Yucatán

La excesiva suspicacia del Gobernador Don José Campero

Roldán Peniche Barrera

II

Quien más frecuentaba al Gobernador Campero era su padre confesor y director espiritual de conciencia.

El extraño retrete del Gobernador Campero.- El retrete del Gobernador reflejaba el extraño carácter de su morador: la puerta tenía dobles cerrojos de hierro, con enormes pasadores de madera recia, que servían para darle mayor seguridad en caso de un ataque nocturno. (Ya vimos que Campero desconfiaba hasta de su propia sombra). El gobernador no dormía en hamaca… pero increíblemente tampoco pernoctaba en la cama principal “adornada de una vistosa colgadura”, cama que “se hallaba en una posición en que pudiera recibir de lleno la corriente de aire que venía de una de las ventanas que daban a la calle”. ¿Qué más podía pedir el Gobernador? Su lecho daba a una corriente de aire fresco, ventaja sin duda en nuestra tierra calurosa, pero extrañamente, el gobernante no dormía en esa cama, sino en un pequeño y miserable catre de campaña ubicado en “un ángulo resguardado y protegido de la pieza”. ¡Y es que Campero temía verse expuesto a “los tiros de algún malqueriente o enemigo oculto!” y por esa razón prefería la seguridad de aquel catrecillo escondido. Pero eso no era suficiente: en la cabecera del catre veíase un hermoso crucifijo, y a su derecha un par de gruesos trabucos de Vizcaya, y a su izquierda “una espada toledana de probado corte y fino temple”.

Otros detalles de aquel peregrino retrete.- La habitación de Campero constaba de seis butacas de cuero curtido, un escaparate de madera negra con chapas y adornos de plata, un escritorio o papeleta con embutidos de nácar, una mesa de comer pequeña y otra destinada para el altar, que a la vez era un armero, pues si bien una pintura de la Virgen de los Dolores pendía de la pared colocada en un vistoso cuadro, y poco más abajo una calavera humana puesta en un nicho de cristales, por vía de adorno, “sin embargo se veía allí una descomunal lanza, algunas pistolas, dos puñales y una escopeta”. ¡Y con tal arsenal, quién intentaría atentar contra la vida del señor Gobernador! Próximo al catre admirábase una estera pintada que servía de alfombra y una hermosa piel de tigre, sobre la cual se pasaba a la habitación del fidelísimo soldado custodio de Campero.

Insólita desconfianza.- Pensemos en que al visitar a un amigo, éste nos reciba apuntándonos con una escopeta o con una pistola. Pues eso mismo ocurría a quien se atreviera a visitar a Campero. En cuanto escuchaba el más leve rumor, “su primer movimiento era dirigirse a la más próxima arma que podía haber a las manos”. Entonces quien llegaba se hallaba con un ceñudo personaje amartillando una pistola y rezando en voz alta algunas oraciones. Dice el Dr. Sierra que una vez el confesor del Gobernador fue recibido de esa manera, y que exclamó:

-¡Válgame la Virgen del Rosario, señor Gobernador! Miedo me da usted cada vez que entro en este sitio, pues siempre he de encontrarme con algún chisme de esos en la mano. No hay que jugar con fuego. Mire usted que no es la primera vez que yo he visto ocurrir una desgracia, sin más acá ni más allá, tan sólo por andarse con semejantes muebles. El diablo podía tentar a usted y de repente…

-¡Jesús me valga! -dijo santiguándose el Gobernador-. No permita Dios que llegue ese caso. Ya sabe usted porqué soy tan desconfiado después que he venido a gobernar en esta malhadada provincia. Si llegase un enemigo a atacarme de frente y cuerpo a cuerpo, ¡por vida de…! ¡Ya vería usted qué bien librado saldría de la empresa! ¡Por vida de…!

Así se las gastaba el Gobernador Campero en el siglo XVII. Ya hablaremos más del asunto en próximas entregas.