Yucatán

A fines del siglo XIX, Mérida tenía 35,000 habitantes; por aquellos años, un italiano fue el segundo sorbetero de la ciudad

Roldán Peniche Barrera

Yucatán Insólito

Si la Mérida que nosotros, cuando niños, conocimos con su silencio, y sus cientos de calesas y bicicletas, imaginemos cómo sería la de finales del siglo XIX, según nos cuenta en sus Memorias el distinguido y modestísimo músico sinfónico don Gustavo Río Escalante:

“Mérida, de lo que recuerdo desde los diez años (N.B. D. Gustavo habla de 1890), era una ciudad pequeña, cuando más de treinta y cinco mil habitantes. La ciudad terminaba en los suburbios de Santiago, Santa Ana, Mejorada, San Cristóbal, San Sebastián, pues todo lo que seguía era monte con algunas casas de paja, que colindaban con las haciendas cercanas”.

Y luego memora el compositor las fiestas de aquellos tiempos:

“De las fiestas anuales de Mérida, las más suntuosas eran las de la Plaza de Santiago, en el mes de agosto. En la plaza se instalaban los puestos (tamazucas) entre el lodo y el polvo. Los principales comerciantes ponían las tómbolas para salir de sus mercancías, sobre todo de juguetes que les sobraban de la Navidad. Había restaurantes de comida regionales y gran cantidad de nance y uvas de Progreso. Fue más tarde cuando funcionó un carrusel”.

Sobre este asunto del carrusel, casi no habla ninguno de los cronistas de aquellos tiempos, pero puede imaginar el lector que si todavía no había carruseles en las ferias, menos funcionarían ruedas de la fortuna o “del amor” como llamaban a la de los canastos ya en época de los empresarios Cáceres y Ordóñez, y tampoco las “sillas voladoras”, los avioncitos y demás aparatos de diversión. (Prosigue mañana)

La Hora del Poeta (Concluye)

He visto llorar a los muertos…

Con un llanto inútil de magros recuerdos

Porque los cristales rotos que van de mis ojos

A un Cristo sonoro sin astros, sin luz, sin áureas centellas…

Un Cristo de mirada inerte, que siembra en mi mente

Las terribles dudas de que en ciclo sacro

Podamos vencer a la muerte…

Y volver a los vientres maternos…

E incubar esperanzas de mejores tiempos…

De nuevo enseñanzas en el Padre Nuestro

Las manos juntitas y el Ave María

Que conforma el cielo…

Y el Amén que es beso

Pleno de ternura que cura las penas

Y eleva los sueños…

¡Vencer a la muerte!

¡Que quede esta vida!

¡Que tornen mis viejos ancestros!

¡Y trasladen en mí sus ensueños!

Promesas son siempre promesas…

Y es un imposible palpar las certezas…

¿Podremos un día vencer a la muerte?

Un resucitado que es un ser divino

Tornó con su padre…

Dando fin al trance

De esta vida nuestra…

¿Podremos un día vencer a la muerte?

La ruta trazada es desconocida…

¡Quiero lo que amo! ¡Lo que el alma templa!

¡Ni odios ni rencores!

¡Un siempre divino cuajado de amores!

¡Y que es fortaleza del hombre que piensa…!

Y surge de nuevo lo incierto…

¿Podremos un día vencer a la muerte?

Quién dice que es vida…

Es tan sólo muerte…

Hansel de T. Ortiz Betancourt