Roldán Peniche Barrera
Yucatán Insólito
Ya hemos leído que lo primero que se veía al contemplar el Palacio de Gobierno en tiempos coloniales era un gran patio cubierto de naranjos. Pero éste no era el único patio del inmueble, pues contaba con otro (donde vivían seguramente en cobertizos o casas de paja, los criados) y otro más, el tercero, el mayor de todos, conocido como la huerta. Este enorme patio abarcaba todo el fondo del Palacio, colindando por el Oriente con el templo del Jesús, y hacia el Norte, con la calle 59, entonces llamada Calle de Santiago porque nos conducía hacia aquel viejo barrio. Esto nos demuestra que el inmenso terreno ocupado por el edificio era de una esquina, ya que comenzaba en la 61 y concluía en la 59, esto es, que comprendía lo que con el tiempo serían el Teatro Principal (hoy Daniel Ayala), el Cine Cantarell (hoy un negocio de electrodomésticos), el Café Express y la Fotografía Omega.
En la parte del Palacio que daba a la 61, se estableció la real cárcel, que antes ubicaba en las piezas bajas de la Casa Constitucional, sobre la calle 62. Ya en tiempos del gobierno del Mariscal don Carlos de Luna y Arellano, la cárcel fue ubicada a un lado del mismo Palacio, “tanto porque el número de los presos demandaba más amplitud en las prisiones, como para que el Gobernador estuviese en aptitud de visitarlas cada vez que lo hallase conveniente. De esta suerte, la puerta principal vino a encontrarse en un ángulo del primer patio, en vez de ocupar la parte central del frente”.
En tiempos del gobernador don Antonio de Figueroa se corrió una espaciosa galería en tres lados del patio principal. Esto dio origen a ciertos cambios o modificaciones interiores ubicando los dormitorios hacia el Oriente cuando antes se hallaban al frente. De acuerdo con don Justo, “el patio conservó siempre el nivel de la entrada que, según se había visto, estaba a la elevación de algunos escalones sobre el de la plaza”.
Pero durante la época de la Independencia, los gobernadores ya no volvieron a dormir (y a vivir) en el Palacio con alguna excepción y el edificio quedó destinado sólo para despachar los asuntos oficiales como hasta el presente. Durante el siglo XIX fue demolida la segunda galería exterior sustituyéndose las ventanas de madera por ventanas de hierro.
La excesiva suspicacia del Gobernador don José Campero
¡Pobre de don José Campero! Su suspicacia resultaba enfermiza y quizás ya sospechaba de la extraña (y hasta hoy no aclarada) manera en que debía de morir al mediar el siglo XVII. A Campero le tocó residir en el Real Palacio. No trajo familia de España y su único compañero era un viejo soldado español quien incluso hacía las veces de cocinero, pues era el único autorizado para disponerle los alimentos, mismos que el Gobernador hacía probar al cocinero antes de engullírselos él mismo.
Y con ser el gobernador, vivía aislado del pueblo y apenas si daba audiencias prefiriendo, por lo general, que alguno de sus funcionarios lo hiciera. El vivía solitario entre las cuatro paredes de su enorme cuarto con sólo su celoso custodio cuyo nombre -según asegura don Justo Sierra- era el de Juan de Herrada. Campero sólo mantenía relaciones con dos o tres personas, como el obispo, por ejemplo.
Comía sólo y jamás invitaba a alguien a su mesa. “Era enemigo de etiquetas -dice Sierra-, y sólo visitaba al obispo en uno u otro día del año. Su tiempo desocupado, empleábalo en oraciones y ejercicios piadosos, pues el buen Gobernador era devoto hasta la superstición, y creía más de lo necesario para salvarse”.
(Continuará)