II
Las máquinas y la fe en la
ciencia y el progreso
Durante el siglo xix se inventaron nuevos medios de transporte y comunicación: barcos de vapor, ferrocarriles y telégrafos, que contribuyeron a abaratar de manera significativa el comercio de mercancías a grandes distancias y el intercambio de información. De hecho, es probable que sin la invención del ferrocarril no hubiese sido posible el desarrollo a gran escala de la agricultura de granos en el interior de Estados Unidos y Canadá, principales mercados del hilo de agavillar. Hasta ese entonces los altos costos del transporte terrestre solo habían permitido el desarrollo de grandes regiones agrícolas exportadoras en las islas y costas del Nuevo Mundo, no al interior del continente.
Topik y Wells han señalado que durante el siglo xix hubo una nueva mentalidad liberal que hacía énfasis en la eficiencia, la productividad y la competitividad internacional. Esta actitud es clara en la manera que las personas de Yucatán y Filipinas entendieron la necesidad de mecanizar los procesos productivos de sus respectivas industrias textiles. La fe en el progreso de los liberales decimonónicos se sustentó en buena medida por su confianza en el poder de la ciencia y la tecnología para cambiar el mundo material. Pablo García, del Instituto Literario de Mérida, escribió en 1881:
Podemos, pues, considerar como el primer paso de la humanidad, en la vía del progreso, su dedicación á la agricultura, que fijando á las sociedades en terreno circunscrito, obligaba á sus miembros á un trabajo pausado é inteligente, les imponía la necesidad de arrancar su subsistencia de la tierra cultivada con sus sudores, hacía nacer en los espíritus la idea de la propiedad, les sugería las ideas de economía de consumo; y apuraba su inteligencia para la conservación del sobrante y para el cambio de sus productos, principio de la industria mercantil, y les obligaba á estrechar los vínculos de la comunidad […] solo la preponderancia científica puede continuar en lo sucesivo la acción del progreso.
Este optimismo también puede ser rastreado en Manila. Allí, en 1887 Abelardo Cuesta y Cardenal anunciaba con gusto su invención de una máquina para raspar abacá. Notemos la manera en que el autor liga la mejora de los medios de producción con una ley inmutable del progreso:
La tendencia, pues, de los siglos ha sido, es y será perfeccionar los medios de producción, suprimiendo todo lo posible el trabajo manual que insensiblemente vá cediendo el campo al trabajo de la inteligencia, con tanto mayor beneplácito, cuanto más fatigoso es el primero y más llevadero el segundo.
Y dada aquella tendencia, que es ley inmutable del progreso, ¿podrá admitirse una excepción en la idea del mecanismo para el beneficio del abacá?
Mucha discusión ha habido en torno a por qué algunas regiones y mercados globales experimentaron una mecanización antes que otros. Algunas explicaciones han girado en torno al tema de la mano de obra. Algunos economistas creen que el acceso a mano de obra barata impide la mecanización. Sin embargo, esta hipótesis parece que no funciona en nuestro caso de estudio. Porque en Yucatán, donde reinaba un sistema cuasi esclavista de trabajo en las haciendas fomentado por la complicidad del Estado, la mecanización de la industria henequenera fue exitosa. Por otro lado, en Filipinas, en donde el sistema laboral era más flexible, la máquina Cuesta nunca logró imponerse, a pesar de su buen funcionamiento.
Los funcionarios del gobierno estadounidense, quienes por aquella época gobernaban en Filipinas, atribuían el fracaso de la mecanización de la industria a la falta de capital. Según sus propias descripciones, la producción estaba en manos de numerosos pequeños y medianos propietarios que no tenían el dinero suficiente para invertir en maquinarias. En efecto, mientras las haciendas de Yucatán se expandían por territorios de 500 a 3000 hectáreas y las de Tanzania en no menos de mil, en Bicolandia no hubo territorios de más de 150 hectáreas.
Wells cree que hay otro factor que explica el fracaso de la mecanización en Filipinas: las difíciles condiciones ecológicas para el cultivo de abacá. Sencillamente, era impráctico y costoso instalar las máquinas en las laderas volcánicas. Además, aquella fibra debía ser procesada el primer día después de su cosecha. Con malas carreteras era imposible llevar la materia prima a los valles antes de que caducara. De esta limitación ya era consciente Abelardo Cuesta, quien explicaba que para que la máquina pudiera tener éxito comercial sería necesario construir buenas carreteras. Esto nos recuerda que la tecnología no está libre de las restricciones ambientales y locales.
En el caso de Yucatán, la máquina para raspar henequén fue desarrollada a mediados del siglo xix y perfeccionada durante el resto del siglo. Las máquinas de raspar henequén, de invención yucateca pero mandadas a hacer a Estados Unidos, tuvieron un éxito rotundo en las haciendas. Para 1895 había 159 de ellas tipo Solís y 54 tipo Prieto repartidas por el estado. El gobierno alemán en Tanzania prestó mucha atención a este aspecto de la industria, y también facilitó que los grandes propietarios pudiesen importar dichas máquinas.
La consecuencia del fracaso de la mecanización de la industria del abacá en Filipinas, en contraste con el éxito del mismo proceso en el henequén de Yucatán y Tanzania, permitió que el textil henequenero fuese mucho más barato en el mercado que el abacá. Esta diferencia de precio fue el principal factor que determinó el éxito comercial del henequén. Pero las máquinas no fueron el único factor que bajó los costos de producción en Yucatán con respecto a los de Filipinas: un sistema de trabajo cuasi esclavista también fue cómplice de esto.
Migraciones internacionales
El fuerte crecimiento de la producción agrícola en el mundo, y la consiguiente explosión de la demanda de hilos de agavillar causaron que la mano de obra nativa en Filipinas, Yucatán y Tanzania no fuese suficiente para satisfacer las demandas del mercado. Esto provocó que en estas tres regiones se buscase atraer trabajadores, pero la manera en que se consiguió este objetivo fue muy distinta en cada área.
En algunos lugares, como Hawai, el problema de la demanda de trabajo fue en gran parte solucionado, porque los altos salarios hicieron del archipiélago un destino atractivo para trabajadores japoneses y coreanos. De hecho, existe una foto en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos que da constancia de que campesinos nipones cultivaron sisal en Hawai en los años anteriores a la Gran Guerra.
Mientras tanto, la administración estadounidense en Filipinas recurrió a la contratación de 5,000 japoneses para la construcción de caminos en la región de Benguet en 1904. Cuando el proyecto terminó, en 1905, muchos trabajadores japoneses quedaron desempleados y sin poder costear el regreso a casa. Entonces, cientos de ellos acudieron a la región abacanera de Davao, bajo la dirección de Ohta Kyzaburo, en busca de trabajo.
Teóricamente, la ley no permitía que los extranjeros poseyeran grandes propiedades, pero la falta de mano de obra en la región y la creencia del gobierno estadounidense de que era necesario que el abacá se cultivase en grandes plantaciones facilitaron que Ohta organizase una plantación de 35,000 árboles en la región. Más tarde, en 1907, surgió la Ohta Development Company que para 1913 se convirtió en la Furukawa Plantation Company. De esta manera, para 1918 había en Filipinas 71 plantaciones japonesas en donde trabajaban unos 10 mil nipones. Lo que convirtió al capital japonés en el principal inversor comercial de abacá en Davao.
Por otro lado, en Yucatán las plantaciones henequeneras siempre fueron propiedad de locales. Pero el sistema laboral de peonaje por encasillamiento, en el cual se pagaban bajos salarios para facilitar el endeudamiento de los peones –quienes incapaces de saldar una deuda heredable se volvían de facto propiedad del hacendado– hacía que casi nadie desease ir a trabajar a Yucatán de manera voluntaria.
Debido a ello, los hacendados buscaron otras maneras reprobables para hacerse de mano de obra. Por ejemplo, el gobierno de Porfirio Díaz facilitó el rapto de Yaquis del norte del país para ser traídos a las haciendas y se buscó importar trabajadores chinos en 1891. La experiencia de los trabajadores chinos en Yucatán fue tan deplorable, que lejos de alentar la inmigración voluntaria de una ola de trabajadores asiáticos al estado, provocó que tanto China como Japón prohibieran la inmigración de sus locales a México. De manera que, cuando en 1904 se buscó nuevamente traer mano de obra asiática, esta tuvo que ser buscada en Corea de manera ilegal. Para ello el agente yucateco publicó el siguiente anuncio, lleno de mentiras, en varios periódicos coreanos y que ha traducido Alfredo Romero:
En la América del Norte se encuentra México, tierra de civilización y riqueza equiparables con las de su vecino Estados Unidos. Aquí la tierra es pródiga y el agua abundante; el clima es cálido y saludable. La mayoría de su población es rica y los pobres son muy pocos, por lo que hay escasez de mano de obra. Recientemente muchos chinos y japoneses se han establecido en México y han logrado en corto tiempo amasar grandes fortunas. Hoy las puertas del éxito están también abiertas para los jóvenes coreanos. Apresúrese a registrar sus nombres en cualquiera de nuestras oficinas. No dejen pasar esta oportunidad.
Por aquellos años, Corea era un protectorado japonés y el gobierno de aquel país buscaba la manera de evitar la emigración coreana. Pero como prohibir la emigración coreana sin ningún otro motivo que para beneficiar a Japón era un movimiento político bastante torpe, el gobierno nipón necesitaba un buen pretexto para lograr su objetivo. La salida del barco inglés que trajo 1,033 coreanos a Yucatán de manera ilegal, probó ser el pretexto perfecto: levantó fuertes rumores en la península coreana de que estos habían sido víctimas de la trata de esclavos. De manera que un día después de la partida, el gobierno declaró:
El gobierno coreano, en virtud de haberse percatado que el grupo de connacionales que partió para México forma parte de una operación de trata de esclavos ha tomado la decisión de prohibir toda emigración. Ésta ha sido una decisión atingente del gobierno.
En Tanzania, la fuerte demanda de mano de obra también causó migraciones, facilitadas por el recorte de las distancias debidas a la construcción de ferrocarriles que unían el interior con las costas. Sin embargo, a excepción de la inmigración de los colonos alemanes que siempre representaron una proporción mínima en la producción de sisal (aunque acaparaban la mayor parte de la plusvalía de este comercio), la gran mayoría de estos inmigrantes provenían de zonas cercanas. Los inmigrantes solían venir de las zonas de Porters, Nyamwezki y Sukuma, quienes rara vez se dedicaban exclusivamente a la siembra de sisal y más bien practicaban un estilo de vida mixto: solamente trabajaban en las plantaciones unos meses al año, por lo general con el objetivo de ganar el suficiente dinero para poder pagar los impuestos que les imponía el gobierno alemán, y luego regresaban a sus comunidades.
Estos ejemplos demuestran los diversos mecanismos que alrededor del mundo fueron usados para satisfacer la demanda de mano de obra en el mercado de producción de fibras para el hilo de agavillar. En Hawai y en Davao los incentivos del mercado lograron saldar en gran parte este problema, aunque el gobierno estadounidense fue cómplice de permitir el surgimiento de grandes plantaciones japonesas en Davao; en Tanga el sistema tributario se diseñó de tal manera que forzaba a los nativos de distintas zonas de Tanzania a buscar trabajo en las plantaciones; mientras que en Yucatán se optó por minar la libertad de movilidad de los trabajadores, lo que obligó a los hacendados a traer por la fuerza o mediante engaños despiadados la mano de obra que necesitaban.
El lugar en el mapa geopolítico de la nación de origen de los trabajadores también influía en el destino de los campesinos. Japón, al estar mucho mejor posicionada que Corea, logró ganar para sus naturales mejores condiciones laborales en el extranjero, e incluso, usó su influencia para dificultar el acceso a estos mercados de trabajo a los naturales coreanos. De manera que, mientras los japoneses lograron establecer grandes compañías de abacá en Filipinas, los trabajadores coreanos en Yucatán solo fueron campesinos y cuando terminaron sus contratos la mayoría de ellos siguió teniendo vidas humildes en el campo y en el pequeño comercio.
Hemos dicho ya que desde la primera mitad del siglo xix y hasta la Primera Guerra Mundial la globalización estuvo impulsada por el libre comercio. Sin embargo, la etiqueta “libre comercio” oculta el hecho de que el Estado siempre mete la mano en la economía. Puede ser pasando leyes que permitan la apropiación de tierras de las comunidades por parte de los hacendados, o que favorezcan la coerción laboral por medio de las deudas heredables. El triunfo de la primera globalización, supuestamente liberal, se sustentó sobre la explotación despiadada de grandes masas de trabajadores con la complicidad de los estados.
Continuará.