Yucatán

Los de nuestra generación

Roger Aguilar Cachón

El contacto diario con las nuevas generaciones hace voltear la mirada hacia atrás, pero mucho atrás, cuando el de la tinta era uno como ellos, adolescente que sólo se preocupaba por las clases del otro día, por ver a la niña que te gustaba, por esperar y contar los días para la llegada de tu cumpleaños y sobre todo por la llegada del mes de diciembre, que si bien es cierto ya no había Santa Claus, si había algo de dinero para comprar zapatos, ropa y otras cosas nuevas que solamente se podía acceder en esa temporada.

Los de nuestra generación, aquellos jóvenes de hoy que ya cruzamos la frontera de los sesenta años, nos damos cuenta, como diría Gloria Esteffan, “Cómo han pasado los años…”, y con el dolor del hombro que ya requiere una intervención o un milagro, el de la tinta se propone escribir algunas de las cosas de las que fuimos testigos, mis caros y caras lectoras de mi época.

Sin lugar a dudas fuimos testigos de la revolución de la televisión, de ser en blanco y negro pasamos al color, momento de expectación y emoción. Esperábamos que dieran las cinco de la tarde para que comenzaran a transmitir nuestros programas de televisión. Y en domingo comenzaba a las 10 de la mañana. En esos años se competía por ver quién tenía la tele más grande, ya sea las que se ponían en una mesita exprofeso o bien había unas de mueble que llamaban mucho la atención.

Somos de la generación de las consolas y de los tocadiscos. Toda casa que se preciara de tener un poco de solvencia económica tenía en su sala una gran consola, ya sea que se abriera solo una parte o toda la tapa entera. Las consolas eran el elemento importante en las reuniones, ya que en ella se “tocaban” las piezas y canciones de moda por medio de los discos LP (long play) o estender play. Recuerdo que en mi casa no hubo consola, pero sí en casa de mis tías. En ocasiones se utilizaban tocadiscos portátiles que podían encenderse con corriente o baterías y eran los indicados para llevarlos a otros sitios.

Importante la labor de la radio -hoy no lo es tanto-, ya que no sólo transmitía los partidos de béisbol y las corridas de toros, sino que también transmitían programas importantes como lo es La Hora Azul (directamente de la Ciudad de México) , la Hora del Teléfono Libre o bien la Hora del Frijol con puerco. Por medio de las diversas estaciones de radio nos enterábamos de las novedades en las canciones y de los artistas que llegaban de vez en cuando. En algunas ocasiones cuando llegaba algún artista había que hacer cola para verlos o bien para que nos dieran algún póster autografiado. Una de las estaciones de radio que recuerdo era Las Panteras, ya que no sólo regalaban calcomanías con la figura de la fiera, sino que transmitía un programa a las 7 de la noche que se llamaba La Hora de los Enamorados, recuerdo que llamábamos y saludábamos a la niña que nos gustara. No había garantía que lo escuchara la susodicha, pero quedaba en nosotros la idea que así fuera.

Un elemento de distinción entre los adolescentes de aquellos años era el poseer una grabadora reproductora de cassettes, era importante tener una portátil y otra en la casa que tuviera doble casetera, ya que una servía para graban directamente de la radio la canción que nos gustara. Importante es señalar que se debía de tener un lápiz cerca de nosotros al momento de poner a reproducir el cassette, ya que si se salía, el lápiz entraba en acción, introduciendo una parte en un hueco del cassette rebobinábamos la cinta para que se escuchara bien. Había lugares donde se vendían cintas vírgenes y originales y también se podía comprar alguna grabada con las canciones que quisiéramos, sólo había que acudir a un local en la avenida Cupules que se llamaba El Quijote. Buenos tiempos.

También acostumbrábamos ir a fiestas, no rave ni de otro tipo, por lo general acudíamos si nos invitaban o nos colábamos en algún lugar social de aquella época, me refiero a la sala de fiestas Silas, allá por la García Ginerés, un salón llamado Cuauhtémoc, ubicado por la calle 62 por casa Juanes, podía ser en el Coca Cola, allá por la avenida Aviación o bien en alguna casa particular. En ocasiones deleitaba la fiesta un conjunto musical y en otra entraban en acción “los negritos” o sea los discos de acetato. Siempre esperábamos alguna pieza lenta para poder bailar con la niña que nos gustaba.

Los trabajos de la escuela se hacían en máquina de escribir, ya sea de escritorio o portátil, se usaba el papel carbón para el duplicado y si se cometía algún error se usaba el corrector Radex. Posteriormente llegaron las máquinas eléctricas y las de esfera. Cabe mencionar que el de la tinta hizo sus tesis de licenciatura en máquina de escribir. Luego los originales se llevaban a la imprenta y se reproducían. No había lugares para sacar copias.

Hoy día podemos ver que la gente de todas las edades acuden a las tiendas de conveniencia o súper para comprar agua purificada. Los de mi cohorte no tomábamos ese tipo de agua embotellada, era directamente del grifo o bien se hervía. Recuerdo que en esos años de mi adolescencia había un lugar allá por la colonia Buenavista que tenía una fábrica de agua purificada que las distribuía en garrafones de cristal grueso de aproximadamente 20 litros.

La ventaja de no contar con teléfonos celulares propiciaba que nos reuniéramos en las esquinas de la ciudad para jugar y platicar con los amigos, no había una dependencia a ese aparato (celular) que hoy día rige la vida de muchas personas. Era un tiempo de convivencia, se iba a visitar a la novia o bien se acudía al teléfono cercano con nuestra moneda a hablar con la novia o enamorada. Ya posteriormente se comenzó a utilizar tarjetas para teléfonos. Los de nuestra generación tuvimos la oportunidad de la convivencia y de la espera para hablar a la hora indicada con aquella que seguro esperaba nuestra llamada.

Fuimos de la generación de acudir a las loncherías por un sándwich de jamón y queso, de pavo o bien de pollo, de los salbutes ya sea del Chino en el centro, las tortitas de ensalada del famoso Pacheco en el Bazar García Rejón o bien en San Sebastián a las tortas y caldos del Amigo Aguja.

Somos de la generación de las cámaras fotográficas y de los flashes de cubito que se usaban en las noches para obtener buenas fotos. De los rollos de películas que posteriormente las llevábamos a revelar a alguna tienda donde se vendían cámaras y enseres para la fotografía.

También somos de la generación que vieron a nuestras mamás y abuelitas y tías con sus sillas en la calle para “tomar el fresco” y de ellas aprendimos a saludar, “buenas tardes”, “buenas noches” o “buenos días” a todas las personas que pasaban al lado nuestro caminando, sin importar si las conocíamos o no. Era cuestión de educación.

Seguramente, mis caros y caras lectoras, se me habrá pasado algo en este vaivén de mis recuerdos, pero de lo que puedo estar en lo cierto es que los que vivimos esas épocas podemos comparar las diferencias de la situación de ahora, mucha nueva tecnología, muchos adelantos, pero de lo que se ha olvidado y lo que nosotros tenemos y transmitimos a nuestra familia es el valor de la convivencia, de la tolerancia y del respeto.