Miguel Angel Aranda Aranda
Hace 40 años, un lunes 19 de noviembre de 1979, en el tramo carretero entre Suma de Hidalgo y Cansahcab, sucedió una tragedia que conmocionó a todo el Estado y enlutó a varias poblaciones de la región Noreste de Yucatán.
Ese día, previo al feriado del 20 de noviembre, Aniversario de la Revolución Mexicana, un autobús de la ruta Mérida - Espita, a causa del exceso de velocidad con el que transitaba, una llanta que estalló, y el sobrecupo que llevaba, se salió de la carretera y, dando tumbos fuera de la cinta asfáltica, cayó en una hondonada ubicada como a 4 kilómetros antes de llegar a Cansahcab, con un saldo de 11 personas fallecidas y 45 heridos, 16 de ellos graves.
Este autobús, de la Unión de Camioneros de Yucatán, con placas U-1182, número 7, salió de la Terminal de Autobuses de Mérida a las 16:15 horas; según ocupantes del mismo, con 70 pasajeros, y en la esquina del mercado Lucas de Gálvez otras personas lo abordaron. Sin novedad salió de la capital del Estado, pero aproximadamente a las 17:50 horas, la llanta delantera derecha estalló, cuando iba a una velocidad (según pasajeros que iban a bordo) de más de 100 kilómetros por hora.
El pasajero Lorenzo Arce, oriundo de Buctzotz y lesionado en este siniestro, declaró que minutos antes de la tragedia, al detenerse en Suma de Hidalgo para bajar y subir pasaje, le advirtió al conductor, Marcelo Gamboa Casanova, que “olía a hule quemado”, pero el chofer hizo caso omiso a ese comentario, continuando su ruta sin siquiera haber revisado el autobús.
Un servidor, quien vivía a un costado de la clínica del Seguro Social de Cansahcab, recuerda que el primer herido en llegar a ese hospital fue un niño de unos 7 u 8 años a bordo de un vehículo particular, cuyo conductor llegó frenando bruscamente a las puertas del mismo.
A mi me pareció que ese niño estaba muerto. No obstante, la mujer que lo llevaba en brazos entró corriendo pidiendo ayuda médica, y el conductor entró apresurado a la tienda de mi padre, Miguel Angel Aranda Sauri, preguntando si allí estaba la central telefónica. Mi padre le explicó que estaba en la tienda de enfrente, y dando las gracias, salió corriendo hacia ella.
En su prisa dejó las llaves de su coche en el mostrador de la tienda, pero a los pocos minutos regresó por ellas. Mi padre se las devolvió y le pregunto qué había pasado, el señor le dijo con aspecto muy sombrío: “Ay señor, ha ocurrido un accidente terrible, yo conté rápidamente 6 personas muertas”.
Eso dijo cuando una camioneta particular (no supe de quién), dio la vuelta en la esquina para entrar por la zona de ambulancias, y pudimos oír gritos y gemidos de dolor de las personas que estaban en la parte de carga de dicho vehículo, entrando al hospital con rapidez. Y luego otro coche, y otro, y otro, y así, que parecía interminable la cantidad de coches, camionetas y hasta un camión de carga que transportaba henequén, ahora venia cargado de varios heridos, deteniéndose a las puertas de la clínica del Seguro Social, enfrente de casa de don Mario Sánchez.
A mi me pareció una escena salida de la Guerra de Vietnam, con personas dando desgarradores gritos de dolor o preguntando en voz alta dónde estaba su hijo o esposa, y niños llorando por sus padres, a quienes no veían. La confusión era enorme en esos primeros minutos del anochecer.
El director de la clínica del Seguro Social de Cansahcab, el Dr. Carlos Cuevas Chan, se presentó de inmediato y mandó avisar por medio de las personas que estaban a las puertas del nosocomio (ya habían muchos curiosos), que avisen a los doctores y enfermeras que vivían en Cansahcab, para que se presenten de inmediato, pues había ocurrido una contingencia enorme.
Muchos de los curiosos, en bicicletas, salieron a dar el aviso. Luego, el personal de lMSS fue apoyado por los directores y personal de las clínicas de Izamal, Motul, Temax y Suma de Hidalgo.
Los doctores José María Adame y Miguel Angel Hernández y, junto con el Dr. Cuevas, dirigían a un equipo de 25 doctores y cerca de 40 enfermeras, quienes de manera ejemplar se apersonaron fuera de horas de trabajo para, diligentemente, atender a los heridos que colmaron el área de urgencias, las camas del hospital y hasta la sala de espera, que estaba completamente llena.
Estos últimos estaban en el suelo, pues no habían camas ni colchonetas para todos. En eso se presentó el Alcalde de Cansahcab, el señor Santiago Méndez Osorio (padre de nuestro amigo, Dr. Fred Javier Méndez Vega y hermano de nuestro igual estimado amigo, el Profr. Raúl Méndez Osorio), a quien le entregó varios sacos de pitas de sosquil nuevas, cubiertas con una tela, para que los heridos no estén acostados directamente en el suelo.
Al mismo tiempo, don Santiago ya coordinaba las operaciones de rescate y traslado de los heridos, auxiliados por el Comandante de Policía, sus colaboradores del H. Ayuntamiento, y voluntarios, quienes dieron sus coches y camionetas para auxiliar, pues las ambulancias no se daban abasto para este fin.
Esta sala de espera, repito, parecía salida de una escena digna de una guerra, con decenas de heridos tendidos en el piso, entre charcos de sangre algunos, pidiendo ayuda, y con los doctores y enfermeras yendo y viniendo entre ellos, dando asistencia medica, y mientras llegaban los demás médicos y enfermeras de refuerzo; estos venían caminando a paso apurado, mientras se ponían sus zapatos o revisaban con las manos si tenían su estetoscopio o su uniforme correcto. Todos terminaron con las vestimentas manchadas con sangre en la mayor parte.
A los 25 minutos de llegar el primer herido salió la primera ambulancia, con sirena encendida y a toda prisa, llevando a algún herido grave a Mérida o Motul, y llegaban ambulancias de localidades vecinas. Parecía que nomás llegaban y salían de inmediato, llevando a heridos que requerían atención especializada.
La central de teléfonos de don Vicente Chí quedó abarrotada de personas que no tuvieron lesiones graves y que estaban llamando a sus familiares para que los vayan a buscar a Cansahcab y los lleven a sus comunidades, muchos de ellos con vendajes y huellas de moretones en el cuerpo.
Y seguían llegando mas heridos. Vi a don Antonio Méndez Ayala, “El Tío Toño”, en su camioneta “Peregrina”, llegar con una buena cantidad de personas heridas, ayudando a bajarse con el apoyo de los camilleros del Seguro Social y voluntarios, a los lastimados. Y otras personas desconocidas, quienes gentilmente traían a las demás personas lesionadas en sus coches y camionetas.
El ir y venir de ambulancias, con sirenas y torretas encendidas, de patrullas de la entonces Dirección General de Seguridad Pública y Tránsito del Estado, (La DGSPTE, antecesora de la actual SSP) y unidades de Bomberos de la Dirección de Siniestros y Rescate, duro toda la noche, así como la llegada de familiares y amigos tanto de heridos como de personas fallecidas. Nos hicieron ir a dormir, ya de madrugada, con un gran pesar.
A la mañana siguiente, apenas mi padre abrió la tienda a las 6 de la mañana, como todos los días, en la calle lateral, la calle 25 hacia el Oriente, lo primero que vimos era una fila de 11 carrozas de funerarias de Mérida. Los conductores de dichos vehículos entraron a la tienda de mi papá y pidieron pan blanco, mortadela, queso, refrescos, etc., (iban a desayunar), y mi papá les preguntó qué iban a hacer. Uno de los conductores respondió por los demás: “A todos los difuntos los vamos a llevar a Mérida”.
Al poco rato oímos una fuerte discusión en la sala de espera del Seguro Social. Ya no había heridos, sólo las pitas con tela blanca manchadas con sangre, que ya iban retirando los intendentes del Seguro. Las enfermeras que quedaban descansaban en las sillas de esa parte cercana. Y en el fondo, don Santiago Méndez, el Alcalde de Cansahcab, junto con los Alcaldes de los municipios de las personas fallecidas, discutían con los agentes del Ministerio Público y de la Policía Judicial.
Don Santiago estaba muy enojado, y les dijo en voz alta a los agentes: “¡Nada! ¡No te los vas a llevar a Mérida! ¡Cuando salgan de Cansahcab, será hacia sus pueblos para enterrarlos!”.
Unos pasos atrás estaban el Dr. Carlos Cuevas Chan, director de la clínica del IMSS de Cansahcab, y hasta el padre Graciliano Rodríguez Gómez “El padre Chanito”, quien estuvo reconfortando espiritualmente a los parientes de las personas fallecidas toda la noche y madrugada, hasta el amanecer.
Los agentes hablaban con voz alta, diciendo que eran órdenes llegadas desde Mérida. Don Santiago les gritó: ¡Voy a hablar con el Gobernador, así que no muevan a nadie!