Ariel Juárez García
“Según el Antiguo Testamento, el alma no se refiere a una parte del hombre, sino al hombre completo... al hombre como ser viviente”.
New Catholic Encyclopedia
Amigos y parientes desfilan silenciosos ante el ataúd abierto para contemplar el cadáver de un joven de 17 años. Sus compañeros de colegio casi no lo reconocen. La quimioterapia le causó la caída del pelo y el cáncer le ocasionó una gran pérdida de peso. Se preguntan: ¿Es este realmente mi amigo? Hace apenas unas semanas rebosaba de ideas, de preguntas, de energía, de vida.
Su madre repite una y otra vez llorando: “Juanito es más feliz ahora. Dios quería que estuviera con él en el cielo”. Esta acongojada madre halla un poco de esperanza y consuelo en la idea de que su hijo de algún modo sigue viviendo. Muchos padres, como esta mujer, al principio se consuelan con la idea de que Dios se “llevó” el alma inmortal de su hijo al cielo para estar con él.
En sucesos semejantes, muchos se han preguntado: “Qué clase de Dios provocaría una enfermedad pavorosa a un niño inocente y arrebataría a los desconsolados padres la vida de su querido hijo, simplemente para llevárselo al cielo antes del tiempo debido. ¿Dónde están la justicia, el amor y la misericordia de un Dios así?... Este tipo de sucesos no refleja la sabiduría de tal Dios. Para empezar, ¿por qué pondría un Dios sabio a todas estas almas en la Tierra si de todos modos iban a terminar en el cielo? ¿No significaría ello que la creación de la Tierra fue en realidad un esfuerzo enorme e inútil de parte de nuestro Creador?”
En las Sagradas Escrituras (La Biblia), se puede consultar acerca de los cristianos del siglo I que fueron testigos de la muerte de Lázaro, el amigo de Jesús. En caso de haber tenido un alma inmortal que se hubiera escabullido, libre y feliz, en el momento de la muerte, ¿acaso no se narraría algo muy distinto en el capítulo 11 del Evangelio de Juan? Si Lázaro hubiera estado vivo, con buena salud y consciente en el cielo, Jesús seguramente se lo hubiera revelado a sus seguidores. Por el contrario: haciéndose eco de las Escrituras Hebreas, les dijo que Lázaro estaba dormido, inconsciente (versículo 11). Si su amigo hubiera estado disfrutando de una maravillosa nueva existencia, después de morir, sin duda Jesús se habría alegrado; no obstante, la gente que estaba presente en el funeral bien que se dio cuenta que Jesús estaba llorando en público por la muerte de su amigo Lázaro (versículo 35).
Suponiendo que el alma de Lázaro hubiese estado en el cielo gozando de feliz inmortalidad, Jesús ciertamente no hubiera sido tan cruel como para hacerlo regresar a la vida y éste siguiera vivo unos cuantos años más, atrapado en la “cárcel” de un cuerpo físico imperfecto y rodeado de una raza humana enferma y moribunda.
Al resucitar (volver a la vida), Lázaro no comentó nada sobre ninguna experiencia que hubiera tenido mientras estuvo muerto. ¡Imagínese! Guardó silencio con respecto a la cuestión que más interesa a la curiosidad del hombre, a saber, cómo es la muerte y qué se siente estar así. Su silencio sólo tiene una explicación: no había nada que contar, pues los muertos están dormidos, sumidos en la inconsciencia.
En el llamado Antiguo Testamento la palabra hebrea né·fesch, que por lo general se traduce “alma”, aparece 754 veces. En el llamado Nuevo Testamento la palabra griega psy·kjé, que también se traduce comúnmente “alma”, aparece 102 veces. Al examinar cómo se usan estas palabras en la Biblia, surge un cuadro sorprendente.
En el libro bíblico de Génesis capítulo 2 versículo 7 se señala que Dios sopló en las narices de Adán el aliento de vida, y Adán “vino a ser alma viviente [né·fesch, en el lenguaje hebreo]”. Note lo siguiente: A Adán no se le dio un alma viviente; él llegó a ser alma viviente. En otras palabras, ¡el recién creado Adán era un alma! Con razón la New Catholic Encyclopedia llega a esta conclusión:
“Según el Antiguo Testamento, el alma no se refiere a una parte del hombre, sino al hombre completo... al hombre como ser viviente”.
Si busca en su propia Biblia los siguientes pasajes, en cada uno de los cuales aparece la palabra hebrea né·fesch, verá claramente que el alma puede exponerse al peligro e incluso ser secuestrada (Deuteronomio 24:7; Jueces 9:17; 1 Samuel 19:11); tocar objetos (Job 6:7); ser aprisionada con hierros (Salmo 105:18); anhelar alimento, afligirse con ayuno y desfallecer de hambre y sed; padecer una enfermedad extenuante o desvelarse a causa de una pena. (Deuteronomio 12:20; Salmo 35:13; 69:10; 106:15; 107:9; 119:28.) En otras palabras: dado que el alma es uno mismo, nuestro propio yo, puede experimentar todo lo que es característico del ser humano.
¿Quiere decir esto que el alma puede morir? Sí. Lejos de ser inmortal, las Escrituras Hebreas mencionan que el alma humana puede ser “cortada”, o ejecutada, por su maldad; herida mortalmente; asesinada; destruida y despedazada. (Éxodo 31:14; Deuteronomio 19:6; 22:26; Salmo 7:2.) “El alma que peca... ella misma morirá”, afirma el libro del profeta Ezequiel en el capítulo18 versículo 4. Es obvio que el destino común de todas las almas humanas es la muerte, porque todos pecan. (Salmo 51:5.)
Al primer hombre, Adán, se le informó que la pena por el pecado sería la muerte, no la transferencia al reino de los espíritus ni la inmortalidad. (Génesis 2:17.) Y cuando pecó, la sentencia fue: “Porque polvo eres y a polvo volverás”. (Génesis 3:19.) Cuando Adán y Eva murieron, sencillamente se convirtieron en lo que la Biblia a menudo llama ‘almas muertas’ o ‘almas difuntas’. (Números 5:2; 6:6.)
No es extraño que The Encyclopedia Americana comente sobre el alma en las Escrituras Hebreas lo siguiente: “La concepción del hombre en el Antiguo Testamento es la de una unidad, no la unión de alma y cuerpo”. Y añade: “Nefesh [...] no se concibe nunca como una entidad que funcione separada del cuerpo”.
Miguel de Unamuno, escritor y erudito español del siglo XX, enfatizó: “Creer en la inmortalidad del alma es querer que el alma sea inmortal, pero quererlo con tanta fuerza que esta querencia, atropellando a la razón, pasa sobre ella”, y añadió: “La inmortalidad del alma [...] es un dogma filosófico pagano”. El mismo escritor, después de citar a Jesucristo señaló: “Creía acaso en la resurrección de la carne, a la manera judaica, no en la inmortalidad del alma, a la manera platónica [griega]”.
Por lo tanto, en la Biblia “alma” no se refiere a ninguna sombra espiritual que abandone al cuerpo después de la muerte. “Alma” significa una persona o un animal, o la vida de que disfruta la persona o el animal.