Víctor Salas
Vamos hacia un Nuevo Año, cuyo significado es el inicio de una nueva década o de un nuevo lustro, según se le quiera cronometrar.
Nuestra sociedad, en su conjunto, continúa yendo de bien a mejor, en términos materiales, aunque en los psíquicos y conductuales exprese formas muy desventuradas de actuar, ésas que tienen desenlaces dolorosos y catastróficos.
En estos tiempos, el avance material se mide por la obtención de aparatos considerados de confort humano, como lo son, en primer lugar, un coche y, en segundo, un buen y caro teléfono celular.
Ambos aparatos se han convertido en el más alto riesgo para sus poseedores. ¿Por qué? Porque hasta hace muy poco tiempo resultaba harto difícil comprar un coche o un objeto de la red móvil. En estos días, cualquier hijo de vecino puede tener un vehículo de medio uso, nuevo, de buena marca o de marca baratona. Ello ha producido que hasta en la clase social más desposeída se pueda ver a la familia con coche, y no se diga con un celular. Es decir, con anterioridad, las clases sociales que tenían acceso a la educación, a las normas urbanas y a la conducta moderada eran las poseedoras de aquellos beneficios industriales. Esto marcaba una norma urbana, social y de convivencia respetuosa. Al crearse el sistema de adquisición de esos productos por medio de la financiación, el asunto cambió radicalmente. Al volante se puede ver hoy a todo tipo de personas. Las que ya en el interior de su vehículo adquieren un extraño sentimiento de supremacía e indiferencia ante la adversidad y la circunstancia de sus alrededores.
Adentro de su carro, el dueño se siente propietario único de las calles, avenidas, esquinas, escarpas, señales de tránsito y de todo lugar por donde su vehículo es llevado. La consideración no existe, el respeto al derecho ajeno o comunitario no existe, el vínculo amoroso con la vida desaparece y su lugar es ocupado por el peligro, al desatender las nociones sociales relatadas en las líneas anteriores.
“Con un coche puedo hacer lo que quiera”, dicen los aspirantes a propietarios y, cuando lo son, cumplen cabalmente esa sentencia: Hacen lo que se les pega la gana, sin importarles perjuicios a nadie, pero a nadie. A todo eso le agregamos un celular, y el mundo se encuentra en las manos de un inconsciente que es capaz de poner en peligro su vida y la de los demás. La prueba de ello es tanta muerte en el Periférico y/o carreteras de la entidad, en la que perecen niños, jóvenes, mujeres y hombres en plenitud de vida.
Todos saben que la velocidad es mortal. Que lo mismo significa el platicar cuando se tiene un volante en la mano y que el alcohol es la cuña que aprieta el triángulo de la peligrosidad. El conductor yucateco es amigo de las dos primeras cosas y, regularmente, de las tres: velocidad excesiva, teléfono celular durante el manejo y guiar alcoholizado.
Sería interesante saber quiénes mueren al volante en mayor cantidad, si los de clase media baja o los de clase alta. Si el resultado fuera afirmativo hacia la primera clase, mi teoría acerca de la falta de educación y apreciación de los productos materiales, en las clases sociales desacostumbradas al confort, resultaría comprobatoria de mis palabras. Entonces, cabría la posibilidad de un estudio profundo y una propuesta educativa que corrigiera el desprecio a la vida entre los conductores clasemedieros.