Yucatán

Morimos para ir a la Casa del Padre

La muerte es un paso de este mundo a la Casa del Padre, es por eso que la vida que el Señor nos ofrece verdaderamente vale la pena, dijo ayer el Obispo Auxiliar, Pedro Mena Díaz, en la misa de los Fieles Difuntos que ofició en el Cementerio General, auxiliado por el párroco del barrio de San Sebastián, Lorenzo Mex Jiménez.

–Hermanos, como decía al inicio de nuestra celebración, hoy estamos aquí este 2 de noviembre conmemorando a nuestros fieles difuntos; llenos de fe nos hemos reunido para elevar nuestras oraciones por nuestros familiares, amigos, conocidos, que han pasado de este mundo a la Casa del Padre.

Lo hacemos llenos de fe porque confiamos en Cristo que ha vencido a la muerte y al pecado y ha resucitado; estamos reunidos en este camposanto para elevar nuestras oraciones y el santo sacrificio de la misa por nuestros hermanos difuntos.

Vamos ofreciendo el tesoro más grande que nos ha dejado Jesucristo, que es la eucaristía; ofrecemos la eucaristía por el alma de nuestros fieles difuntos y cuando nosotros vamos profundizando en la eucaristía, entendemos que es el misterio de la entrega de Jesús por nosotros para que tengamos vida y vida eterna; así nosotros recordamos, por ejemplo, cuando se consagran las especies del pan y del vino, que es el cuerpo y la sangre de Cristo que se entrega por nosotros en la cruz para borrar nuestros pecados.

Momento difícil

Con ello, quitó el candado que nos impedía alcanzar la vida eterna y cada vez que celebramos la eucaristía celebramos ese triunfo de Jesucristo. Eso nos mueve a nosotros a vivir nuestra vida con la esperanza de la vida eterna, que es parte en lo que nosotros tenemos que seguir reflexionando: que el Señor quiere darnos a todos la vida eterna.

Cuando nosotros nos despedimos de un familiar muy cercano ya sea el padre, la madre o los hijos, vivimos un momento difícil, duro, porque nuestra sensibilidad que Dios nos ha dado, nos mueven a las lágrimas del dolor, a muchas preguntas que vienen en nuestro alrededor de nuestra cabeza y contemplamos a Cristo, porque él también murió, pero que resucitó. Eso nos va ayudando a nosotros a que la muerte es un paso de este mundo a la Casa del Padre.

En nuestras parroquias se suelen pedir por nuestros hermanos difuntos porque se cumplió un año, dos años, diez años… vamos pidiendo por ellos, nos acordamos siempre por ellos y vamos viendo que se ofrezca la eucaristía y ofrecemos nuestras oraciones por ellos, para que un día verdaderamente alcancen esa vida plena, que vamos dejando todo en las manos del Señor.

La palabra del Señor que hemos escuchado, nos va recordando que en el salmo y la canción más popular que dice: “Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del señor”, nos ayuda a pensar que verdaderamente hay que dar ese paso, de este mundo a la casa del Padre, con la esperanza de llegar a Dios cara a cara.

El mismo Jesucristo pasó momentos del ofrecimiento de su vida y la Virgen María que lo acompañaba también lo sufrió, pero el Señor nos ha dicho en el evangelio que el grano de trigo que muere queda fecundo, por eso la muerte de Cristo es fecunda.

Ayer celebrábamos la multitud de los santos que ya están en la vida eterna, los que han sido canonizados, y muchos de ellos fueron algún familiar que pasó la vida haciendo el bien y fue generoso y en el que casi nadie se fijaba, pero Dios sí, y lo llevó a la vida eterna.

Normalmente cuando se fija la fecha de un santo canonizado, es el día de su nacimiento a la vida eterna, la mayoría de los santos son canonizados en la fecha o día de su muerte, porque nacieron a la vida eterna.

Panteón Florido

Por otra parte, en el Panteón Florido, el Vicario General de la Arquidiócesis de Yucatán, José Candelario Jiménez Jiménez, ofició una misa por la mañana en la que destacó que ayer fue un día especial para todos los que tenemos la experiencia de algún familiar nuestro o conocido que ha sido llamado por el Señor, se nos ha adelantado en la fe.

–Sabemos que la vida aquí es pasajera y creemos que hay una vida eterna a la que todos estamos llamados y pedimos al señor para que todos los que fallecieron sean llamados a la casa del Señor y que algún día nos podamos encontrar con ellos allá.

También es un momento especial que da consuelo a quienes ha perdido a sus familiares y que Cristo toque la vida de los que sienten el dolor y la ausencia de un ser querido y para recordar que la gracia de Jesucristo muerto y resucitado los lleve a encontrarse en la paz eterna en la Casa del Padre Dios.

(Víctor Lara Martínez)