Yucatán

Objetos y hábitos de la vieja Mérida

Roldán Peniche Barrera

Yucatán insólito

La habitación paterna

A un lado del comedor solía establecerse la habitación de los padres, de los patrones. Los que las podían contaban con una cama modesta pero la mayoría de la clase media o menos que media dormía en nuestra clásica y querida hamaca, blanca o de color, que nos defendía del calor del verano o la primavera, pues ambas estaciones son ciertamente calurosas. El señor o la señora disfrutaban meciéndose en sus hamacas bien aseguradas los “brazos” de ambas de las “eses” de fierro colgadas de las argollas empotradas en la pared. En tiempos de mosquitos, enclaustraban las hamacas en nuestros finos “pabellones” que impedían la invasión de los insectos.

La bomba de “flit”: terror de los zancudos

Muchos rechazaban los “pabellones” y preferían comprar aquella famosa “bomba” de “flit”, un insecticida que alejaba a los mosquitos del cuarto. Además de la cama o la hamaca, la habitación contaba con un tocador para la señora y uno o dos estantes donde los esposos guardaban sus ropas, cartera, bolso de mano, relojes, cadenas y otros objetos de gran utilidad. Y por supuesto, en el tocador, los perfumes y lociones de la pareja. En las paredes veíanse fotografías familiares, especialmente atingentes a la boda de los señores. A veces poseían una zapatera para el calzado. Del techo colgaba un foco de 25 bujías y algunos tenían lámparas modestas en algún mueble o en el tocador.

El baño y el cuarto de los chiquillos

En la parte posterior de la casa estaba el baño con aquel “bidet” que nunca aprendimos a manejar pero que le daba “prestigio” al baño.

Un toallero, un cajón o un cesto para la ropa sucia y el lavabo completaban la parafernalia del baño familiar. Finalmente la habitación de los niños, donde sólo colgaban hamacas. No había gran estante sino uno de aquellos “chifonniers” formados de cajones para guardar la ropa limpia de los pequeños. Aparte estaba el llamado “cuarto de servicio” con su humilde baño, un banquillo y el “excusado” que no podía faltar. Lo último era el patio, entonces enorme y colmado de árboles, hoy desaparecido.