Muchos han sido los autores que han destacado en nuestro medio, unos se han dedicado a la gastronomía, otros a diversos campos de la vasta cultura maya, pero en caso específico y para esta nota se hará referencia a uno de los prolíficos escritores yucatecos, me refiero a don Elmer Llanes Marín, quien con la lectura Los niños mayas de Yucatán, escrito en el año 1968, nos hace trasladarnos a cualquiera de las comunidades rurales mayas que se encuentran a lo ancho y largo de nuestro Estado.
En este corto libro, que está enriquecido con láminas del pintor yucateco Fernando Castro Pacheco, nos acerca a una de las etapas bonitas de la vida de las personas, a la infancia y a lo largo de sus páginas se va descubriendo como eran aquellos niños que estaban más allá de las fronteras de nuestra ciudad de Mérida o de alguna de las principales cabeceras de nuestro Yucatán,
Al final de los años sesenta, hay que recordar a mis caros y caras lectoras, que nuestra ciudad y mundo estaban aún muy lejos de lo que ahora forma parte de nuestra vida, es decir, los pocos adelantos que había en las grandes ciudades comenzaban a llegar a nuestra ciudad de Mérida y, por ende, las poblaciones apartadas de la misma no tenían idea de todo lo que estaba ocurriendo y vivían en un paraíso en donde se trabajaba y se pervivía como lo habían hecho sus ancestros.
Los niños mayas de Yucatán es un pequeño libro editado en el año de 1968, por la Editorial “América”, en México, DF, consta de 67 páginas y se encuentra dividido en 18 pequeños capítulos en donde se destaca las diversas etapas en donde el niño maya se desenvuelve y en un lenguaje muy particular hace referencia del medio ambiente, de las flores, de los animales, de los juegos de las niñas y de los niños, de sus supersticiones, de las costumbres, de sus enfermedades, entre otros aspectos. En la presente nota se hará referencia a algunos de estos capítulos, reproduciéndolos tal y como se pueden leer en el libro.
Llanes Marín, cuando hace referencia a los niños mayas menciona “no nos referimos a los auténticos. Tal vez ya no los haya. Hablamos de todos los niños de Yucatán. Los que no escapan, ni pueden jamás escapar, del encantamiento de la magia maya, y, viven bajo el influjo intangible de esa milagrosa hechicería que proviene de la herencia, a través de los siglos y se refleja en las costumbres, en el idioma, en el vestido, el quehacer (7)”
Es interesante ver cómo el autor ya desde tiempo atrás hace una inclusión y no hace diferencias entre aquellos niños de los pueblos y los de la ciudad, ya que aunque ellos estén ubicados en distintos lugares, lo que permea y sobre todo lo que se valora es la cultura del pueblo maya.
En el capítulo 1, donde se hace referencia al suelo de nuestro Yucatán, hace mención que cuando llueve tarda un poco en que el agua acumulada se evapore o sea absorbida por el suelo, ya que el nuestro está conformado por una especie de laja que hace que tarde este proceso y comenta “han de saber que ese país se llama el Mayab, nombráronle así, los abuelos, de los abuelos, de los abuelos, de los abuelos del niño maya, porque es una tierra que no retiene el agua (9)”
Cuando el agua se cuela en las porosidades de la tierra y de la laja, a través del tiempo, hace que se forme una oquedad en el suelo o en la roca calcárea, haciendo posible la formación de eso que conocemos con el nombre de cenote “y han de saber que así se forman los ‘entes’ o ‘dzonot’ como se les llama. Y en esa oquedad se precipita el agua de las lluvias, se esconde, se estanca y también corre y salta en las grietas rocosas del sub-suelo para filtrarse más y más hondo, hasta buscar contacto con las aguas del mar (10)”
En esos años del pasado era muy difícil que en las comunidades apartadas de las cabeceras municipales llegara la educación y con ello algunas comodidades y juguetes para el entretenimiento de los niños y de las niñas. En el capítulo donde hace referencia a los juegos de las niñas, Llanes Marín comenta “Han de saber que las niñas mayas no tienen muñecas. Han de saber que entonces, para calmar su natural intuición maternal, improvisan sus muñecas…para ello existe en el Mayab la “x-calis”. Han de saber que la x-calis es una calabaza alargada. Han de saber que la x se pronuncia en cierta forma y que es una partícula que indica que se trata de algo femenino. Pues bien, la x-calis se deja secar…. Y cuando está seca, pues no pesa, está lisa y pulida, y por su forma alargada las niñas mayas la arropan con su rebozo, la arrullan y la echan en su hamaca de hilo de henequén (19)”
Es una forma romántica y verdadera de darnos a conocer acerca de la manera en que las niñas mayas se entretenían, no era necesario tener las muñecas que conocemos hoy día y es seguro que se pasaran un buen tiempo jugando con ellas y sus demás amigas. También las niñas mayas jugaban con otros productos que la naturaleza les daba, es el caso específico de una flor denominada amapola y que al abrirse formaba una especie de brocha, como la de los peluqueros con sus pistilos alargados y servía para acariciar y jugar. De esta manera se refiere Llanes Marín “Han de saber que las niñas mayas consiguen una flores raras de un árbol que se llama ku-ché. Estas flores en Yucatán se llaman amapolas. Los pétalos tienen tersura de terciopelo. Las niñas mayas juegan con las amapolas tomándolas aún sin abrirse y las remojan dentro de una jícara con agua clara. Han de saber que cuando las amapolas se abren dentro del agua, los pétalos se rizan y forman graciosos bucles alrededor del rojo manojo de los pistilos. Han de saber que mientras la madre lava en la larga batea de madera que se sostiene del tronco de un árbol que proporciona sombra, las niñas mayas juegan cerca, a la vista de la madre (20)”
Los niños y niñas mayas estaban sujetos a una serie de ceremonias y ritos que les servirían para ser personas de bien los primeros para estar preparados para las tareas de la milpa y las niñas sean hacendosas y buenas amas del hogar. A este respecto se menciona en el libro “Los padres de los niños (niñas) mayas escogen a personas de su simpatía y que son gente buena, de honradas costumbres para la ceremonia del hedz-meek. (…) si es un hombrecito lo toma en brazos de su padre y se lo entrega al padrino. Este lo toma y le abre las piernas para colocárselo a la jineta en su cadera. Si el padrino es el maestro o el juez, o el escribano del pueblo, ha de ponerle una pluma o un lápiz al niño en la mano, y en el libro o una hoja de papel, simula que el pequeñuelo escribe. Si el padrino es carpintero, le pondrán en la mano al niño una pequeña sierra y simulará que corta madera. Si el padrino es el herrero, hará que el niño tome un pequeño martillo y con él golpeará un trozo de hierro. Han de saber que esta costumbre quiere indicar que los padres del niño maya escogen al padrino cuya profesión u oficio desean que el niño maya adopte cuando sea mayor. (…) hemos de hacer de ti un hombre bueno y el mejor escribiente, o herrero o carpintero del pueblo”.
Cuando se trata de una niña, la madrina será la señora y procederá igual en la ceremonia. Y le podrá una tela delante a la niña y simulará que le entrega una aguja y simulará que la niña cose la tela. Y mientras la pasea a la jineta dirá “hemos de hacer de ti una mujer hacendosa, una buena ama de casa” (31)”.
Las casas donde los niños mayas vivían siempre se han caracterizado por ser grandes y poseer una cantidad determinada de árboles frutales, mismos que le sirven para su alimentación y otras tareas “Han de saber que en los amplios patios de las casas de los pueblos mayas se encuentran muchos frutales. Aguacates, ciruelos, saramuyos, mameyes, papayos, guanábanas, plátanos, mangos, guayabos, naranjas. Cajeras, zapotes, náncenes y otros. Todos son sabrosos. Unos son realmente exquisitos. Han de saber que en cada casa hay dos, tres o cuatro o cinco, tal vez de éstos árboles…han de saber que cuando un árbol tiene frutos ya próximos a madurar, los campesinos mayas instalan un bojol en el árbol. Han de saber que un bojol es un atado de maderos secos y de piedras chicas planas y de frutos silvestres secos, que en un solo haz se sujetan a una rama del árbol que tiene frutos a punto de madurar. Al cordel que sujeta el bojol se le amarra un cordel de henequén más delgado y suficientemente largo, para llevarlo a la casa o a la cocina.
Y mientras el niño maya hace su tarea escolar, tiene junto así el cordel del bojol. Y cuando observa que los pájaros vuelan a picar la fruta de los árboles del patio, tira del hilo. Hace un fuerte ruido el bojol y los pájaros ladrones huyen. Y mientras la mamá maya echa las tortillas en la cocina, tiene junto a sí, el hilo del bojol. Y mientras la hermana maya lava la ropa en la batea instalada a la sombra de un árbol, tiene junto a sí el hilo del bojol.
La lectura de este pequeño libro nos sumerge a un mundo del niño maya de antaño, es un mundo en donde la inocencia y las creencias de los ancestros era lo que determinaba la cohesión familiar y que hoy día es y sigue siendo parte de nuestra cultura maya. Sería interesante que mis caros y caras lectoras pudieran conocer este libro y en la tranquilidad de su hogar o en un momento de descanso, lo leyeran y saborearan la cultura que está en cada una de sus páginas.
Para despedirse, el autor Elmer Llanes Marín, escribe lo siguiente: “Han de saber que todo lo que he dicho es cierto. Y que los niños mayas como todos los niños del mundo, juegan, ríen, saltan, cantan, sueñan, viven y alienta,…. Cierto que los niños mayas carecen de una buena y suficiente alimentación. Cierto que toman muy poca leche y carne. Cierto que les faltan más y más y más maestros y escuelas. Han de saber que en los árboles donde cantan preciosas aves de la fauna de Yucatán, como son el chinchinbacal, la x-kok, el chac-dzi-dzi, la yuya, la mucuy, y otros muchos más, se guardan rumores que a veces repiten las hojas al agitarse. Han de saber que se escuchan susurros y voces y risas y silbidos…Han de saber que algunas veces se oyen llantos y gemidos…….(62-63)”