Ariel Avilés Marín
En enero del 2003, la Dra. María de los Angeles Fromow Rangel, entonces Subprocuradora de la República, invitó a los presidentes de los Institutos Electorales de los Estados para asistir al sorteo de la Lotería Nacional, el cual estaba dedicado a honrar a la democracia mexicana. Como es la costumbre, esos sorteos especiales van acompañados de una gran variedad de números musicales de la mejor calidad. Aquella noche, el número estelar del evento fue la presentación del grupo de trova de Chamín Correa y sus hermanos. Con la destreza inigualable que lo caracterizó toda la vida, el requinto de Chamín bordó verdaderas filigranas musicales en el escenario, de esas que no tienen comparación alguna.
Después del concierto la Dra. Fromow invitó a una cena en un tradicional restaurante del Centro Histórico de CDMX, al que desde luego asistieron Chamín y sus hermanos. A la oportunidad, dice el dicho, la pintan calva, y esta no era una oportunidad que se repetiría fácilmente; así que me acerqué a Chamín y busqué conversación. Obviamente, la rica plática versó sobre la trova, especialmente la yucateca, y el más amplio tema de ella lo fueron tres grandes figuras de la trova yucateca, grandes modelistas por añadidura: Augusto Cárdenas Pinelo, “Guty”; Ricardo López Méndez, El Vate; y Ermilo Padrón López, “Chispas”. La amena plática se prolongó hasta bien entrada la madrugada; me despedí de Chamín con un fuerte abrazo y la promesa de repetir el encuentro.
Un año después, en marzo del 2004, concurrimos a la Ciudad de México un grupo de funcionarios del IEEY y los representantes de los ocho partidos registrados entonces, el objetivo del viaje era la ceremonia para iniciar la impresión de la boletas que se usarían en la elección de mayo. Después de cumplida la formalidad protocolaria, el director de Talleres Gráficos de la Nación nos invitó a comer al conocido restaurante “El Penacho de Moctezuma”, en la Colonia Guerrero. Nos instalamos en una larga mesa y, cuál no sería mi sorpresa al presentarse, para amenizar el ambiente del restaurante, nada menos que Chamín Correa y sus hermanos. Al ver a Chamín, me acerqué y lo saludé efusivamente; Chamín me identificó y el afortunado encuentro se reanudó en nueva y rica plática, en la que la trova fue nuevamente el centro de la misma. La actuación de los hermanos Correa, como siempre, fue brillante. Uno de los comensales, el Lic. Efraín Aguilar, posee una hermosa voz, por lo que todos lo animamos a subir al escenario; en la memorable comida, Efraín cantó nada menos que la canción “Almohada”, en una forma por demás destacada. Ese fue mi segundo y último encuentro con Chamín, no nos volvimos a ver nunca más.
Benjamín Correa, mejor conocido como Chamín Correa, fue uno de los más grandes músicos mexicanos del género de la trova, su requinto se convirtió en el tiempo en una leyenda de la trova mexicana. Su actividad en la música mexicana fue múltiple y variada; fue integrante de uno de los tríos más memorables en la historia de la trova mexicana, Los Tres Caballeros, en los que compartió créditos con Roberto Cantoral y Leonel Polanco Gálvez. Su magistral interpretación de canciones de la trova le ganó un lugar privilegiado en el panorama musical de nuestro país, al punto de ser llamado “El Requinto de Oro”. Nació el 4 de diciembre de 1929, en el seno de una familia de gran tradición musical. Siendo bastante joven, se da a conocer como acompañante de la cantante mexicana Flor Silvestre, con la que graba un famoso disco, “La Sentimental Flor Silvestre”. Con el tiempo se hace de un gran prestigio, no sólo como intérprete, sino como director y productor. Dirigió y produjo muchas grabaciones de grandes figuras de la canción mexicana, como Enrique Guzmán, Lucho Gatica, Oscar Chávez, Tehua, Lucía Méndez o Dulce, y también de figuras internacionales como Gloria Estefan, Julio Iglesias o Rocío Dúrcal.
En una memorable entrevista con la periodista mexicana Martha Lamas, realizada en su casa y transmitida por el canal de televisión del IPN, Chamín abrió su corazón a la entrevistadora y le relató todas los pasajes más entrañables de su ya larga carrera; además, en la misma grabación, puso de relieve que la edad no es impedimento alguno para conservar intactas las grandes habilidades y destrezas que le dieron fama. En la intimidad, con Martha Lamas, Chamín dio rienda suelta a su magistral forma de pulsar el requinto, y dio una verdadera cátedra de virtuosismo y dominio de la guitarra. Hombre sencillo, como lo son los verdaderos grandes, Chamín era accesible, amable y, sobre todo, caballeroso a carta cabal.
Hoy, su amado requinto guarda silencio, un silencio respetuoso por la sensible partida del trovador que por muchos años lo pulsara. Pero la música de Chamín es, como lo es él mismo. Las filigranas que sus ágiles dedos arrancaran a su instrumento amado, quedan para siempre como sonoro testimonio de que, en México, tuvimos un guitarrista virtuoso y extraordinario, un bohemio irredento, un trovador eterno e inmortal.
¡Hasta siempre Chamín, ya reanudaremos nuestra plática sobre la trova en algún lugar en las estrellas!