Roldán Peniche BarreraYucatán Insólito
I
Ya se había inventado el panucho en el siglo XVIII
Según lo que se dice y se repite, durante el Siglo XVIII un señor don Ucho, que tenía un puesto de comida por la Ermita de Santa Isabel, allá por el camino real que conducía a Campeche, tuvo la singular idea de inventar el panucho.
Como se sabe, las calesas y los volanes iban y venían por aquel camino en sus diarias jornadas a Campeche. Un número de viajeros, antes de entrar a Mérida, le pedía al cochero que se detuviera en el puesto de don Ucho para ordenar algún puchero o un mondongo kabic pues el largo y cansado viaje les había abierto el apetito. Pero hete aquí que una noche la calesa se retrasó por algún motivo y en vez de pasar por el puesto a las 7 u 8 de la noche, lo hicieron a las 11. Claro que los viajeros venían con el hambre atrasada, y deteniéndose la calesa en la fonducha le pidieron a don Ucho que les sirviera algún platillo para cenar. Lamentablemente a esa alta hora de la noche ya todo se le había agotado a don Ucho y disponíase a cerrar.
-¡Don Ucho! -le suplicaban los fatigados y hambrientos viajeros- denos lo que sea, lo que tenga Ud.
-Pero es que no tengo nada. ¿Qué les voy a dar?
Uno de sus ayudantes le dijo oportunamente:
-Don Ucho: le queda a Ud. algo de frijol refrito y una pila de tortillas. Sírvaselos y punto.
Y don Ucho untó de frijol las tortillas, las calentó y encima les puso algo de cebolla. Y eso comieron los viajeros con el mayor deleite. Desde aquella noche, las caleses se detenían en el puesto para probar el “pan de don Ucho”, que ahí pasó a “pan de Ucho” y finalmente a “panucho”, que dura hasta nuestros días más famoso que nunca.
Pero decíamos que una de las más famosas panucheras del siglo XIX fue una vieja mestiza que tenía su modesto puesto en el Parque Hidalgo.
Poesía joven de Yucatán
Juan Manuel Góngora
II
Jamás pensé sentir lo que siento,
noches enteras te lloré y lloré,
al viento siempre le reclamé
lo que dejaste enterrado dentro.
A la gran oscuridad embellecí
con este dolor que estoy cargando,
las aguas negras ando dragando.
¡Puedo recordar aún todo lo que flui!
Grande, muy inmensa es esta pena,
por cuánto más la tendré que cargar,
la mesa está vacía en la cena.
Por cuánto más deberá de brotar,
lo malo lo saca la luna llena.
¡Cuánto más deberé de soportar!