Eliseo Martín Burgos
El rey de Francia, Enrique IV, fue reconvenido por su confesor por andar de alcoba en alcoba descuidando a la reina, dama extremadamente bella.
-Si no os enmendáis, Sir, no tendréis absolución.
El monarca agradeció la filípica y como agradecimiento otorgó la gracia al sacerdote, para que comparta su mesa y ordenó que le sirvieran perdiz todos los días, platillo por demás exquisito. Así fue, el cura comió perdiz día tras día en compañía del monarca, hasta que un día le dijo:
–Sir, mucho me honráis con sentarme a vuestra mesa todos los días, pero comer perdiz, plato aunque tan selecto, cansa.
–Reverendo –contestó el rey con una sonora carcajada–, lo mismo me sucede con la reina.
Antología del Chascarrillo
Segunda Epoca