Ana María Ancona Teigell
“Mi Dios, vida de mi vida.
Todo mío.
Que Tus pasos sigan los míos
y mientras piso esta Tierra,
que mis pensamientos
estén en el cielo contigo”
Ana María Ancona T.
Este 4 de noviembre nuestro “Gigante Espiritual” se fue al cielo. Nuestro incansable guerrero ganó su última batalla, porque resucitó a la vida eterna y ante tanto dolor y sufrimiento, eso nos consuela.
Gerardo Abraham Goff desde los 20 años ya había sido escogido por Dios para ser un ejemplo de fe, amor y aceptación para su familia y todos nosotros. Su Madre Celestial, a la que amaba, adoraba y veneraba, fue su fiel compañera que caminó junto a él los senderos de la vida, para que no se perdiera. Nunca se separó de su hijo amado, lo fue guiando y preparando para llevarlo algún día ante la presencia de su Creador. Ese día llegó, el 4 de este noviembre, cuando Ella lo envolvió en su Santísimo Manto y tomándolo entre sus brazos a su verdadero hogar lo llevó.
Estos dos últimos años (2018-2019) lo guardó en su amoroso corazón y con él vivió su agonía y doloroso calvario, que lo fue purificando para llegar a la presencia del Señor vestido de esplendor.
Su vida fue un himno a la alegría, a la paz y reconciliación, un poema de fe y entrega total para todo aquel que necesitaba una palabra de aliento y esperanza, para que no claudicara. Estar con él era sentir la dulzura de sus manos, el calor de sus brazos, la pureza y belleza de su alma y la grandeza de su espíritu que te elevaba más allá de lo humano. Era conocer el amor incondicional que todo lo da sin esperar nada a cambio, porque él ya tenía su recompensa en las gracias y los dones que había recibido de lo alto.
Nos quedamos con su hermosa sonrisa, su generosidad, su aceptación ante lo que Dios tenía preparado para él, a pesar de que tenía unas inmensas ganas de vivir y ver crecer a sus tres pequeños. Disfrutar con su compañera de vida, con su Maricarmen querida, los momentos inolvidables como las maravillosas puestas de sol que le quitaban el aliento, las noches de amor y ternura que cubrían sus cuerpos. Los cumpleaños de sus pequeños, sus tesoros más preciados, que gozaba al verlos romper la piñata y escuchar el canto de su voz al apagar las velas del pastel, deseándoles una existencia plena de armonía y amor.
Sus extraordinarios padres, que desde niño le enseñaron que el fruto del silencio es la oración, que en ella se encuentra la fe y el servicio a los demás. Por eso nunca dejó de rezar, porque en sus noches, en la cama de un hospital, era como la luz de las estrellas que iluminaban su enfermedad. Jesús y María estaban en todo, y todo en él. Sabía que en la oración es mejor tener un corazón sin palabras, sin preguntas, que tener palabras y respuestas sin un corazón.
Se fue con las manos llenas del amor y dedicación de sus padres, con el alma y el espíritu plenos de su fuerza y su presencia, que lo animaban y reconfortaban. Tenía cuatro hermosas flores que siempre embellecieron el jardín de su vida y que lo colmaban de risas, juegos, alegrías y sueños. Cuatro hermanos que lo adoraban y cuidaban como a la niña de sus ojos, porque él era el jardinero que con paciencia regaba sus capullos más bellos, que fueron floreciendo con los años y que hoy ahí en el cielo ha sembrado sus semillas que seguirá regando, esperando el día que se abran sus capullos de nuevo y volver a estar con ellos.
Gerry nos deja un gran y valioso legado de vida, porque era un ser humano excepcional, porque inspiró a otros a seguir sus pasos en su confianza total en Dios, a creer en El, aunque no lo veamos, a esperar de El lo mejor para nosotros, a conocer su Bondad y Grandeza a través de la suya, a no dudar que sus designios son Divinos y perfectos. A aceptar su voluntad y entender que nuestros tiempos no son sus tiempos.
Guardaremos eternamente en nuestros recuerdos la imagen gigantesca de la Virgen que estaba en su cuarto de hospital y la que estaba custodiando el féretro de uno de sus mejores soldados, que siempre la llamó cuando estuvo en el campo de batalla, durante la misa del 5 de este noviembre. A su lado, siempre a su lado, acompañando también a la madre terrenal que lo llevó en su vientre para sostenerla en su dolor y su tristeza, que también conoce Ella.
Verla junto a él, contemplar su amoroso rostro con sus manos extendidas, nos llenó de paz, parecía que nos decía: “Aquí estoy yo que soy tu Madre.” Y creo que muchos corazones rotos, destrozados en esos momentos por la partida de nuestro querido y admirado Gerry, encontramos un poco de resignación y consuelo al amparo de sus brazos. Para él su modelo de amor y fidelidad lo dio a conocer a todo aquel que se le acercaba y le regalaba un rosario para que le rezara o una pulsera en la mano izquierda para tenerla cerca del corazón. Pulsera que hasta el día de hoy la llevo puesta y que me recuerda que siempre estará conmigo.
Cuando lo vi por última vez, antes de irse a Viena, en casa de sus padres, hace como unos cuatro meses, más o menos, nos abrazamos con fuerza, nunca me pude imaginar que era la despedida. Le dije hasta luego a un ser de una profunda humildad, con una fe viva, con una obediencia ciega hacia su Dios y Señor, con una oración constante, con una oblación perenne, con una pureza incomparable, con un amor ardiente hacia María, con una heroica paciencia, con una angelical amabilidad y una gloriosa sabiduría, que lo hizo ser grande ante los demás. Porque a pesar de sus errores e imperfecciones, él ya había sido transformado, renovado, moldeado, reestructurado por las manos de su Bendito Alfarero, a través de su enfermedad en un ser diferente y especial.
Lo convirtió en un alma del mundo, porque con su testimonio anunciaba el amor de Dios a los pobres, a los pequeños, a los que sufren. A través de sus obras, siendo un instrumento de unidad y esperanza para la humanidad.
Cumplimos su último deseo: “Que la iglesia estuviera llena de personas (como así fue), que fuéramos vestidos de blanco y que sonriéramos, que no quería vernos llorar, que se iba a Dios y que eso era motivo de alegría y felicidad.”
Así lo hicimos, a pesar de nuestro sufrimiento, luchamos como titanes para controlar el llanto y sonreír como él quería.
Hasta siempre nuestro “Gigante Espiritual”, nuestro “Guerrero Invencible”, nuestro Gerry querido, triunfaste ante la muerte y resucitaste a la vida eterna, y te pedimos desde la tierra que ilumines nuestro camino, que intercedas por nosotros y que algún día volvamos a estar contigo.
Todo nuestro amor y condolencias a su familia, a la que yo en lo personal estoy tan unida.