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El Pbro. y Dr. Mario Angel Flores, rector de la Universidad Pontificia de México, dijo ayer que así como los primeros discípulos de Cristo cambiaron al mundo, de la misma manera nosotros hoy, en estos tiempos nuevos que vive la Iglesia, debemos regresar a los tiempos plenos de la historia y de la fe y debemos ser capaces de cambiar al mundo.

Pero –aclaró– no enfrentándonos con el mundo, no peleándonos con el mundo, sino dando testimonio alegre, confiado, convencido de nuestra fe.

Hablando con singular profundidad, el distinguido visitante recordó asimismo que esos tiempos nuevos se iniciaron a partir del Concilio Vaticano II, cuando la Iglesia retoma su identidad, cuando queda claro que la Iglesia no es una Iglesia para sí misma, sino es una Iglesia que Cristo ha querido como instrumento de salvación.

Y, reflexionando, agregó:

–Entonces necesitamos, a la altura de los tiempos que hoy vivimos, ser una presencia clara de nuestra fe. Una fe que en Cristo debe cambiar la historia, debe cambiar al mundo.

Rostro laical

En esta parte comentó:

–Voy a referirme a la propuesta que los Obispos hacen: Que hoy también necesitamos una Iglesia con rostro laical. Es decir, no sólo el sacerdote, no sólo el Obispo, sino sobre todo los laicos. Laicos que donde trabajan, donde viven, donde construyen la sociedad, estén con sus valores, con su fe, con su esperanza transformando el mundo: Y es la única manera. No hay otra. Porque el camino de Jesús no es un camino ni de cambios violentos, ni de cambios a través de la represión, o de cambios de enfrentamiento, sino son los cambios de convicción, de amor, de misericordia. Y eso es lo que le da sentido también a este VII Congreso Eucarístico Nacional, donde se encuentra el pueblo de Dios, que somos todos los bautizados, y cada uno con nuestra propia misión y tarea en la Iglesia y en el mundo.

El Pbro. y Dr. Mario Angel Flores Ramos dijo lo anterior en entrevista con POR ESTO! referida a la primera conferencia del evento, denominada “De una Iglesia autorreferencial a una Iglesia profética y misionera, que asuma la realidad del pueblo mexicano, al que quiere amar, servir y evangelizar”.

Se preparó con gran alegría

Por otra parte, en la Homilía de la Misa de inicio del Congreso Eucarístico Nacional, el Arzobispo Emérito Emilio Carlos Berlie Belaunzarán señaló:

–Con grande alegría y esperanza hemos preparado este VII Congreso Eucarístico Nacional, por ello repercute en nuestro corazón lo que Jesús dice a sus apóstoles: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer…”.

Dijo también:

Es difícil situarnos en el clima de intimidad y de amor en el que Cristo rodeado de sus discípulos realiza este inefable prodigio, valorar la profundidad de los sentimientos del corazón de Jesús en aquella noche de la Institución y despedida.

Es habitual que los que se despiden, intercambien un recuerdo. Cristo no nos deja un símbolo, sino la realidad de su presencia bajo las especies de pan y vino, está realmente Él presente con su Cuerpo, Sangre, alma y Divinidad.

Pero además otorga a sus discípulos potestad para repetir este portento de su presencia, con la propia boca y propias manos hasta la consumación de los siglos: “Hagan esto en memoria mía…” (Lc 22, 19); para cumplir así su promesa: “Yo estaré con ustedes hasta la consumación de los siglos…”; y facilitar su petición: “permanezcan en mi amor…” y realizando su promesa: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 53).

Jesús es el amigo que se despide de sus discípulos, pero quiere quedarse con ellos para siempre, y se queda al instituir la Eucaristía –en el Cenáculo y en el Sagrario–, Jesús permanece presente para siempre.

Presencia real

Su presencia real es permanente, en cada una de las formas consagradas. Cuando vamos a orar ante el Sagrario o en la Exposición del Santísimo, Él está presente, por ello es un gran acto de amor la adoración al Santísimo porque le estamos diciendo a Jesús: “¡Vengo a estar contigo!”, vengo porque te amo, vengo a experimentar la presencia de tu amor, que me llena de alegría y bendición.

Por ello la Iglesia nos pide una esmerada preparación de gozo, gratitud, amor y devoción como nos recomienda San Buenaventura: “El que se acerca a este Sacramento ha de estar también movido por la oración, pues nadie debe de llegar a él con un corazón tibio” (De Smo. Corpore Christi).

El pan del cielo es

un pan vivo

En esta parte, Berlie Belaunzarán citó al Papa Francisco:

–La Eucaristía es escuela de amor, escuela de amor a Dios y escuela de amor al prójimo (Santo Padre Francisco, 24 de junio de 2000).

Y a continuación recordó el aleccionador “Acuérdate” del Papa (1 de junio del 2002):

Acuérdate que el Pan del Cielo es un pan vivo, te habla de siembra y de cosecha, es pan de vida que tiene que morir para alimentar.

Acuérdate que el Pan del Cielo es un pan para cada día porque tu futuro está en manos del Padre Bueno.

Acuérdate que el Pan del Cielo es un pan solidario que no sirve para ser acaparado, sino para ser compartido y celebrado en familia. Acuérdate que el Pan del Cielo es pan de vida eterna y no perecedero.

Acuérdate que el Pan del Cielo se parte para que abras los ojos de la fe y no seas incrédulo.

Acuérdate que el Pan del Cielo te hace compañero de Jesús y te sienta a la mesa del Padre de la que no está excluido ninguno de tus hermanos.

Acuérdate que el Pan del Cielo te hace vivir en intimidad con Dios y fraternalmente con tus hermanos.

Acuérdate que para que lo pudieras comer se partió en la Cruz y se repartió generosamente para salvación de todos.

Acuérdate que el Pan del Cielo se multiplica cuando te ocupas de repartirlo.

Acuérdate que el Pan del Cielo te lo bendice, te lo pone con sus manos llagadas por el amor y te lo sirve el mismo Señor resucitado ¡Acuérdate!

-Le pedimos a la Virgen -primer sagrario- estas gracias de memoria: nuestra Madre María es el modelo del alma cristiana y eclesial “conserva todas estas cosas meditándolas en su corazón”, a ella le rogamos que nos recuerde, donde está el pan que nos da vida y el vino que alegra nuestro corazón. Que no deje de decirnos con su suave voz materna: “Hagan todo lo que Jesús les diga” y que grabe en nuestro corazón las palabras de su Hijo: “Hagan esto en memoria mía”.

Conclusión

Gracias Señor por la Eucaristía.

Gracias Señor por tu Madre Santísima.

Gracias Señor por tu Iglesia.

Que cada día por la gracia de tu Espíritu crezca y se profundice el amor a ti, y el compromiso con nuestros hermanos para caminar al encuentro con Dios nuestro Padre con el gozo de la Eucaristía.

Amén.

(Roberto López Méndez)

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