Conrado Roche Reyes
Ecos de nostalgia
Al día de hoy un buen número de casas tienen su piscina, piscinita o piscinota dado el clima tan abrumador que padecemos, se puede decir, todos los días del año. De ahí el dicho muy yucateco de que “Aquí en Yucatán no tenemos las cuatro estaciones de todo el mundo. Aquí tenemos sólo dos: la de calor y la estación del tren”. Pues bien, esto viene a colación por lo que hablaba al principio de esta nota. En mis tiempos infantiles y de adolescencia el hecho de construir una piscina era toda una odisea, ya no digamos la construcción de calles asfaltadas. No se había inventado esas máquinas perforadoras que hoy proliferan, los albañiles comenzaban a excavar a pico y pala, y si llegaban a “topar laja”, era necesario el uso de dinamita. Y continuar cavando. Otra roca, otro cartucho de dinamita. En resumen, el tener una piscina, ya con sus acabados y piso de cemento (el agua frecuentemente pronto quedaba verdosa) era, podemos decir, un lujo.
Lo que sí abundaba era los llamados tanques. Un tanque era una construcción generalmente cuadrada con anchas y durísimas paredes construida hacia arriba. En las haciendas era infalible el tanque que además servía de almacenamiento de agua para las huertas que estas haciendas tenían por obligación con sembradíos de toda índole dado que tenía que ser la finca, como también era llamada, autosuficiente por su lejanía del poblado más grande y además para surtir el bebedero para las mulas caballos y el imprescindible y sempiterno burro, para atender a su harén de yeguas.
Y eran estos tanque, además, escasos. Y para ocasiones especiales como un Día de Santo, como llamábamos a los que hoy denominan “un cumple” (uayyy). Era motivo de general alboroto. “¡Hoy es día de santo de fulanito, o mengano nos invitóo a un baño de tanque!”. Esto constituía un suceso fuera de lo muy rutinario. Ahí llegábamos al lugar en donde se ubicaba el tanque. Olor a humedad. Siempre había un pequeño cuartito para que nos pongamos las “calzoneras” (trajes de baño en la actualidad.) Las chicas hacían lo mismo con sus trajes de baño “Catalina” que les cubría buena parte de las piernas. Sin embargo eran hermosas de verdad. Un bikini era una ilusión de apache mariguano. Jamás habíamos visto más que en el cine dicha prenda.
Ya todos y todas en el tanque, a gozar de juegos bastante inocentes. Carreras de natación, aunque los tanques no eran de grandes dimensiones. Tirarse clavados desde alguna rama de un árbol cercano o del techo del “vestidor”. Cuando se estaba afuera del tanque, había que andarse con mucho cuidado ya que de un lado estaba la altura que daba a la parte sin agua. Muchos brazos y cabezas se rompieron en el caminar en ese breve espacio en que tú no estáis en el tanque también se jugaba ya pesca pesca, rozamiento bajo el agua de piernas con las chicas. El más deseado: “El túnel”, esto es, pasar por entre las piernas de varones y chicas. Luchas. Una muchachita en la nuca de un varoncito mozalbete (maare, esa sí era una delicia) luchaba en el mismo lugar de otro imberbe chamaco. Casi siempre el tanque se encontraba en los patios, enormes por aquellos años. Sol, fresco, parejitas en escarceos. Ningún trampolín. La salida después de horas de retozar. Antes de ir al vestidor, los varoncitos, muy machitos, corríamos a la ventana de ellas a mirar furtivamente aquel arco iris de belleza juvenil. La mujer yucateca cuando es bella, es bella en grado superlativo.
Después la mamá del o la festejada nos llamaba a comer. Siempre en los días de santo se repartía más o menos lo mismo. Un plato con unos sandwichitos, tamalitos sabrosos (como bailan el mambo las mexicanas), ensalada de pollo y verduras (hoy, ensalada rusa) y para finalizar, el pastel. Sin la vacilada esa de “Mordida” actual).
Cuántos noviazgos se fraguaron en las aguas de aquellos añorados tanques, cuántos matrimonios comenzaron ahí, cuántas amistades se estrecharon para toda la vida. Un baño de tanque era muy diferente a como son hoy los piscinazos con mucho trago y anexas y las muchachitas, ya en vistosos trajes de baño modelo y marca “de Eva.”
En la próxima colaboración hablaré de la construcción de una calle en la Mérida cementera y sus grandes vicisitudes y les platicaré de la “Rafaelita” y el grito obrero de “¡Bomba!”. Abur.