Yucatán

Roldán Peniche Barrera

Notable ejecución de la virtuosa Edith Peña, en un Concierto de Brahms

con espíritu de sinfonía / La 3ª Suite Orquestal de Tchaikovsky

Mucho sudor y lágrimas costó a Brahms conseguir colocar su primer Concierto para piano y orquesta (Op. 15) en los repertorios alemanes de su tiempo. En su presentación en Hanover y en Leipzig resultó un fiasco, y en la de Hamburgo, en su primera ejecución pareció gustar al público, pero en la segunda no hubo la ovación esperada, ni siquiera los aplausos de cortesía: imperó más bien el silencio que suele doler más que la agresión verbal. Con el tiempo, con los años, la obra constituiría uno de los grandes conciertos de piano de la historia.

Una sinfonía con “piano obligatto”

Algunos críticos de la época la tacharon de “una sinfonía con piano ‘obligatto”, lo que los siglos se han encargado en desmentir: el piano mantiene su lugar en el Concierto y lo mismo se luce en los pasajes tiernos que en los de gran importancia, tal como lo ha demostrado esa notable pianista venezolana Edith Peña, al ponerse al tú por tú con la sonora orquestación brahmsiana. La Srita. Peña, a pesar de sufrir horrores con nuestro infernal calor yucateco (el blanco pañuelo fue su mejor aliado para el caso) no desmereció nunca en el combate de su instrumento contra la poderosa orquestación brahmsiana la cual, admitimos, alcanza los tamaños de la sinfonía. Mas Edith Peña es, velis nolis, una absoluta virtuosa procedente de un país virtuoso, hoy castigado por el Imperio. La introducción del Concierto (Maestoso) es extenso y parece el prólogo de una sinfonía. Después toma su lugar el piano y pronto mezcla sus sonidos con los orquestales para regalarnos un movimiento admirable. El Adagio es dulce, sereno, con algunos pasajes de fuerte color, claros antecedentes del Romanticismo. El final Rondo. Allegro non troppo es tan largo como el Maestoso inicial, pero lleno de detalles de la maestría de Brahms en la orquestación, que se compagina a maravilla con la de la Srita. Peña para halagar nuestro espíritu y proceder a la coda que clausura la obra con gran fuerza y abre la ovación del público consagrado a la virtuosa pianista y a la calidad sinfónica de la orquesta y su director el Mtro. Lomónaco.

La Suite No. 3 para orquesta, de Tchaikovsky

Tchaikovsky compuso varias suites para orquesta, además de otras que integraron compositores ajenos a sus ballets El Lago de los Cisnes, Cascanueces y La Bella Durmiente. La Número Tres (Op. 55) que escuchamos el viernes pasado es, contra la acostumbrada melancolía del compositor, un conjunto de lindas y románticas piezas, con algunas excepciones como la inaugural Elegie y el Valse melancolique.

La Suite ha sido una oportunidad de oro para nuestra orquesta de lucir la alta calidad de su sonido, virtud desde luego debida a Juan Carlos Lomónaco y, por supuesto, a la excelente labor de conjunto del grupo.

La Suite consta de cuatro movimientos y dura (al igual que el Concierto de Brahms) más de 40 minutos. Hay lucimiento para todos los músicos, sin faltar los percusionistas (siempre favoritos de Tchaikovsky), los alientos y las cuerdas (entre éstas, la actuación en solitario del primer concertino Christopher Collins en el Tema y variaciones, final que en verdad merecía un aplauso). El Scherzo es interesante y el gran final del ya mencionado Tema y Variaciones nos transmite la energía y al propio tiempo la maestría del manejo de la orquestación de Tchaikovsky. Gran ovación. La semana próxima el programa No. 12, para clausurar la calurosa temporada de verano.