Yucatán

¿De dónde vendrá el bombardeo en Yucatán?

Conrado Roche Reyes

¡¡¡Bomba!!! “Cuando pasé por tu casa me ladraron los perros / quise tirar una piedra y se me embarraron los dedos” ¡Braavo!, se escucha y continúa la alegre jarana. Siempre me he preguntado de dónde viene esta exclamación tan nuestra –aunque dicen que por algunos otros lares sucede lo mismo–, sin embargo, siempre se ha considerado a la yucatequisima bomba como el paradigma de lo anterior. He preguntado a acuciosos investigadores de lo nuestro y ninguno ha sabido darme una respuesta satisfactoria. Han expresado diversas cuestiones pero que son simples especulaciones personales. A quien no he preguntado y probablemente él sepa algo al respecto es al maestro Roldán Peniche Barrera, buen amigo y a quien hace algún tiempo no veo.

Ese famoso grito lo he escuchado muchas veces, en la actualidad ya casi no, pero hace algunos años, antes que la tecnología mecánica de la construcción llegase a Yucatán, era común escuchar dicho aviso muy seguido.

Pondré ejemplos: cuando alguna o algunas calles de nuestra urbe se estaban construyendo o reparando, por ser nuestro suelo de naturaleza tan dura, decían los trabajadores de antaño en estos casos: “Maare, topamos con laja, hay que poner bomba”. Pero eso no era tan fácil como en nuestros días, cuando con enorme perforadora o excavadoras mecánico-eléctricas, en dos patadas ya lograron ese objetivo que antes era de muy difícil y peligrosa operación.

En el momento cuando los trabajadores topaban con “piedra”, como ellos le llamaban, se tenía que colocar una carga de dinamita en el duro subsuelo nuestro, después de perforar una abertura para colocar el TNT, se le colocaba encima varias llantas enormes de algún tractor para que la explosión no aventara piedras u otras cosas a los vecinos, lo que opacaba tanto el estruendoso escándalo, como el inminente peligro.

Antes de “reventar” la dinamita, dos obreros se colocaban en sendas esquinas con un paliacate o franela roja gritando a voz en cuello: ¡Booomba¡, lo que detenía la circulación de vehículos y los vecinos cerraban puertas y ventanas, minutos después se escuchaba la detonación y el trabajo continuaba… pero en ocasiones, demasiadas diría yo, la dinamita no estallaba. Como la causa más probable era que la mecha se hubiese apagado, un trabajador –todos ellos mayas– se acercaba cauteloso levantando las llantas y en el preciso instante en que penetraba a la pequeña perforación, como un mal rayo o una maldición, la dinamita explotaba matando al pobre hombre. Esto, como digo, era bastante frecuente. Todo esto después del grito jaranero de “Bomba”.

Antes de la introducción de los modernos aparatos que menciono. en Mérida y en Yucatán eran muy escasas las piscinas por la misma razón; la dureza de nuestro suelo. Hacer una piscina constituía una verdadera ordalía, ya que había que excavar más profundo aún, entonces el famoso grito era escuchado muy seguido, había que explotar mucha dinamita. Nos era mucho más fácil construir unas especies de depósitos para agua, es decir, construir cuatro paredes hacia arriba dándole al fondo del tanque la forma que el propietario quisiera –parte baja para los chiquitos y parte profunda para los que sabían nadar. Se decía por entonces –no creo que hubiera en Mérida más de veinte piscinas subterráneas– por ejemplo, en un “día de Santo” (hoy “cumple) que se iba a poner bueno ya que habría “baño de tanque”. Y no se diga en la época de la introducción del agua potable a nuestra Muy Noble y Muy Leal.

El grito de ¡Bomba! formó parte de nuestras vidas un buen tiempo, con un nunca informado número de víctimas, entre muertos y heridos que hubo mientras nos colocaban como ciudad “moderna” y dejamos de tomar agua de lluvia que caía directamente a los depósitos desde el techo de las casas, con todo y el “tah” de zopilotes, o de las frescas tinajas con sabrosa y fresca agua; eso sí, era agua bien filtrada y sana, ya que en el olán que tapaba la boca de la tinaja, mirábamos retozar ya eliminados a los insalubres y patógenos para la salud gusarapos.

Lo mismo podemos aplicar –el grito de “bomba”– a toda construcción yucateca con mampostería.

También, en las poblaciones, cuando algún político o persona notable va llegando a la comunidad, desde el cabo del pueblo se reventaban “voladores” avisando la cercanía de la comitiva al grito de…adivino usted: “¡Boomba¡.”

Desde hace más de cien años, durante la Guerra de Castas, cuando los mayas rebeldes divisaban por medio de su vigías la llegada de refuerzos “blancos” a una población ya saqueada y tomada, lanzaban el consabido volador y gritaban lo mismo: “Bomba”, y entonces sus generales giraban órdenes y los mayas rebeldes abandonaban la desolada población. Esa fue siempre su táctica, después de la incursión, matanza y saqueo, jamás se quedaban a dar batalla sino que se perdían en medio de la espesa selva y la insalubre manigua.

Pero, he ahí otra vez el grito de “¡Bomba!” seguido de las letanías de sus oficiales. ¿No vendrá por ahí todo este asunto de la bomba yucateca?