Roger Aguilar Cachón
El artículo publicado El oficio de nuestras mujeres (jueves 19 de septiembre, Sección Cultura, p. 4), ha sido motivo de una nueva colaboración en donde se aborden otras de las ocupaciones de las mujeres, algunas ya en vías de extinción y otras aún vigentes, pero que son importantes para el equilibrio familiar, ya sea por delegar responsabilidad o bien como se diría “para evitar la fatiga”. Cualquiera que fuese el motivo, estas otras ocupaciones vienen a ser un descanso en la labor de otras mujeres, es algo contradictorio, mujeres que trabajan para otras mujeres, pero así es la vida y como tal es compleja y hay que continuar en ella, tal y como lo dicta la dinámica social.
Siempre han existido y en ocasiones se localizan cerca de nuestros hogares, me refiero a aquellas personas que se dedican a lavar ropa ajena, me refiero a las lavanderas, aquellas mujeres que desde temprana hora del día y sin importar la inclemencia del tiempo, se paraban (seguro habrá algunas que aún lo hagan) delante de su batea (antes eran de madera, pero esas ahora son muy cotizadas por los anticuarios), con sus instrumentos de trabajo, cubo, cepillo de raíz, jabón y el sobre de Azul para la ropa blanca.
Desde temprana hora ya está preparada la batea en donde se pasan las horas del día lavando y tallando los cuellos y mangas de la camisa, comienzan con agua espumosa y cepillo en mano la tarea de quitar la suciedad, para luego con el jabón en la mano terminar de hacer la limpieza de la ropa, posteriormente y después de un tiempo considerable la enjuagan para quitarle la espuma, la exprimen para tenderla en la soga y ajustan la horqueta para ponerla bien alto para que se seque rápido. Y a esperar que no llueva. ya que si se moja se apestará la ropa y habrá que remojarlas de nueva cuenta. Si hay guayaberas blancas o algún uniforme del mismo color, se puede hacer dos cosas, la primera es después de lavada la ropa remojarla en azul, para procurar preservar el color blanco, o bien sancocharla en un cubo, por lo general negro o tiznado, con lejía para que quede más blanca que el alma de un niño.
Hay que mencionar que en la actualidad conozco algunas personas que siguen lavando ropa ajena y utilizan ya sea una lavadora o como diría el famoso y recordado Pelayo, chaca chaca, para agilizar el trabajo o bien en pequeñas bateas, si así se les puede llamar, cuadraditas y huachas, ya que nos llegó la influencia allende nuestras fronteras. Recuerdo que se cobraba por docenas, aunque pudiese ser por pieza.
Por lo general la que lavaba siempre ofrecía el servicio de planchado, y en el mayor de los casos siempre la que daba ropa a lavar la dejaba también para que se planche, por la casa recuerdo a doña Elda que hacía este trabajo, ya que en la casa, aunque mamá era profesora, hasta mucho tiempo después compró una lavadora, pero de aquellas que tenían rodillo y de manera manual se metía la ropa para ser secada pieza por pieza, y en el mayor de los casos el rodillo se vencía. La ropa sucia regresaba limpia y planchadita en sus hombreras de madera. Ahhh, qué tiempos.
Lugar aparte se merecen las personas que llegaban, por lo general de algún pueblo, a trabajar en las casas, ya sea para limpiarlas o como servicio, pudiendo ser de entrada por salida o bien fijas. A esas personas se les llamaba muchachas, aunque en muchos casos no lo eran tanto, pero “se la rifaban” todo el día entre limpieza, ayuda para lo que se ofreciera y si había algún nené, también se le utilizaba para lavar sus culeritos que en aquellos ayeres se usaban mucho antes de la llegada de los pañales desechables. También hay en la actualidad señoras que ofrecen sus servicios de limpieza de la casa y en ocasiones cocinan para dos o más días. Son las muchachas o servicio de limpieza y cocineras.
Las muchachas, el servicio o las entrelugar, en muchos de los casos eran personas que se quedaban en la casa mucho tiempo, por ejemplo, en la casa del de la letra, cuando mamá aún vivía, iba una muchacha de Kanasín a hacer labores del hogar, ayudar a la señora de la casa, mestiza de hipil, Margarita quien estuvo muchos años, calabaceando sus días entre la casa de mi mamá y las tías así se pasaba la semana, posteriormente, y cuando ya se encontraba cansada, recomendó a una de sus hermanitas que quería trabajar, y así llegó Fanny, o Fanosa, quien llegó para quedarse, ya que estuvo mucho tiempo y en su estancia conoció y cuidó a los vástagos del de la letra, Paola y Hugo, y estuvo también en los días en que fallecieron mis papás, y tías y tío, y pasó de ser cuidadora y servicio a rezadora, ya que también tenía ese oficio. Lo interesante de Fanny es que no se llamaba así, es posible que le gustara ser llamada de esta manera y su nombre en su acta de nacimiento es Victoria. Cosas de la vida.
Las peluqueras y manicuristas han estado siempre en la vida de nuestras mamás, con el afán de estar siempre guapas, bonitas y presentables acudían a estas profesionales de la belleza, desde luego que los cortes y tintes no eran tan variados como los de hoy día, recuerdo que se pintaban el cabello de un solo color y no como hoy que hay mechas, luces y demás posibilidades de embellecerse. El cuidado de las uñas, tanto de los pies como de las manos era imprescindible para ellas, siempre de un solo color, y que tenían que pasarse con la mano en lo alto y sin hacer ninguna actividad hasta que se secara la pintura y si se habla de los pies, era común ver a mi mamá y tías regresar con algún dedo ensangrentado o con los talones cortados por la acción del credo para cortar o quitar callos y dejaba los pies tan sensibles que las imposibilitaba caminar. Sacrificios en pro de la belleza.
Uno de las tareas de las muchachas que venían de alguna población de nuestro Estado era, más que dedicarse a la limpieza, lavado o cocinar en la casa, la de cuidar a los niños, es decir, las niñeras o nanas, que a lo largo siempre se quedaban en la casa de sus patrones y en ocasiones hasta que el Creador las llamara a cuentas. Las nanas han cumplido con una doble o triple misión en sus trabajos, han sido la figura que está presente cuando la ausencia de las mamás es patente y alguien tiene que verlas, cuidarlas, aconsejarlas y estar con ellas. En ocasiones se convierten en confidentes de las niñas. Esta era una ocupación u oficio muy común entre las familias bien de nuestra sociedad, allá por el Norte es muy común, aún hoy día, que las familias cuenten con una o más nanas, hay ocasiones que existe una para cada hijo, aunque por lo general es sólo una.
Las nanas no sólo cumplen una función muy importante en la alta sociedad yucateca, sino que su influencia es tal que repercute de manera lingüística en las niñas que cuidan, es tal el tiempo que pasan con ellas, que en ocasiones son las primeras a las que oyen hablar y no es nada raro encontrar a niñas bien que cuando se les escucha hablar, lo hacen de manera -como se diría en nuestro medio- tan aporreada como se puede escuchar en algún municipio de nuestro bello Estado y eso no debe de resultar raro, ya que es tal la convivencia con sus nanas que adoptan e imitan su manera de hablar.
Seguro se habrán recordado mis caros y caras lectoras de algunas de estas tareas que realizaban algunas personas que buscaban encontrar un lugar no sólo para trabajar sino también para tener un ingreso. Sin lugar a dudas hoy día se continuará con alguna de estas actividades.