José Castillo Baeza
Los legisladores del Congreso de Yucatán evidenciaron ayer su muy baja estatura política. Con 15 votos en contra y 9 a favor, se rechazó reformar la Constitución para dar cabida y protección al matrimonio igualitario. Y en el acto dejaron de representar a todos los yucatecos y yucatecas.
En pleno siglo XXI, con todos los movimientos sociales que están sucediendo, hay que ser ciego (o querer serlo) para no ver que la decisión violenta derechos humanos y mantiene en ley un acto discriminatorio. Pareciera que los legisladores carecen del termómetro social que debe ser fundamental en su labor. No hay oficio político en quienes quieren negar en la ley lo que ya existe en la realidad. Porque lo cierto es que tarde o temprano, el citado matrimonio será legal en Yucatán (Ya lo es incluso en varios estados de la república). Y sí, en cambio, perdieron la oportunidad histórica de ser la legislatura que cambiara el rumbo y el destino de tantas familias, pues como afirmó en twitter el abogado Carlos Escoffié, representante del Colectivo para la Protección de Todas las Familias en Yucatán, “para oponerse al matrimonio igualitario hay que creer que uno tiene superioridad moral para imponer estilos de vida a los demás (a pesar de que esto sea negarles una mejor calidad de vida) o tener una profunda incapacidad de empatía”.
Ante este panorama uno no puede dejar de preguntarse ¿Cuántos de los legisladores que votaron en contra hablaron en sus discursos de campaña de “progreso”, “futuro” e “inclusión”? ¿Cuántos de ellos se sienten políticos modernos que están a la vanguardia? ¿Cuántos de ellos hablaron de brindar oportunidades para “todos” y para “todas”? Porque resulta que a la hora en la que hay que demostrar, o mejor aún, a la hora en la que hay que dar los pasos necesarios para transitar hacia el lugar que dicen querer construir, terminan retrocediendo y escondiendo la cabeza en lo más profundo de sus prejuicios.
Es así como entendemos que la inclusión a la que siempre aluden es sólo retórica de campaña, que gobernar para todos y para todas es sólo un tropo triste que baila en la hoja que alguien más les escribió. Le falta a este Congreso, por mucho, la altura política de la tradición que le precede. Porque el Estado que dicen representar es el Yucatán de Felipe y Elvia Carrillo Puerto, es el Yucatán de Ceclio Chi y Jacinto Pat, es el Yucatán del Primer Congreso Feminista, el de Eduardo Urzaiz y Salvador Alvarado, el Yucatán que construyó la primera Constitución, en 1841, que respetaba la libertad de cultos a pesar de existir una religión de Estado.
Lejos está, este Congreso, de las dos máximas de José Martí: Pensar es servir; gobernante, en un pueblo, quiere decir creador.
“Yucatán, ya es hora”, rezaba el hashtag que circuló en redes sociales días previos a la votación. Y sigue siendo hora, pese a los trasnochados que congelaron sus relojes en los tiempos del odio y la homofobia. Cuando decidan adelantar las manecillas empolvadas, la historia les habrá alcanzado.
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