Yucatán

Felipe Salazar Avila, quien ha trascendido en la memoria colectiva con el sonoro mote de “Pichorra”, que él mismo adoptó por propia voluntad y con el que suscribió su obra poética, es un personaje vivo y actual, y lo es por derecho propio. Ya muchos autores quisieran tener la gloria de festejar un estreno mundial de su obra, a muchos años de su intrascendente desaparición física; si, pues la desaparición física de Pichorra nada tiene que ver con su existencia, que es vigente y actual. Pichorra es un popular personaje cuya presencia diaria en el imaginario popular le permite zarandearse sin recato alguno en las reuniones de café, en las cantinas, en las reuniones familiares, en cualquier ámbito en el que la entraña popular yucateca siente sus reales y haya gente con sentido del humor.

Felipe Salazar, el popular Pichorra, fue un gran poeta en toda la extensión de la palabra, y lo afirmo con sustento de causa. La totalidad de su obra, poemas, obras de teatro y hasta pastorelas, están escritas en versos perfectos, perfectos pues resisten la aplicación del más profundo análisis literario. Si escogemos al azar cualquier obra de Pichorra y le aplicamos las más estrictas reglas de la preceptiva literaria, con toda certeza que saldrán avante y con calificación sobresaliente. Una revisión exhaustiva de su producción nos permite llegar a la feliz conclusión de que si escribió procacidades, cosas escatológicas, y verdaderas indecencias en el sentido de la moral conservadora, fue porque así le dio su real gana y punto. Su ingenio y gracia le valieron ser llamado el Quevedo de Yucatán por Don Santiago Burgos Brito.

Los versos de Pichorra están construidos sobre las más estrictas normas de la rima, la métrica, la acentuación, tienen un ritmo perfecto, siguen todos los cánones de lo que es cada una de sus obras, sea soneto, loa, madrigal o lo que le viniera en gana. Fue festivo, alegre, procaz, porque fue un hombre que gozó plenamente la vida sin tapujos, fue más libre que los x’kauhes que vuelan por la Plaza Grande y duermen al amparo de sus laureles. Bebió como un cosaco, comió como un romano, amó como el que más, y todo esto lo dejó consignado con la gracia más profunda en su poesía festiva y genial.

Es muy afortunado para el público de hoy que el Mtro. Juan Ramón Góngora nos haya obsequiado con llevar a la escena una obra que hemos conocido de siempre, pero que nadie, en ninguna época, se había atrevido a montar. La puesta en escena de la zarzuela yucateca “Elvirita” es un hecho muy afortunado, pues sus versos los hemos dicho y repetido desde nuestra adolescencia, lo hemos usado para bromas y demás, pero nunca la habíamos visto en escena, hasta hoy, y muy bien puesta por cierto.

La genial poesía de Pichorra encontró afortunado acompañamiento musical en la obra de composición de nuestro llorado Gustavo Durán, quien no tuvo la oportunidad de gozar su música interpretada en escena. Pero Gustavo, desde donde esté, se debe haber sentido muy satisfecho con lo que Juan Ramón ha hecho con su partitura.

Esta puesta forma parte de un importante proyecto de tono mayor de Juan Ramón titulado “Con Sangre de Teatro Yucateco”, y que corresponde a “Ofrendas de un actor a Yucatán”, que le ha valido a Juan Ramón el apoyo de una justa beca del FONCA, y que tan bien está aplicando, como queda demostrado en este exitoso trabajo. Elvirita, fue el primer eslabón de este proyecto, y por ser el inaugural revistió una importancia especial y contó con toda una parafernalia inicial. El arranque del ciclo contó con un amadrinamiento de lujo, pues fue la gran actriz Silvia Kater la feliz madrina del evento. Silvia hizo una breve introducción al asunto y, en seguida, nos regaló con una grácil y picara interpretación del chotis La Lola, la de “camisas de farola, de las de tira bordá, las camisas de la Lola quién no las conocerá”.

Juan Ramón y Jorge Iván Ortiz, administrador del Teatro-Casa Tanicho, nos presentaron una semblanza de Felipe Salazar, Pichorra, y nos pusieron al corriente de los siguientes eventos del proyecto, que incluyen a otros autores como Don Leopoldo Peniche, Wilberth Herrera o Erick Renato Aguilar, y que, como esta noche, serán en la modalidad de café-teatro. “Este proyecto tiene por objeto mantener vivos y presentes a nuestros autores; mantenerlos vigentes y visibles”, nos dijo Juan Ramón. En seguida, la soprano ligera Mariana Palma nos interpretó el gracioso Fox Trot de don Alvaro Retana, Las Tardes del Ritz, que arrancó fuerte ovación del respetable.

En seguida, pasamos ya a la representación de la zarzuela Elvirita. La obra la tituló originalmente el autor como “Los Ardores de Elvirita”, pero ha pasado a la posteridad sencillamente como Elvirita. El elenco se compone de tres personajes y un narrador, que fue el propio director, Juan Ramón Góngora. Los personajes son: Elvirita, encarnada por Marina Reyes; Doña Melquíades, la madre, Paola Koot, y Serapión, el apasionado novio de la joven, en su justa dimensión por Raúl López. Ya desde los primeros diálogos entre la madre y la hija, se va advirtiendo el carácter erótico y pícaro de la obra, el ingenio de Salazar le lleva al genial uso del verso cordobés, el cual se caracteriza por llevar la rima para hacer el juego con una palabra procaz, pero salta al verso otra palabra que saca adelante el mismo, sin llegar al insulto, pero que arranca la risa de la concurrencia. Canta Elvirita una romanza que desparrama picardía e ingenio.

La gracia de Elvirita campea por toda la obra, sus ardores le hacen proferir sus deseos en forma por demás descarada hasta llegar al punto de decir: “¡Que lo rompa Serapión!”, lo cual arranca la carcajada del público. Las acotaciones del narrador no se quedan a la saga, y las indicaciones marginales de la obra ponen chispas de procaz, pero sabroso ingenio a las mismas: “En esta escena, si gustan, los músicos de la orquesta pueden tocar o tocarse los cojones”, con la consiguiente nueva carcajada del respetable. El diálogo entre Elvirita y Serapión desparrama gracia, ingenio y una profunda picardía: “¡Placeres inventaremos dando gusto a los sentidos!” El pudor de Elvirita se impone y Serapión no consigue su objetivo. “Se ha marchado Serapión / muy molesto de seguro”. Elvirita declama un soliloquio que es de un ingenio y picardía tremendos y que concluye: “Porque en esto de joder, / todo es cuestión de empezar”. Al no lograr culminar sus deseos con Serapión, Elvirita se refugia en el placer solitario, y con gran desparpajo solicita al multicéfalo: “¿Alguien de ustedes me presta un consolador?” De inmediato, invita al respetable: “¿Ustedes gustan, señores?” Y la obra termina con nuevas e hilarantes instrucciones del narrador a los miembros de la orquesta. Sonoras carcajadas y tremenda ovación premian la puesta de Elvirita.

Ha sido una noche de pícara alegría en Teatro Casa Tanicho. Estaremos pendientes de las próximas puestas.