El Rey Felipe II visitaba la Catedral de Córdoba y pidió ver el cadáver embalsamado del Rey Alfonso VIII y notó que le faltaba una espada; preguntó a los presentes y un cura le respondió:
–Alteza túvola antes, pero no sabemos qué fue de ella y no nos hemos atrevido a ponerle otra.
Entonces, el Rey Sol desenvainó la suya y se la colocó al héroe de Las Navas de Tolosa, diciendo:
–Bien hicieron sus reverencias, porque no era adecuado ponerle una espada que no fuera de Rey.