Víctor Salas
Fernando San Martín
De plateas hasta los palcos del tercer nivel, el Peón Contreras lució lleno; el público se sentía afectuoso e interesado en el concierto de aquella noche fría y correspondiente al segundo programa de la actual temporada de la OSY, cuyo contenido estaba cifrado en el concierto No. 21 de Mozart, “muy conocido por una película, unos anuncios y su belleza”, en ese orden, dijeron los expertos de la orquesta yucateca en otro momento, sin conocer, probablemente, que también ha servido para realizar una de las obras coreográficas más portentosas de finales del siglo XX, titulada La Pequeña Muerte de Jiri Kylian, cuya producción dancística ha dado la vuelta al mundo y ha sido interpretada por importantes bailarines de las grandes capitales dancísticas de Europa. Jiri Kylian es hoy lo que fueron, en trascendencia y aportación a la danza, Maurice Bejart o George Balanchine, en la centuria pasada. El importante concierto ocupó el segundo lugar del programa, después de la obertura Egmont, de Beethoven.
Fernando San Martín apareció en el palco escénico con una sonrisa a todo lo que sus labios podían dar. Fue recibido con fuertes aplausos, como si todos le reconocieran algún trabajo de antes. Hasta los músicos cuerdistas de la orquesta golpeaban suavemente sus arcos en contra de los atriles. Después de una larga introducción orquestal, las manos del pianista se posaron sobre el teclado, tocando partes que iban muy bien entreveradas con fragmentos orquestales y las del solista, hasta que le llegó el momento de un concentrado y largo espacio musical en solitario, donde se pudo percibir que San Martín tiene un don especial en la mano izquierda, pues sus apoyaturas digitales, producen una sonoridad especial, por breve que fuera la frase de la composición, para la mano izquierda. Lo producido por esa mano del músico es realmente notable. Por fin llegó el célebre andante del segundo movimiento, tranquilo, de sonoridades exquisitas, de variaciones sobre el tema inicial, de enorme ecuanimidad, dominando la expresividad del genio que igual va que viene, haciendo tanto la ida como la vuelta, diferente y maravillosa. La personalidad de Fernando San Martín no lo sé, pero parece que se identifica con toda la gama sonora y emotiva de ese movimiento tranquilo. Al finalizar el tercer movimiento, interpretado con la misma mesura y soltura que los anteriores, el público rubricó su admiración al artista con una excelente andanada de aplausos que lo hicieron salir varias veces a saludar, hasta que se sentó nuevamente al piano y obsequió una pieza escrita solamente para la mano izquierda. Con esa interpretación corroboré la apreciación que tuve sobre las cualidades de esa mano suya.
No dijo el título de la obra ni la autoría, pero no ha de ser muy del dominio musical, porque algunos integrantes de orquesta pusieron cara de buscar en su memoria quién podría ser el autor de aquella obra.
Para finalizar el concierto se tocaron 8 danzas de Antonín Dvorak.
La conducción del concierto estuvo bajo la responsabilidad del maestro Juan Carlos Lomónaco, quien había dado la bienvenida a tanto público, con su breviario culto-musical, de cada concierto.