Jorge A. Franco Cáceres
De acuerdo con las limitaciones conceptuales y las posibilidades prácticas de las rutinas municipales, ¿apuesta el Ayuntamiento de Mérida a que los ecosistemas locales sean complejos para favorecer el desarrollo integral y sostenible, a que dichos ecosistemas sean simples para no interferir el crecimiento sectorial pero incierto, o no apuesta a ningún tipo de ecosistemas locales porque sus dependencias prefieren negar todo lo concerniente a esta cuestión? ¡Veamos a continuación qué sucede!
Para comenzar, en tiempos de incertidumbre sobre los efectos de la crisis ambiental y la controversia por el cambio climático, resulta una omisión oficial a todos los niveles no hablar de la importancia de los ecosistemas locales, pero mucho más lo es la demagogia municipal de hacerlo publicitando únicamente los servicios ambientales, para dar cupo en sus dependencias a fanáticos del medio ambiente y advenedizos de los recursos naturales.
A pesar de la inexistencia de estudios avanzados sobre sus evoluciones integrales, es improbable suponer que existan ecosistemas locales no intervenidos o mínimamente afectados por las actividades humanas, pues son innegables los síntomas de regresiones en la relación sociedad-naturaleza por todo el municipio emeritense, desde los abusos inmobiliarios hasta los descuidos comunitarios. Todo esto condicionado por la obsesión de explotación antropogénica de la naturaleza y por la compulsión de crecimiento industrial y urbano del sistema económico global. Un recorrido básico por las periferias urbanas y las comisarias municipales es suficiente para presenciarlo.
La cuestión en torno a los usos instrumentales de la Agenda 2030 por el Ayuntamiento de Mérida, es que los desequilibrios ambientales producidos por las actividades industriales y urbanas como, por ejemplo, la mayor emisión de gases de efecto invernadero, el calentamiento y cambio climático global, el adelgazamiento de la capa de ozono, la contaminación en todas sus variantes industriales y urbanas, la pérdida de especies animales y vegetales, etc., no han podido ser revertidos según los mecanismos de regulación natural y resiliencia con que operan los ecosistemas locales. A decir verdad, muy poco o nada se conseguirá al respecto sembrando ocasionalmente arbolitos o pretendiendo protección de los animalitos.
Recordemos acá que los Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS) pretenden ser un llamado universal a actuar para acabar con la pobreza sistémica pero también protegiendo el sistema planetario con el propósito ideal de garantizar que todas las personas gocen de paz y prosperidad, fueron establecidos por las Naciones Unidas como parte de su Agenda de Desarrollo Sustentable para el año 2030. Se desarrollaron 17 objetivos con la intención de crear una vida sustentable para generaciones futuras, con metas específicas establecidas por alcanzar.
En consecuencia, nuestra insistencia es sobre la siguiente disyuntiva: 1) si el Cabildo emeritense y las dependencias municipales asumen los objetivos de la Agenda 2030 para monitorear los estados transicionales de los ecosistemas, sus grados de resiliencia y sus niveles de degradación, o 2) solo los instrumentan para pretender ante los agentes globales y los poderes centrales que los ecosistemas locales no están artificializados. Todo esto con la idea de descartar los nuevos rasgos y funciones que están cambiando sus estados originales, así como limitando o neutralizando los servicios que brindan a la sociedad, configurando un alto grado de incertidumbre en torno a sus dinámicas y mecanismos de regulación, reversibilidad y equilibrio sistémico.
Así las cosas, llegamos a la conclusión de que, mientras no se investiguen los factores que causan disturbios en las dinámicas de los ecosistemas locales; tampoco se establezca cómo operan como respuestas los mecanismos de resiliencia por los que tienden a recuperar y mantener su estabilidad y equilibrio dinámico, y menos se hable de los múltiples factores internos y externos que intervienen en las dinámicas naturales de los ecosistema locales –a niveles estructural, compositivo y funcional–, refiriendo a los flujo continuos de entradas y salidas de materia y energía para que puedan equilibrarse en el proceso, no podremos pensar en ningún propósito factible de desarrollo o crecimiento locales y solo concluiremos que el Ayuntamiento de Mérida no apuesta a nada concreto en términos de la Agenda 2030.