Yucatán

El Transporte Colectivo en Mérida: Luces y Sombras

Víctor Salas

Fin de semana complicado. Mi vehículo está en el taller y tengo que moverme a puntos distantes de la ciudad. Voy de Cordemex a Pinos. Debo recoger un dinero y si no lo hago hoy viernes hasta las ocho de la noche, me lo entregarán hasta después de vacaciones. Imposible esperar tanto tiempo. Me piden un Uber y no hay ni un problema. Al salir de la academia donde imparto clases, me encuentro con que no tengo la aplicación del servicio mencionado. Camino a la avenida Yucatán con la esperanza de encontrar un taxi. Larga espera y nada. El tráfico está hecho una jerentina. Pregunto cómo llegar al Circuito Colonias y me dicen que tome el camión de Tulias-Pinos. ¿Dónde, dónde lo agarro? Ahí, y me señalan un paradero. Después de un momento aparece un camión con esos nombres, subo y en un santiamén estoy en el circuito a la altura de las canchas de tenis de la Alemán. No ha transcurrido ni un minuto y aparece el camión de Circuito Colonias que me deja en la calle 60, ahí en Casa Bolio. Camino al paradero de los camiones de Cordemex e inicia mi calvario porque pasan rutas que van por el rumbo, pero a distintos lugares: Komchén, Gran Plaza, Tecnológico, Chuburná y otros sitios. Los camiones no tienen iluminación donde va el nombre de la ruta. Los conductores no se detienen si nadie le pide parada ¿Pero, cómo pedir parada si no se sabe a dónde va? Pasan taxis, combis, camiones a Progreso y…. el de Tapetes, ¡nada! Pido ayuda a la casa donde me hospedo en Cordemex. “También puedes tomar el que dice Chablekal”, me responden. Han transcurrido como veinte minutos. Hablo a un amigo para ver si me puede mandar un Uber. No se puede hacer eso, me contesta: ten paciencia, mucha gente sufre eso y a veces con lluvia o con un sol espantoso.

¡Por fin!, aparece el camión de Chablekal. La mitad del camión no tiene luz y ahora vuelvo a vivir lo que es caminar prensado de lo que sea para no caer al suelo por la forma de manejar del chofer. Pienso en las viejitas, en las madres con sus hijos en brazos, en las señoras cuando llevan a sus niños a la escuela.

O sufres o te aguantas. Esa es la tesis.

El camión te sacude, te zamarrea y si diera un frenón, te rompes la cara con el asiento delantero. Pongo las piernas y las manos en el respaldo del asiento de adelante. “Ya había olvidado lo que significaba viajar en camión”, me digo. Entretenido con esos pensamientos, llego a mi destino. Ya en casa, cuestiono por qué no todas los servicios son como el de las dos primeras rutas que hasta aire acondicionado tienen. Con esa clase de servicio, cómo es posible que haya empresarios que quieran cobrar el precio del pasaje, según lo que cuesta ese servicio en Estados Unidos. ¿Se habrán subido a un camión de pasajeros en Las Vegas, Los Ángeles o Nueva York? En esos lugares te dan lo que cobran: puntualidad, seguridad a la integridad física, espacios climatizados, rampas para minusválidos, áreas exclusivas para los de la tercera edad y una forma de conducir tersa, tanto, que uno puede leer, ver el face sin sobresaltos. En estos camiones, es imposible hacer ambas cosas porque las letras te brincan, los dedos no alcanzan las teclas del cel y éste podría acabar en el piso.

Así, pues, tenemos un servicio de camiones de pasajeros que anda en dos vertientes, entre luces y sombras. Si las conexiones fueran tan expeditas como las primeras que me tocaron, yo utilizaría camión para arriba y para abajo, pero esa espera de más de media hora desanima a cualquiera.

Para mí fue una eventualidad, pero me quedé pensando en el que sufre diariamente esta realidad.