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Roldán Peniche Barrera

Yucatán Insólito

Lidias de toros en…

Resulta difícil imaginar el lugar que habían seleccionado los organizadores de los carnavales para celebrar las corridas de toros, pero D. Gustavo Río recuerda que a finales del siglo XIX este espectáculo que unos conceptúan inhumano y otros la gran diversión ¡y hasta arte!, se efectuaba nada menos que en la Calle Ancha del Bazar que hoy todos conocemos y que en el siglo XVIII lo inauguró el gobernador D. Lucas de Gálvez como el Paseo de las Bonitas (claro, no todas las eran). Para ello, se cerraban los dos extremos de la céntrica calle y no puedo explicarme desde dónde la chusma (no creo que acudieran damas) observaba el ir y venir de toros y toreros, el ritmo de los pasos dobles, las cornadas y toda la parafernalia necesaria.

En 1900 se inauguró el Circo Teatro Yucateco y las lidias taurinas ya contaron con un lugar mucho más apropiado (hay gente que asegura que el circo fue construido sin techo y otra que dice que ya lo tenía desde su inauguración)

Un notable niño flautista

Yucatán es cuna de notables músicos que habrían tenido mejor suerte sin la absurda existencia del centralismo que hasta la época del caos de Peña Nieto se practicaba. Bueno, la cosa empieza en pequeño: D. Gonzalo Cámara Zavala en su Historia del Teatro Peón Contreras alude a un muchachillo a quien llamaban “el jilguero humano” o algo por el estilo, que silbaba mejor que los mismos pájaros y que el propio don Gonzalo admiró en el dicho coso. ¡Lástima! ¿Dónde acabaría “El Jilguero humano” con el devenir de los tiempos? Nicolás Urcelay falleció de 50 años y pudo haber ascendido con aquella su voz privilegiada a grandes alturas. El Mtro. Río dice haber conocido a un chiquitín de 12 ó 13 años de edad “que tocaba una flauta de lata de una manera maravillosa” se llamaba Alfredo Tamayo (del cual también habla Cámara Zavala si estamos en lo cierto).

Los refritos (9)

Hace mucho tiempo, los periódicos publicaron la noticia de un loco que se echó a andar por las calles de Maxcanú repartiendo entre el público billetes de veinte y cincuenta pesos. ¡Qué alegre, qué simpática, qué alentadora noticia!... Después de leerla uno se sentía más ligero y más ágil, como si le hubiesen quitado un gran peso de encima, y es que -el que más y el que menos, y consciente o inconsciente- esa noticia la esperábamos todos, incluso, don Celis nos dijo que hasta el filósofo recibió tres billetes: uno de cincuenta y dos de veinte.

Sí, todos esperábamos que a algún loco le diese un día por tirar su dinero, hartos ya de tantos locos que sólo procuran guardarse el de los demás. Llevamos ya demasiado tiempo de locos bien cucos y taimados. Al aproximarse a los cuarenta, casi todos nuestros románticos se agarran como lapas al Presupuesto, y la disculpa es siempre la misma:

-¿Zutano? No lo juzguemos con excesiva severidad. El pobre se ha vuelto completamente loco…

Por mi parte, no es que yo pretenda la locura de Zutano, ni muchísimo menos, No. Yo no comparto esa idea romántica que tienen acerca de la locura y quienes ven en el loco a un ser sobrenatural incapaz de ninguna acción mezquina. Para mí, la locura es una enfermedad vulgar, y un loco puede, en mi opinión, ser tan sinvergüenza como un diabético o como un alcohólico; pero ¿por qué no ha de haber en México más que locos egoístas? ¿Por qué todos nuestros locos han de barrer siempre para adentro? ¿Por qué ninguno de ellos ha de echar nunca la casa por la ventana?

Durante varios siglos, todos nuestros locos han venido sosteniéndose únicamente a expensas del prestigio que le dio a la clase Don Quijote, y mi sabio amigo el doctor Lara podrá decirnos hasta qué punto había llegado a extenderse entre nosotros la psicosis. Nos hacía falta, por tanto, un loco generoso, un loco desinteresado, un buen loco, en fin, y por eso, en el orden moral, es tan consoladora la locura del decano del Moncho.

Ahora, en el orden intelectual, lo que necesitamos es un loco que no sea completamente tonto.

Jorge A. Mijangos H.

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