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Yucatán

Cristóbal León Campos*

El dolor en la mano recorre los huesos, artritis diagnosticaron los médicos, indiferente dejó el tratamiento, sabe que cada vez que siente nervios o ansiedad el sufrimiento regresa. No había estado en esa silla desde hace mucho, acostumbraban ir todos los domingos después de comprar algunas frutas y verduras en el mercado aledaño, pasaban horas comentando la semana, los estudios, el trabajo, todo tipo de distracciones, ella tomaba una malteada de chocolate acompañada de algún pan recién horneado, él, bebía indiscriminadamente café americano y express, era su rutina, momentos de fraternidad.

Se entretiene encendiendo y apagando el cigarrillo, las cenizas forman figuras inteligibles, seis o siete colillas atestiguan, en la mesa central del café La Flor de Santiago, en silencio se interroga, no comprende cómo el orgullo se antepuso al amor; ¿qué sentido tiene permanecer separados si ambos nos amamos? ¿Por qué esperamos tanto para volver a encontrarnos? Repite una y otra vez en su mente las preguntas, agobiada acaricia su cabello con la mano derecha, el color castaño ondulado se pierde con la media luz del lugar, él aún no llega.

Al fondo del café suena en la rocola una conocida melodía, escuchaban música al terminar las labores cotidianas, en el sofá de la sala compartían gestos de aprobación o desagrado, revisaban lo último de la discografía, ella se ocupaba de la selección, en la esquina frente a la escuela, una tienda ofrecía en renta los discos, en las noches que podían organizaban sus conciertos privados. Los vecinos inquietos en ocasiones interrumpían, reprochaban lo estrepitoso del sonido, pausada la voz lograba calmarlos, siempre admiró su forma de hablar, sabía decir lo preciso de manera espontánea, fue hombre de pocas palabras y variadas expresiones.

Luego de distanciarse, trabajó en diferentes oficios, logró finalizar la universidad titulándose de economista, visitó algunos de aquellos países de América del Sur que tanto veían en las fotografías y leyó las novelas de misterio que desde niña le apasionaban. Sostuvo algunas relaciones inestables que la marcaron, permaneció sola, dejó de pensar en el dolor, hizo de la tragedia una enseñanza. Se mudó a otra ciudad cuando consiguió el empleo soñado, con una buena posición económica, aseguró su bienestar. Al marcharse no hubo oportunidad para despedirse, llevaban tiempo sin hablar, quiso buscarlo, pero prefirió dejar así las cosas. Condujo su vida por los senderos que deseó, a pesar de que frecuentemente pensaba en él.

Al regresar a la ciudad lo primero que especuló fue contactarlo, sin embargo, prefirió establecerse antes de volver a verlo, rentó una casa a dos esquinas de su morada natal, el barrio había cambiado, el pequeño parque donde jugó de niña fue atravesado por una avenida que conectaba con un puente, las tiendas familiares cedieron su lugar a los comercios de conveniencia, mini-súper-mercados que acaban la economía local en pocos meses. El edificio de la antigua escuela fue abandonado debido a que al crecer los niños fueron migrando, no hubo quien acudiera a las aulas. La ferretería de su padre era ya solo un recuerdo, todo había cambiado, aquel expendio de novedades donde rentaba los discos que escuchaban se convirtió en una moderna cervecería con prostitución incluida.

El reloj mira, diez u once colillas atestiguan, las cenillas caen sobre los antiguos mosaicos, se acomoda otra vez en la silla, el ambiente le pesa. Un grupo de jóvenes estudiantes que discute temas de política, suple el sonido de la rocola, con voz fuerte los jóvenes hacen saber su inconformidad por las nuevas leyes de educación, el malestar es generalizado en la sociedad, son días de agitación, ella siempre prefirió mantenerse al margen; cuando lo arrestaron, apenas lo visitó en un par de ocasiones, él formó parte de las juventudes socialistas en la universidad, puntos de vista contrapuestos que no interfirieron en su relación, aunque eran temas que poco acostumbraban hablar.

Recuerda los días en casa, al morir sus padres la unión se fortaleció, debían mantenerse unidos, los domingos eran días de compartir, visitaban el café, compraban en el mercado lo indispensable para la semana, iban al cine o paseaban aquellos viejos comercios de antigüedades, de vez en vez, compraban un nuevo disco o algún libro que compartirían, por su juventud crecieron juntos, se fortalecieron.

Ansiosa se cuestiona, ¿habrá recibido bien el mensaje?, ¿será que no vendrá?, ¿a causa de qué nos distanciamos? Ignora qué responder, un pleito juvenil que dejaron crecer con el tiempo y el orgullo los alejó, ambos pusieron obstáculos para el reencuentro, dedicaron sus vidas para ellos, la unión se disolvió sin palabras que mediaran el dolor.

Escuchó de sus logros a través de los amigos, leyó en la prensa nacional alguno de ellos, vanidosa llegó a presumirlo pero no se atrevió a llamarle, supo que se enlazó y que enviudó trágicamente, sintió una gran pena, pero tuvo miedo a ser rechazada. Distanciados crecieron. Los años cambian a la gente, ahora que la vida retrocede quisiera hablarle, para ello lo citó, el mensaje decía: “He regresado, deseo verte, te espero este domingo en aquel café donde nos conocimos”. Su firma y la propuesta de hora cerraban el recado con la expresión “perdona mi ausencia”.

La tristeza avanza, su rostro oculta su nerviosa sonrisa, nostalgia entre cigarrillos, son las diecinueve horas y no hay ninguna noticia, las colillas comenzaron su cuenta nuevamente, el mesero retiró el cenicero desbordado, una nueva taza de café acompaña al reloj que minutos antes desprendió de su muñeca izquierda, la mano duele, rasga su cabello, se arrepiente, un aire de molestia se apodera de ella, ¿para qué intentarlo una vez más?, ¿vale la pena toda esta vergüenza?, el orgullo llama a la puerta. Las fuerzas pierde mientras recorre una vez más con la vista el café, incómoda comprueba que desde su llegada una joven mujer de tez oscura y mirada apacible la observa, hace saber su reproche con un gesto serio, impaciente se prepara para marcharse.

Al mesero solicita la cuenta, saca del bolso unas monedas, sin verificar la cantidad asienta el dinero y se pone de pie, retrocede un poco, bebe de golpe la última taza, jura en su mente jamás volver a este lugar y nunca intentarlo con él, ojos llorosos que voltean hacia la rocola, rememora, escucha la canción, la mujer joven se ha retirado o al menos eso piensa, camina a rumbo a la salida, vuelve a detenerse, se contiene, una mano suave la toma del hombro, al oído le susurra: “Tía, papá murió, soy yo, tu sobrina, la que respondió el mensaje, tu hermano siempre te espero”, la voz le recuerda a su madre, sollozando gira y abraza lo que de él permanece.

*Integrante del Colectivo Disyuntivas

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