Yucatán

Algunos fantasmas del Campo Yucateco

Delfín Quezada Domínguez*

En mis andares por la investigación virtual, es decir, la consulta de archivos históricos a través del mundo por medio de la computadora, encontré algunos escritos que me llamaron la atención los cuales quiero compartir con mis estimados lectores. Se trata de unos papeles sueltos del Arzobispo Crescencio Carrillo y Ancona, publicados a mediados del siglo XIX en el Registro Yucateco, periódico literario redactado entre 1845-1849. Entre esos documentos, había unos que denomino “Fantasmas”, los cuales pongo a su disposición. Los reproducimos sin modificar el formato original de la escritura.

BALAM. Los indios temen y respetan a un ser ideal que llaman Balam: dicen que es el señor del campo, y que no puede labrarse, sin peligro de la vida, si no se le hacen ciertas ofrendas, como son la horchata de maíz, saca, un guiso que se hace con maíz y pavo llamado kool, la tortilla con frijol, bulihuah, el vino hecho con miel, agua y la corteza de un árbol que llaman balche, y el humo del copal en lugar de incienso; de suerte que puede decirse que le adoran como a un Dios, pero siempre cautelándose de los blancos, sin duda por el temor de ser mirados como idólatras. Dicen también que Balam no sólo castiga con las enfermedades que manda a los que tocan los campos, si antes no le hacen sus ofrendas, sino que también aterroriza a los habitantes del campo apareciéndoseles en figura de un viejo muy barbado, y tan horrible que es capaz de dar miedo al más valeroso; atribúyanle igualmente la circunstancia de pasearse por el aire, desde donde prorrumpe en prolongados silbidos, que lo hacen más respetable y temible. Profieren los indios su nombre con veneración, y muchas veces le llaman yum balam, esto es, padre y señor.

ALUX. Nombre que se da a unos fantasmas que generalmente creen los indios, y aun los que no lo son, que hay en las ruinas y cerros, y cuentan que desde que se oscurece empiezan a pasearse alrededor de las casas, tiran piedras, silban a los perros y algunas veces les dan de latigazos, de cuya estropeada quedan con tos y se mueren: cuentan que corren más que un hombre, y con la particularidad de ser tan violentos en la carrera, así de frente como de espaldas: no causan terror a quienes los miran: le temen a la luz: suelen entrar en las casas y cargar a los que están acostados en sus hamacas, de modo que no los dejan dormir: en los ranchos de caña, cuando está armado el trapiche, le dan vueltas, y si los torcedores dejan al caballo, le echan y azotan para poner en movimiento la máquina: dicen que son del tamaño de un indito de cuatro o cinco años, desnudo y con un sombrerito en la cabeza. Es tan general esta creencia en todas las gentes que viven en el campo, que cualquiera daría por cierta la existencia de este fantasma si todo se creyese por pura atestación, mas como para admitir o desechar una especie cualquiera, se necesita hacer investigaciones, de ellas resulta el conocimiento de su falsedad o certeza y la persuasión de los sentidos y del entendimiento.

Es incalculable el perjuicio que esta fatal preocupación causa cada día á los anticuarios, y la razón es que se cree comúnmente que las figuras de barro que se hallan siempre en los cerros y los subterráneos son las que por la noche se animan y salen a pasear, y no es otro el motivo que tienen para despedazar sin piedad a cualquiera figura que encuentran, aun ofreciéndoles pagársela bien. Atribuyen al alux el origen de las enfermedades que se padecen en el campo, porque dicen que su contacto es maligno, y que cuando hallan a alguno durmiendo y le pasan tan suavemente la mano en la cara que no lo siente, indudablemente le da una calentura que lo arrolla por mucho tiempo.

XBOLONTHÓROCH. Este es el fantasma casero que no hace mal, espanta no más a los que se desvelan, sin embargo, de que no es visible: tiene, como el eco, la propiedad de volver los sonidos, y los ruidos que se han hecho en el día, los repite por la noche: en las casas en que se hila, que es en todas las de los indígenas, se oye sonar el huso como si se estuviera hilando, y este ruido hecho por el xbolonthóroch, les causa inexplicable terror.

BOKOLHAHOCH. Se dice que en algunos lugares se oye un ruido debajo de la tierra, semejante al que se hace con el batidor cuando se bate el chocolate; y como este ruido dicen que lo oyen siempre de noche, lo atribuyen al diablo, a quien dan el nombre que queda dicho, y que en figura de zorro hace aquel ruido por solo el placer de espantar a quienes lo escuchan.

XTABAI. En los lugares más solitarios de las poblaciones, refieren muchos que han visto a una mujer vestida de mestiza, peinando su bella cabellera con la fruta de una planta que llaman xaché xtabai, muy conocida de los naturales; y que huye luego que se le acerca alguno pero aligerando o retardando el paso, o desaparece, o se deja alcanzar; y como el que comúnmente la sigue es algún enamorado, luego la abraza, y cuando cree encontrar con una bella mestiza, da con un bulto lleno de espinas, y con los pies tan delgados como los de un pavo: no para en esto el chasco, pues del gran terror que ocasiona tan inesperada transformación, resultan privaciones y calenturas con delirio.

HUAHUAPACH. Es un gigante que se suele ver en el silencio de la media noche en ciertas calles: es tan elevado, que un hombre apenas le llega a las rodillas, y lo que hace para impedir el tránsito, es abrir las piernas, colocando un pie en cada lado de la calle, y si alguno, sin advertir en este fantasma, intenta pasar debajo, junta prontamente las piernas y aprieta con ellas la garganta hasta ahogar al infeliz paseante.

¿Se juzgará por estas creencias, que los habitantes de Yucatán se hallaban en un estado de ignorancia tal, que admitían y aún hoy admiten quizá como ciertas tan ridículas especies? Ridículas nos parecen ahora, porque acostumbrados a ver los objetos con la hermosa luz del cristianismo, y sin pararnos a examinar la historia antigua de los pueblos, pretendemos que la raza que poblaba el Nuevo Mundo, era bárbara e ignorante. Los monumentos que nos han dejado, y que ni el tiempo ni la prodigiosa vegetación de nuestro clima han podido destruir, es una prueba en contra de tan injusto aserto. En todas las naciones ha habido siempre dos clases más notadas en la sociedad: la de la gente instruida, y la de los ignorantes: la primera siempre ha sido corta; la segunda numerosísima: la una será aristocracia, si se quiere, verdadera nobleza; la otra es una gran masa que unas veces es dominada por la primera, y otras domina ella exclusivamente.

Entre estas dos clases hay distintas ideas, diversas creencias: el hombre ilustrado todo lo examina, todo lo reflexiona; los ignorantes ven fantasmas y los temen. Los indios en general no estuvieron libres de esta propensión instintiva de la naturaleza humana; y si aún hoy he dicho que todavía creen, es porque la ilustración no se comunica sino después de mucho tiempo y trabajo, y todavía ellos, habituados a sus usos y costumbres, y subyugados por tres siglos, no están en estado de comprender la filosofía de la sublime religión que se les enseña.

*Profesor de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY