La escritora francesa George Sand solía vestir como hombre de tal modo que entre los caballeros se confundía como uno de ellos. En cierta ocasión fue de visita a un monasterio cartujo; el sacerdote, guardián de esa congregación reconoció a la célebre novelista y con discreción, le dijo:
–Caballero, permítame recordarle que en este monasterio no se permite la entrada a las damas.