En la Corte del rey Alfonso XII, don José Luis Albareda gozaba de la gran simpatía del monarca: político y periodista, no era amigo de la adulación, acostumbraba a decir lo que sentía. Siendo ministro de gobernación, nombró diputado a uno que tenía fama de bruto y el rey le preguntó:
–Don José, ¿es cierto que ha nombrado a ese sujeto tan tonto?
–Sí señor, tenga en cuenta Su Majestad que es muy importante que en la Corte todos tengan representantes.