Jorge A. Franco Cáceres
No deberíamos dudar que es desprecio discriminatorio pretender que las comunidades agrarias y los ejidos campesinos, muchos de ellos con más siglos de historia y cultura que la capital yucateca, sean parte de un sistema político y económico ajeno a sus tradiciones originarias y sus saberes ancestrales porque se cree en que es lo mejor para ellos.
Si reparamos en los derechos humanos, podemos ver la dimensión del rechazo histórico y cultural que se impone desde Mérida cuando se habla del respeto de los derechos fundamentales de la población de origen maya, porque esos derechos no se cumplen en las comunidades agrarias y los ejidos campesinos debido a que los designios políticos y los intereses económicos disponen que las cosas sean de otro modo.
Sabemos que el problema radica en que se cree en la capital yucateca que el mundo de comunidades y ejidos que la circunda debe uniformarse en tecnología, organización y educación, de acuerdo con principios que los emeritenses creen que son absolutos, como la economía mercantil y la democracia ciudadana.
Muy pocos se preguntan en Mérida qué porcentaje de la población yucateca originaria se encuentra plenamente identificada con esos principios occidentales. Y si consideramos las historias y las culturas de las comunidades y los ejidos, nos daremos cuenta también de que la capital yucateca pretende uniformar culturalmente siendo una minoría discriminatoria.
¿Por qué están equivocados los poderes y las fuerzas que proceden desde la capital yucateca con actitudes de desprecio discriminatorio? ¿Quién les dio a ellos el monopolio cultural de la verdad civilizatoria? ¿Acaso Mérida es el único promotor de todo el desarrollo moderno en Yucatán? ¿Es que las zonas arqueológicas y las comunidades tradicionales, que son atractivos centrales del turismo regional, no tienen nada que ver con la población de origen maya?
Están equivocados por no asumir que no se puede uniformar culturalmente a las comunidades y los ejidos desde la capital yucateca -ni pretender inamovibles a la democracia ciudadana y la economía mercantil-, neutralizando las historias comunes y las culturas locales.
También lo están por no reconocer que es inoperante en el plano cultural que desde Mérida se impongan dogmas mercantiles o verdades políticas que carecen de legitimidad para la percepción de las comunidades agrarias y los ejidos campesinos. Si los emeritenses no lo entienden así, los demás yucatecos seguirán a expensas, por muchos años más, de la destrucción ocasionada y el caos generado por sus afanes uniformadores.
Otra crítica que tenemos para la capital yucateca se dirige a la uniformización en tecnología, organización y educación, que entraría en choque con aquellos elementos que distinguen a la cultura originaria de las comunidades y los ejidos, produciendo una homogeneización negativa para los individualismos locales y ocasionando situaciones de tensión diaria además de conflictos de largo alcance.
Sin lugar a dudas los afanes de uniformización han llevado a los emeritenses a creer de modo equivocado que una cultura con mercado y democracia es superior a otra con tradiciones originarias y saberes ancestrales. Los medios políticos y económicos han ocasionado que en Mérida una minoría se sienta con el derecho de imponer principios ajenos a las comunidades agrarias y los ejidos campesinos.