Cristóbal León Campos
El ser humano con la ciencia por delante está obsesionado por alargar la vida, pero aún no aprende cómo vivirla, transita en ella. Espera el fin y, cuando éste llega, se da cuenta de que no disfrutó su estadía en el mundo, cegado por querer intervenir lo único que no podemos controlar, deja ir de sus manos todas las posibilidades que tuvo para realizarse, los humanos olvidamos reconocernos como seres efímeros. La vida es efímera, eso se sabe bien, pero parece no lo hemos entendido, su fragilidad es tan grande que un instante basta para ponerle fin, un simple suspirar puede representar todo lo vivido, evoca aquello que la memoria resguarda, somos nada en el concierto de los elementos del universo.
Es frecuente ver a quienes por alguna enfermedad o por la edad avanzada comienzan a realizar los sueños, efectúan viajes, estudian alguna profesión o se aventuran en actos temerarios, la prisa de vivir los conduce a tomar conciencia, no podemos esperar hasta el final para luchar por los sueños, postergar es evadir, evadir es engañarnos, pero la sabiduría de la naturaleza nos hace de una u otra forma apreciar nuestro error, lo que no hagamos hoy, mañana difícilmente podremos hacerlo. ¿Por qué esperar a que el tiempo se nos acabe para realizar las cosas que deseamos? ¿De qué sirve postergar la materialización de los deseos si sabemos que únicamente cumpliéndolos seremos enteramente felices? Vivir es presente, es ahora, en nosotros está la posibilidad de construir utopías o simplemente transitar con nostalgia el tiempo.
La nostalgia tiene un sabor particular que a todos atrae, mas tiene cierto dulzor que empalaga si en exceso se consume, la nostalgia es fuerza, sin embargo, como cualquier golosina, si nos alimentamos sólo de ella podemos enfermarnos de tristeza o de nada pese a que nos parezca que es de todo. Transitar la vida en nostalgia es ocioso, fructifica quien a pesar de la tristeza moviliza el deseo y concreta el anhelo, la pasividad es absurda en un mundo de cambios continuos, no es lo mismo vivir en paz que vivir en la indiferencia, quien es indiferente primero ha cerrado los ojos para ver su realidad, acepta la derrota sin luchar la batalla, muere silencioso quien nunca habitó el mundo.
La vida es un soplo fugaz, un instante, nada es eterno aunque algunas cosas duren para siempre, las caricias y las sonrisas quedan marcadas en el alma, hacen latir el corazón al recordar, perduran tatuadas en el ánimo humano, no importa si nunca más se escucha aquella voz que nos hacia soñar, su eco grabado lo repetimos imperecederamente, somos como niños no obstante nos vistamos como adultos, jamás dejamos de conocer y aprender, el conocimiento es tan amplio y en constante reformulación, que no hay forma de saber todo, somos efímeros porque somos ignorantes.
La alegría infantil es desplazada por las responsabilidades y las obligaciones, comenzamos así, a esperar el final del camino, las responsabilidades son entendidas como actos de seriedad, prohibida la risa en la jornada, prohibida la vida, nos condicionamos, moldes estrictos y cadenas de prejuicios, morimos de nada sin vivir por todo lo que deseamos, sueños de locos, corrientes adversas, mirar el final de la vida desde el inicio es un condicionante inscrito en la tradición, si bien ninguno de los muchos dioses de la humanidad quiere a los tibios, son las mismas religiones las que nos dicen que la vida debe mirarse como un tránsito nada más, se dice que la verdadera vida inicia tras la muerte, ¿entonces debemos morir en vida para vivir en la muerte?, no cuestiono lo que cada quien debe decidir, si cree o no, lo que sí es necesario cuestionar es la idea de que en nuestro tiempo en la vida terrenal deba ser un tránsito nada más. No hay mañana para el ahora porque se conjuga en presente, ahora es el momento de vivir, morir lo haremos mañana.
En algún punto de la vida, si queremos ser felices, debemos comenzar a vivir el ahora, no más cargas de pasado y mucho menos ansiedad de futuro, vivir el ahora no es un asunto de olvidarse de las preocupaciones, es hacerse cargo de esas preocupaciones y ponerles el punto final en su justo momento, es saber proyectar los deseos e ir por ellos, pero con pasos concretos y firmes, la especulación y la ambivalencia alimentan la pasividad, no tiene ningún caso esperar el final para iniciar la vida, ocuparnos del presente viviéndolo ahora, esa es la mejor proyección al futuro.
*Integrante del Colectivo Disyuntivas