José Miguel Rosado Pat
En el 2022, la Universidad Autónoma de Yucatán cumplirá cien años de fundada. Los universitarios, egresados de la Máxima Casa de Estudios del Sureste mexicano, tenemos motivos de sobra para sentirnos orgullosos de la institución a la que debemos la formación académica que nos permite desempeñarnos en la vida profesional. Cercana a ser centenaria -aunque su origen se remonta al siglo XIX- la Universidad se presenta sólida, fortalecida, con directrices claras de lo debe lograrse, pero también con grandes retos. A diferencia de otras universidades que hay en el estado, y en la península, la UADY forma parte de la memoria histórica y colectiva de los yucatecos. Somos muchos los que amamos al Alma Máter, muchos reconocemos que a ella nos debemos. Recién finalizó la Feria Internacional de la Lectura Yucatán 2019 (Filey), donde se dan cita la gran mayoría de los que ejercen el oficio de la pluma en sus múltiples variantes, pero también artistas de lo más diverso, lectores de toda clase y edad. Es un espacio abierto donde convergen personas de toda clase social, ideología política, creencia religiosa e intereses de lo más disímiles. Tal es la función de la UADY, donde eso mismo se vive en sus aulas.
En la UADY aprendí a lo que se refería José María Morelos y Pavón en su carta Sentimientos a la nación, cuando dice que “… sólo distinguirá a un americano de otro, el vicio y la virtud”, a la par que comprendía el concepto de igualdad de Giovanni Sartori cuando hablaba de la “igualdad que se valoriza desde arriba”, es decir, la igualdad de acuerdo con el mérito. ¿Qué relación existe de lo anterior con mi paso por las aulas universitarias? El puente es la constante búsqueda de uno mismo, expedición de enorme riesgo si no se emprende en un ambiente de tolerancia, respeto y la universalidad que sostiene los pilares de las primeras universidades que se crearon en la historia de la humanidad. Las universidades autónomas públicas son ese espacio donde se permite la reflexión y el ejercicio libre de la crítica, o así debiera de ser. Por supuesto, ninguna institución está exenta del autoritarismo que muy rápido se apropia de las mentes pequeñas. Son estas mentes las que se combate en el seno de la educación pública, el interés de la colectividad es superior –y lo será siempre- al de un sector o grupo o clase. La Universidad pública brinda condiciones, pone el “piso parejo” mediante estrategias, políticas y proyectos institucionales. Gracias a las universidades públicas, un estudiante cuya familia carece de recursos para costearle sus estudios puede acceder a hacerlos, incluso fuera del país. Cierto, no es novedad, sin embargo, en un país como el nuestro donde la probabilidad de que un joven mexicano de 16 a 18 años asista a la escuela es apenas del 23% en las clases más pobres, contrapuesto al 90% de las clases altas, cobra enorme relevancia. Las funciones de la Universidad no están limitadas a la enseñanza, cumple otras, también sustantivas; lo relacionado al fortalecimiento de la vinculación, extensión y participación social donde se desarrollan y ejecutan los programas de Desarrollo de Emprendimientos o los proyectos sociales en comunidades de aprendizaje y la participación de los estudiantes en programas comunitarios (Hoy en tu comunidad, Voluntariado Ambiental, Proyecto Yucatán, Voluntariado Deportivo, Reacción Verde, entre otros) . Por mencionar otras de relevancia; la internacionalización de las funciones universitarias o todo lo referente al apoyo al desarrollo integral de los estudiantes, donde se incluyen los programas institucionales de becas, tutorías, servicio social y movilidad estudiantil. En este último rubro, existe el Programa de Impulso y Orientación a la Investigación, cuyo más exitoso proyecto es el de Verano de Investigación Científica “Jaguar”, gracias al que muchos estudiantes de las facultades pueden realizar estadías de investigación en otras universidades del país y del extranjero por un período de dos meses.
Hoy, la UADY, ofrece 3 bachilleratos, 45 licenciaturas y 62 posgrados (8 doctorados, 23 maestrías y 31 especialidades), con lo que conforma un total de 26,163 estudiantes. Número que proyecta un 12.19% de incremento en la matrícula total anterior, de 23,319.
También, recientemente, inició el programa “Universidad de los mayores de la UADY”, con una oferta de 12 y 16 talleres en la primera y segunda convocatorias, respectivamente. Los talleres son impartidos por académicos de las Facultades de Psicología, Enfermería, Matemáticas, Ingeniería Química y Medicina.
En estos momentos en que la estrategia de cultura del Plan Nacional de Desarrollo se centra en la cultura comunitaria y, por ende, al rescate de las identidades regionales, cobra especial importancia el Programa Institucional del Pueblo Maya y Cultura Maya por medio del cual se imparten las asignaturas libres de Humanidades Mayas, Trascendencia e importancia de la literatura maya contemporánea y Literatura de los pueblos originarios de América de los siglos XVI y XVII.
En el mismo tenor, para el ciclo escolar 2018-2019 se otorgaron 1,639 becas, entre apoyos conformados con recursos de los gobiernos estatal y federal, y recursos de la propia Universidad. Estrategia para prevenir la deserción escolar que, seguramente, se verá reforzada en los próximos seis años.
Las acciones de una institución con tanto arraigo como la UADY nos impactan a todos. El impacto que generan no es exclusivo para sus estudiantes o egresados, académicos o autoridades. El efecto positivo de la Universidad se refleja en toda aquella política pública que emprende el Estado, en tanto aquella se convierte en una auxiliar de sus labores. Las universidades públicas son los mejores asesores con que pueden contar los gobiernos y los gobernantes. En ellas está el conocimiento y la nobleza que requiere trabajar por un pueblo. Valoremos a las universidades como lo que son: la esperanza del triunfo de la verdad por encima de la mentira y la falacia, de la ciencia por encima del dogmatismo y, de la luz, por sobre la oscuridad de la ignorancia.