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Pilar Faller Menéndez

Cuando niña, era muy común acompañar a mi mamá al mercado de Santa Ana, en donde conocíamos el nombre de las personas que nos atendían: el del carnicero que vendía carne roja, el que vendía pollos, la señora que vendía frutas y verduras, la que tenía su estanquillo de billetes de lotería… eran otros tiempos, la modernidad no había aparecido y no existían supermercados, aunque sí algo que se asemejaba a ellos: siempre en el rumbo de Santa Ana, sobre la calle 60 estaba “Súper Rosales”, y también conocíamos a las personas que nos atendían. En la misma cuadra, estaba la panadería “La Perlita”, no había necesidad de salir del rumbo para completar la compra de víveres, ya que todo se encontraba cerca. Todo este ritual de ir al mercado era a un ritmo ameno, en el que uno tenía tiempo para intercambiar algunas palabras con los vendedores, y conocer un poco de sus vidas.

Los tiempos han cambiado, la prisa, tal vez, nos impide ponerle un nombre a las personas que nos atienden, todos tienen prisa, simplemente pasan los artículos por un detector de código de barras, te cobran y te vas, porque el cliente que sigue en la fila está esperando y hay que atenderlo, y lo mismo ocurre cuando acudimos a las tiendas de conveniencia por algo urgente, y queremos salir pronto del lugar porque tenemos prisa.

¿Por qué vivimos con prisa? ¿A dónde estamos yendo como caballos desbocados pichicateando los minutos y hasta los segundos en nuestra loca carrera? Deberíamos tomar un respiro y pensar que el mundo no se está terminando, que nuestras vidas tampoco, y que pudiéramos desacelerarnos aunque sea un poco nuestro día a día, ya que para quienes no lo saben, la prisa no es un valor añadido. Así que el estar comentando todo el tiempo que tenemos prisa, no nos hace más importantes, ni más profesionales.

¿Cuántas veces no nos ha pasado que nos encontramos a algún amigo que nos saluda a la vez que está hablando en su celular, nos presta poca atención?, pero al terminar su llamada, nos da un gran abrazo y nos dice el gusto que le ha dado vernos… y así, se va corriendo y ni siquiera nos hace la pregunta obligada de cómo estamos, y sale disparado porque… tiene prisa.

Existe un mañana, pero muchos parecen no creerlo, piensan que la prisa es un sinónimo de prestigio, que el estar ocupado siempre nos hace ver como personas importantes, sin tomar en cuenta que también pudiera causar una percepción de ser una persona desordenada que no tiene la capacidad de administrar su tiempo.

Llevar un estilo de vida apresurado, probablemente sea porque haya gente que no sabe qué hacer con su tiempo libre, (si es que lo tiene) y el estar desocupados los hace sentir mal porque piensan que es un tiempo que están perdiendo, y arrancan de nuevo y continúan con esa carrera que no los lleva a ningún lugar.

Si redujéramos nuestro ritmo, existe una garantía de que el mundo no se nos va a caer encima, ni sucederá una catástrofe. Es válido tener algún tiempo de ocio, el tiempo debe saborearse, incluso cuando estamos trabajando, y si ponemos más atención a lo que estamos haciendo, incluso podríamos ofrecer mejores resultados.

Hay muchos que envidian a esas personas que llevan su vida con calma, que además de trabajar se toman un tiempo para disfrutar, y seguramente nos haremos la pregunta de cuál será el secreto para poder vivir así. Una respuesta que no encierra ningún esfuerzo complicado es el empezar a priorizar las cosas que hacemos.

¿Cuáles son las cosas realmente importantes? La pregunta seguramente será un abanico de respuestas ya que cada quien tiene su escala de valores, lo que importa, es establecer qué cosas son relevantes para cada uno. Al poner un límite en nuestros horarios centramos la atención en lo que estamos haciendo y si respetamos nuestros límites, podremos tener tiempo para nuestras prioridades. ¿Seremos capaces de realizar este ejercicio?

¿Alguien podría llegar a su casa y atreverse a dejar su celular en la entrada? ¿Sería mucho pedir que durante una comida pudieran hacerse a un lado esos aparatos, para concentrarnos en las personas que estamos departiendo? Sería todo un reto, que muchos no podrían hacer, pero valdría la pena intentarlo. Dejar de vivir esta “vida loca” podría ocasionar un cambio de 180 grados, que nos permitirá repartir nuestro tiempo equitativamente entre las obligaciones y el ocio.

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