Pilar Faller Menéndez “Cuando entiendas que hay
otra forma de ver las cosas,
entenderás el significado de
la palabra tolerancia”.
Dalai Lama
Estamos viviendo una época de mucha violencia, la cual no se refleja únicamente en los actos cobardes de homicidios que la prensa nos presenta, sino también en la falta de tolerancia que muestran muchas personas ante las opiniones contrarias, en las que los debates se vuelven insultos y en la arrogancia de muchos que, por estar más preparados, callan muchas voces que tienen derecho a expresarse.
Hay mucha burla detrás de los mensajes, y una censura a la cual muchas personas sienten el derecho de aplicar cuando algo no les parece y utilizan como recurso las diferencias sociales que vivimos, dividiéndonos en grupos como si fuéramos tribus homogéneas de pensamiento, donde muchas veces los ataques aluden a quienes son ajenos a la disputa, pero que son incluidos en el paquete.
Quien no tenga tolerancia, demuestra una debilidad de empatía hacia los demás, también tiene problemas de personalidad, ya que su ego no le permite ver más allá de sus propias opiniones, las cuales son tan válidas como las de los otros. Siempre hemos oído la frase de que el que se molesta pierde, y no hay nada más cierto que eso, porque en estos tiempos nadie tiene la verdad absoluta ni puede pretender conquistar e imponer la suya.
La diversidad de opiniones será siempre bienvenida, guardando el respeto que cada una tiene, ya sea en una conversación, o incluso un debate civilizado, ya que nos brinda la oportunidad de conocer otras formas de pensar y situarnos en un mundo real que no es precisamente un mundo que piensa igual que nosotros, pero con el cual podemos convivir. Si tenemos la inteligencia de aceptar que nuestras ideas son tan válidas como las ajenas.
Aceptar el libre discurso es una tarea de disciplina, ya que cada vez se vuelve más difícil éste, sin que surjan reacciones verbales violentas ante pensamientos que probablemente nos incomoden, o nos repelen sin caer tampoco en la aceptación de las mismas, porque la mayoría piensa diferente a nosotros, pero existen lugares y formas de expresar nuestras ideas.
La crítica siempre enriquece, pero muchos abanderan grandes causas para callar al oponente, y muchas veces exigimos al estar en desacuerdo con alguna publicación, que se retiren artículos en los medios por no poder soportar algo que va contra nuestros principios.
Esta hipersensibilidad a la opinión ajena, muchas veces se atribuye a una juventud que no está educada para enfrentar opiniones contrarias, pero irónicamente, no se trata solamente de los jóvenes, sino de muchos adultos que pretenden que el mundo se adapte a su esquema moral, lo cual resulta una reacción soberbia y mezquina. Sentimos la necesidad muchas veces de gritar a los cuatro vientos que las cosas no son así, que la gente está equivocada, y probablemente lo esté, pero tiene tanto derecho como nosotros de opinar.
No se trata de ver quién grita más alto, o quién opina de una manera más grosera y menos matizada para defender sus ideas, para acallar las voces, y aquellos discursos sobre los que discrepamos, que muchas veces nos hacen reaccionar y no pensar, nos convierten en una más de esas personas que llamamos intolerantes. Si pensamos en la justicia, debemos pensar si lo somos acallando la opinión del adversario, y si al hacer esto nos sentimos satisfechos y felices, deberíamos replantearnos de nuevo el significado de ésta.