Víctor Salas
El viernes 22 de marzo por la noche, hice lo que dejé de hacer durante algunos años: ponerme enfrente del Peón Contreras y observar el movimiento de la gente antes de entrar y al ingresar al teatro. Lo primero interesante es observar la enorme cantidad de gente que se reencuentra, se saluda y entabla largas charlas antes del concierto. Eso me pareció maravilloso. La fidelidad de algunos yucatecos a la agrupación musical es encomiable. Roldán Peniche Barrera, Jorge Álvarez Rendón, Adolfo Patrón Lujan y una señora que llega en silla de ruedas acompañada de un mestiza, crean una escena muy propia en la primera fila de espectadores. Me supongo ha de ser Manina Ancona. Han desaparecido de ese horizonte musical otras caras conocidas. En su lugar, se comienza a vislumbrar el relevo generacional de melómanos. Se ve mucha gente joven a las que acompañan personas más jóvenes aún. Las estrategias de acercamiento a nuevos públicos han cambiado y me parece que se van dejando las cosas a un acomodo natural. Es decir, el surgimiento de la voluntad popular, que es más importante todavía.
El programa de esa noche inició con la Marcha Militar No. 1 de Pompa y Circunstancia de Edward Elgar. El título de esa marcha fue un dicho popular en Yucatán. Cuando alguien iba vestido de manera diferente, con una elegancia inhabitual, te decían “¿A dónde vas de pompa y circunstancia?” Y esas mismas palabras se utilizaban en tono afirmativo.
La marcha tiene un peso especifico en el ánimo del público, brinda un placer especial, y pone a mucha gente a dirigir con las manos la obra, que fue ovacionada, al igual que a Juan Carlos Lomónaco que dirigió a la troupe musical con mucha ganas, expresión corporal inusual en él y haciéndolo de memoria.
Debo subrayar nuevamente que cuando el titular de la OSY dirige de memoria, todo él es diferente, encara a los músicos de diferente manera. Crece, vaya.
También de Edward Elgar fue el siguiente número, el Concierto para Violoncello, Op. 85, interpretado por la concertista Inna Nassidze, quien hizo de la noche algo maravilloso, un enorme suspenso emocional que paralizó a todos en sus asientos, capturando la atención de todos en sus manos extraordinariamente hábiles, sensibles para poder brindarnos toda esa fuerza emotiva que nos sacó de lo más profundo de nuestros corazones.
Inna se encarama en su violoncello, lo atrapa con todo su torso como si quisiera incorporarlo a su organismo para hacer de dos una sola pieza. Bravos, y muchos aplausos realmente fueron poca cosa para su gran trabajo.
Que me disculpe Inna, pero lo único que señalaría como inadecuado fue su ropaje y sus sandalias color plata. Su dimensión de gran intérprete debe ir aparejada a su vestimenta.
La novena de Shostakovich me pareció altamente experimental y sumamente irónica, tratando de crear desaires artísticos, vaya usted a saber a quién. Me sonó a mucho de ballet, género al que le otorgó algunas piezas magistrales. No encontré forma de entramarme con la sinfonía que le brindó placer a la audiencia.
Estas obras, que pertenecen al siglo XX, forman parte de las transformaciones de la OSY, en estos quince años.