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Porfirio Díaz y la espada de Austerlitz

Ana María Aguilar

El 20 de julio de 1911 el general Porfirio Díaz visitó la tumba de Napoleón. El general Niox, veterano de las guerras de Intervención en México, comandante en jefe de la guarnición de “Los Inválidos”, puso en sus manos la espada que llevó el Emperador en Austerlitz, su más célebre batalla victoriosa. Irónicamente, don Porfirio fue admirado grandemente por aquellos viejos soldados franceses a quienes había derrotado en México hacía más de cuarenta años. En una escena de la serie “El vuelo del águila”, Díaz recorre un pasillo flanqueado por veteranos franceses, algunos con muletas, y comenta en voz baja a su acompañante mexicano: “¿A cuántos de éstos habremos dejado inválidos nosotros?”.

Napoleón es el “personaje” por excelencia en Francia, a pesar de sus errores y ambiciones. Un día quiso realizar una maniobra naval y el almirante a cargo se negó porque amenazaba mal tiempo. Napoleón insistió y el resultado fueron doscientos cadáveres y muchos barcos destruidos. La Grande Armée, que llevó a Rusia con quinientos mil hombres, regresó con un veinte por ciento de fuerzas y muchos lisiados por el frío y por la falta de alimento debido a la táctica de “tierra quemada” que practicaban los rusos. Pero junto a esto, tenemos el Código Napoleón y la oportunidad que dio Bonaparte a muchos jóvenes de ascender a cargos militares que antes estaban reservados únicamente a la aristocracia. Los grandes hombres siempre presentan luces y sombras.

En un viaje a la República Checa, nuestra acompañante nos llevó a un museo de porcelana, con exhibiciones bellísimas de todo tipo de objetos indispensables en las casas de los grandes señores de otros tiempos. En cierto momento, nuestra amable guía comentó que nos llevaría al lugar más importante del museo, pues allí se exhibía una muestra de la vajilla encargada por el Emperador. Mi cerebro empezó a dar vueltas. La región en la que estábamos colinda con Austria, así que me imaginé y pregunté si se trataba de Franz, el emperador Francisco, padre de María Luisa, segunda esposa de Napoleón. La dama me miró con severidad: “El único emperador que conocemos aquí es al emperador Napoleón”.

En el cementerio de Montparnasse está enterrado Porfirio Díaz hasta el día de hoy, a la espera de que se le reconozcan sus méritos. Se enfrentó a Santana y al Imperio: es el héroe del 2 de abril, batalla que dio la puntilla definitiva al Imperio y le permitió entregar a Juárez la ciudad de México. Y, caballerosamente, políticamente o maquiavélicamente, se retiró a La Noria, ¡Oh, La Noria!, de hermosa memoria en sus últimos días, a la espera de que llegase su tiempo para ocupar la presidencia. Don Benito Juárez conservó el poder durante quince años, y si no hubiera muerto, quizá él hubiera ocasionado la Revolución.

Otros personajes conocidos como los “villanos” de la Historia (con lo que yo no estoy de acuerdo) tienen un lugar en México: Hernán Cortés (para mí el padre del mestizaje y el primer mexicano) está enterrado en la Iglesia de Jesús (pobre y poco visitada). Los restos de Agustín de Iturbide, consumador de la Independencia, en la Catedral Metropolitana de México.

Era el dos de julio de 1915. En sus últimos momentos en París, por la ventana entraba el sol en tonos crepusculares, dice Martín Luis Guzmán. Quizá recordaba aquel “Dios nunca muere” que sus amigos entonaron antes de verlo subir al Ypiranga… así muere el sol en los montes con la luz que agoniza… Ya sólo pensaba en La Noria y La Soledad, Oaxaca, la tierra que tanto amó. Allá le gustaría descansar y morir.

En el interior del sepulcro sus familiares depositaron una urna con tierra de Oaxaca y una imagen de la virgen de la Soledad. El general descansa bajo su espada con una bandera de México. En el exterior, en la parte superior, está grabado el escudo mexicano: un águila devorando una serpiente y a los lados solamente el nombre de Porfirio Díaz.

Sostener en las manos la espada de Austerlitz era el mayor honor que el pueblo francés podía conferir a un soldado, a un gran militar y gobernante que había puesto a su país en el concurso de las naciones del mundo. A su llegada a París, fue recibido por las más grandes autoridades militares, fue invitado al Palacio del Presidente francés, quien luego devolvió la visita a la modesta casa de la Avenida del Bosque, donde se alojaba la familia Díaz a la espera de ser llamados de vuelta a México. Lo que nunca ocurrió.

Cuando el pueblo de México quiera repatriar a Díaz, tal vez el gobierno francés se niegue a aceptarlo.

El águila mexicana en la tumba de Porfirio Díaz

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