes cuando marcaron para saber cómo le iba a Trapitos, muy tranquilamente le responden que se les había escapado, lo que los entristeció y les dio mucho coraje. Su esposa, se sentó a llorarlo.
No sé decir, con toda certeza si sufre más un perro sin dueño o un dueño sin perro, pero sobrellevando el sentimiento, comenzaron una implacable búsqueda en las redes sociales.
Hubo muchos mensajes sobre perritos extraviados, pero no se trataba de ella.
Al tercer día (23) subieron la foto de una perrita deambulando por la Inalámbrica y la reconocieron, era ella: Trapos.
Así supieron que se había refugiado en la Facultad de Química y unas alumnas la tenían resguardada.
La fueron a recoger y la llevaron a su casa.
Sobre qué fue lo que sucedió y las peripecias por las que pasó Trapos durante los tres días de escape, así como sobre el trayecto que siguió entre Pensiones y la Facultad de Química, no se sabe nada.
Sólo podemos alegrarnos del final feliz de esta triste historia, que demuestra que la bondad puede abrirse paso ante la indiferencia, lo que no resulta para nada desdeñable.