Por Roger Aguilar Cachón
Más que abarrotes
Los recuerdos de nuestra infancia y mocedades siempre son valiosos cuando vemos la manera en que la vida se va desarrollando y cómo los años, como se dice, “no pasan en balde”. Nuestra memoria es una biblioteca a la que acudimos de vez en cuando y no sólo nos remonta al pasado sino que también nos hace valorar nuestras costumbres. Así como funciona una biblioteca, nuestra memoria está clasificada en recuerdos de diversos temas, en esta ocasión recordaremos aquellos que nos recuerda la farmacopea de nuestras mamás cuando alguno de mis hermanos o el autor de estas letras se enfermaba.
Las tienditas de las esquinas no sólo vendían abarrotes de uso cotidiano, sino que también tenían una sección o más bien un anaquel en donde se encontraban algunas medicinas de uso normal cuando alguien de la familia se enfermaba, desde luego que eran algunas medicinas de compra directa y que se consumían antes de acudir al facultativo, en el caso de la letra a un médico familiar que se encontraba en la equina de la tienda El Sufragio, allá en la 69 con 42.
Cuando la emergencia ocurría ya pasadas las 10 de la noche, las tiendas ya se encontraban cerradas, había la necesidad de ir hasta el centro de la ciudad y encontrar alguna farmacia que estuviera abierta para poder tomar la medicina que en ese momento se requería.
Independiente de la formación académica de nuestras mamás (para otros madres), ellas tenían la sabiduría de saber qué hacer para determinadas enfermedades o accidentes que nos ocurriera en la casa o fuera de ella, antes de tener que acudir al médico familiar o de por la casa. De manera específica las mamás yucatecas tienen la sabiduría en sus venas, sólo que algunas se pasan de “lanza” con algunos remedios y otras sólo utilizan los que les ha dado buenos resultados con antelación.
Fíjense, mis caros y caras lectoras, mi mamá, como la de muchos de ustedes, se preocupaba siempre por nuestra salud, era de aquellas personas que al primer síntoma de alguna enfermedad nos llevaba al médico –costumbre que al de la tinta se le quedó muy grabado-, pero en algunas ocasiones cuando el problema era leve, utilizaba su conocimiento empírico para superar la dolencia.
Mi mamá poseía y guardaba con mucho celo una libreta de color roja en donde registraba nuestra visitas al médico y apuntaba la medicina y el diagnóstico, era una especie de bitácora en donde apuntaba nuestra evolución diaria así como lo que nos recetaban, la manera de tomar la medicina y la comida que debíamos de ingerir. Esa libretita quise recuperarla después de años guardada, pero desafortunadamente no la encontré. Sería muy interesante ver las medicinas que nos recetaban en aquellos años.
Pero lo que hoy nos ocupa es recordar aquellas medicinas que nos hacían ingerir y que se podían conseguir hasta en la tienda de la esquina, pero también había remedios caseros, que trataré primero, para curar nuestras enfermedades o lesiones. Tanto los primeros como los segundos tenían un resultado inmediato, si bien no curaban completamente la dolencia, sí la paliaban.
A los niños, como tales, les gusta jugar sin medir las consecuencias, cuántos de nosotros no sufrimos caídas y algunas fuertes en donde el chuchuluco hacía su aparición. Para este problema nuestras mamás o la mía en particular tenía dos opciones para hacer que bajara el golpe, la primera era poner un poco de sal y naranja agria en el lugar golpeado y la otra era hacer una solución de agua y jabón se ponía en el chuchuluco, se cubría con papel de estraza (un pedazo) y se le pasaba por encima un cuchillo, se decía que era para que bajara la hinchazón. La naranja también se usaba (desde luego con un poco de sal) para aliviar las caídas y raspones, de manera generalizada en codos y rodillas.
Las cortadas con algún objeto filoso, ya sean cuchillos o bien filos, hay que recordar que el filo que se usaba para las rasuradoras, era muy recurrido para tajar los lápices o para recortar. Cuando de casualidad nos cortábamos en los dedos o mano, lo usual era lavar con agua y jabón y en lugar de merthiolate, era recomendado por las tías ponerse una buena cantidad de café en polvo para hacer que la herida se cerrara. Para los sustos nada mejor que un poco de agua o un pedazo de pan, pero lo que se usaba de manera generalizada y se decía que era muy efectiva para tratar el nerviosismo o la ansiedad era el agua de azahar. Se ponía a hervir algunas hojas de naranja y se tomaba como infusión.
Para el tratamiento de los hongos y del pie de atleta era recomendado el uso en infusión de una planta que crece de manera silvestre en las calles y patios y que se llama Vicaria. Muy efectiva, pero para que hiciera efecto había que remojar nuestros pies en una palangana y esperar que nuestros dedos quedaran chuchules para poder sacarlos y secarlos. Estos son algunos de los remedios más usuales para determinadas lesiones y enfermedades.
En cuanto a las medicinas de patente que se podían conseguir de manera rápida y que paliaban algunas enfermedades podemos mencionar una que de manera cotidiana la usaban nuestras abuelitas y tías para que se les quitara el dolor de cabeza y como en el caso de mi tía Rita, ella las tomaba de manera cotidiana hasta sus últimos días, me refiero al Mejoral (Mejor, mejora Mejoral). Aunque también había para los niños Mejoralito y se usaba hasta para quitar dolores leves. Caso similar era el Conmel, muy recurrido por algunas personas y se recomendaba hasta para el dolor de muelas (claro, no había el Ketorolaco).
Para curar los síntomas del resfriado, como el escurrimiento nasal, dolor de cuerpo y calentura, había en el mercado (en la tiendita de la esquina) dos opciones efectivas, el ContaX (12 horas de alivio) y el Desenfriol con dos presentaciones, una para adultos y otra para niños. Para los problemas de la tos se recurría a unas pastillas en forma de caramelo que se llamaban Pastillas Penetro. También existían las pastillas en forma de triángulo de Vick VapoRub para la garganta reseca y garraspera. Los dolores musculares por algún movimiento brusco o por dormir chueco, nada mejor que el Magnopyrol.
En la actualidad hay muchas medicinas tanto en tabletas como en suspensión para el tratamiento de las dolencias gástricas (diarrea), pero en los años de mocedad del de la letra, había una pastilla de gran tamaño que servía como “tapón” para las afecciones de ese tipo, me refiero al Enterobioformo Simple y Compuesto. De gran aceptación por ser fácil de conseguir y a bajo precio.
Los ungüentos han sido y serán siempre de mucha utilidad y recurridos por las familias de todas clases sociales, en las mocedades del de la letra era común el usar el Vick VapoRub, el Mentholatum, y la amplia gama de pomadas y bálsamo del Dr. Castro, de la Campana y 666. Aunque también ha existido y se compraba en aquellos años sólo en el mercado grande la Pomada del Tigre. Las dolencias de la garganta eran combatidas de manera inmediata, aunque quedara un poco entumida nuestra lengua con el Graneodin y el Cepacol. Las molestias de las agruras se combatían en una gran parte con un sobrecito de Sal de Uvas Picott, aunque también era recurrente el uso del sobre de Alka-Seltzer.
Una afección muy común era la aparición del xoy (horzuelo), que se dice que salía por quitar lo que se había regalado o por ver hacer a los perros su gracia. Era normal usar una gragea de vitamina A, hacerle un pequeño orificio y pasarlo sobre la parte afectada. Resultado, casi inmediato. Para fortificar nuestro cuerpo no era común el uso de Vitamina 12, pero en su lugar se usaba una medicina que venía en un envase de vidrio labrada con un pescador, su nombre: Emulsión de Scott. Muy mala, pero efectiva, recuerdo que nos tapábamos la nariz para no olerlo, pero su efecto colateral era muy fuerte. Se usaba también el Hemostyl, y para poner en la leche en el desayuno no podía faltar el Calcetose.
Recuerdo no haberlo tomado pero sí conocido por medio de los anuncios en la radio de un medicamento muy efectivo para “sacar” los bichos, el Piperawit. Y ya estando en el mercado no podía faltar la compra, para aquellos que lo necesitaran, de la famosa Alacranina (desprende verrugas), que se usaba para quitar el ax, aunque la leyenda urbana menciona que el pelo de caballo, enroscado fuerte en la verruga era efectivo para que se cayera.
Sin lugar a dudas, mis caros y caras lectoras, muchos más habrían sido los remedios y las medicinas que se podían encontrar en las tienditas de la esquina, pero para muestra un botón. ¿Recuerdan haber usado alguno de estos remedios o bien tomado alguna de estas medicinas en su infancia? Espero haya sido agradable esta vuelta a algunos de los recuerdos de aquellos años.