Jorge A. Franco Cáceres
La canción de Rupee dice: “para todas las damas del baile, debo decirles que pierdo el control cuando la veo. Puede ser culpa del vino, de su manera de bailar o de su manera de girar la cintura, pero algo me hace desearla; me deja sintiendo su sabor. Quiero abrazarla muy fuerte; la deseo tanto que estoy tentado a tocarla, tentado a tocarla, siento la tentación de tocarla”.
Si todavía no entiendes de qué hablamos, procede decirte que tentar viene del latin temptare, que es palpar; es tocar lo que tenemos enfrente para sentir su presencia o para experimentar con profundidad. También es inducir a alguien a proceder como no debe de acuerdo con códigos autorizados, para hacer que sienta ganas de proceder, al margen de las leyes establecidas, como no acostumbra a cambio de compensaciones.
Desde la Biblia, en Hebreos 4:15-16, los cristianos pretenden que los seres humanos somos tentados de la misma manera.
“Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de todas nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos.”
Ahí nos queda claro que la tentación para estos creyentes es cosa del maligno. Reiteran sus autoridades que “quien se atrevió a tentar al mismo Hijo de Dios para desviarlo de su misión, no “se tocará el corazón” para hacernos caer en el pecado del placer, del tener y del poder”. Y a partir de esta advertencia, proclaman que “las tentaciones dejan de ser sólo eso y se convierten en mal en cuanto nos dejamos arrastrar por ellas, cuando caemos en su seducción. Y vencerlas de un definitivo bien”.
Advierten sacerdotes, ministros, pastores, patriarcas, etc., que la provisión que tú tienes contra la tentación viene siempre del Padre Celestial (Mateo 6.26). Aconsejan que no te afanes por la tuya porque solo te corresponde buscar a Dios y el resto vendrá como se te ha prometido. Y sostienen que no hay ideología, filosofía o ciencia que puede hacer nada contra la tentación, sentenciando que ¡no permitas que Satanás te engatuse con mentiras para redefinir tu identidad!
Sean ciertos o no los afanes diferenciales y las provisiones divinas de los cristianos, alcohol, tabaco, sexo, mentiras, drogas, intrigas, secretos, rebeldía, pornografía, masajes, bullying, etc., son tentaciones comunes entre ellos. Más allá de sus edades personales y sus condiciones familiares, se trata siempre de las debilidades que más los empujan a tocar lo que tienen enfrente, para sentirlo como han siempre deseado.
Entre las tentaciones humanas, sean materiales por dinero, propiedades, lujos, privilegios, o personales por fama, autoridad, poder, control, etc., que comparten los creyentes destaca una que es poderosísima. Se trata de esa tentación que se impone a los religiosos cuando imploran a Dios para que aniquile en ellos el impulso tocador, porque rechazan que la ideología, la filosofía y la ciencia pueden hacer algo al respecto.
Se trata de la denominada tentación sensual o pasional, que es el deseo por el cuerpo de otra persona para tener placer o conseguir amor de acuerdo con las más inconfesables fantasías, porque es la más difícil de controlar y la que más fácil los pone rumbo al delito. He aquí la debilidad que ocasiona más problemas judiciales a los líderes religiosos, y también la que más gravita en los creyentes cristianos para sus intercambios y sus contactos desde las redes sociales.
Uno de los últimos escándalos de tentaciones sensuales o pasionales de la Iglesia Católica en España, sucedió en la ciudad de Granada durante noviembre de 2014. Pero fue en la década de los noventa cuando empezaron a salir a la luz los abusos tocadores y los manoseos sucios de sus sacerdotes titulares y benefactores diocesanos, principalmente en Estados Unidos e Irlanda.
Desde 1950, sólo en territorio estadounidense se registraron más de 1.300 incidentes sexuales; y en Irlanda, la práctica del abuso a menores en centros católicos estuvo de lo más recurrente. De hecho, el famoso “Informe Ryan” reveló cómo la Iglesia Romana encubrió tales delitos seculares y espirituales, en compicidad con las policías y las fiscalías.
Nadie se atrevería a negar que muchos líderes religiosos, asociados pastorales y benefactores diocesanos de las Iglesias occidentales, desde altos jerarcas o principales ministros hasta sacerdotes o pastores jóvenes, integran hoy día una legión siniestra. Se han convertido en hordas maléficas de delincuentes sexuales por ser incapaces de controlar sus tentaciones tocadoras desde sus provisones divinas.
Para concluir, sólo nos quedan dos cuestiones para analizar sobre la tentación de tocar que las Iglesias occidentales pretenden asunto exclusivo de la fe religiosa:
1) ¿Compartimos que es implacable y absoluta la disyuntiva de que la tentación proviene del reino de Satanás y solo puede dirimirse por provisión divina?
2) ¿Aceptamos igual que no hay ideología, filosofía o ciencia que pueda intervenir exitosamente contra la compulsión tocadora que nos pone rumbo al delito?