Yucatán

Recibió su acta de nacimiento a los 14 años

José Carlos Ricárdez López tiene 14 años, pero hasta ayer carecía de un acta de nacimiento, pues creció en un rancho apartado de la civilización donde su padre trabajaba como jornalero.

Su padre José Oseas Ricárdez Ramírez y su madre Fausta López González tuvieron siete hijos: Minerva, Raquel, Gabriel, Elizabeth, Esther, Manuel, Abigail, Sofía y José Carlos.

En el rancho no había luz y tomaban agua de un arroyo para subsistir; para comprar algo de comer tenían que caminar una hora y media hasta el pueblo más cercano en su natal Veracruz.

Jugaba con sus hermanas como cualquier niño, no tenía amigos porque el último rancho en el que vivió, que se llama “Los Limonares”, estaba a tres horas de camino de la carretera federal, donde podían esperar un autobús que los trasladara a Coatzacoalcos cuando había alguna emergencia de salud.

Fue a la escuela sólo unos días, pero no fue posible darlo de alta porque carecía de un acta de nacimiento.

Después de que falleció su progenitor, la pobreza en la que vivían hizo imposible que doña Fausta pudiera sacar adelante a sus siete hijos, por lo que decidió pedir ayuda a sus familiares más cercanos, a quienes entregó a sus vástagos. José Carlos quedó a cargo de sus tíos Severo Juárez García y Teresita Ricárdez Ramírez, hermana de don José.

“Sí le llegamos a decir que tramitara los documentos de sus hijos; somos originarios de Veracruz; él vivía en una montaña muy alejada de la ciudad; cuando su esposa Fausta estaba embarazada acostumbraban a venir cerca de donde nosotros vivíamos, porque por ahí vivía una partera y ahí nació José Carlos en Coatzacoalcos, pero sí tuvo que ver la ignorancia, la desidia y también la pobreza, porque si dejaba de trabajar un día no comía su familia; él no vio más allá y la mamá tampoco, no sabe leer ni escribir; entonces nos entregó a este niño; nos dijo Fausta que no quería que anduviera sufriendo y prefería que se quedara con nosotros; por eso, estos años han sido difíciles porque lo llevé a una primaria que se llama ‘Felipe Balderas’, en la comunidad de Villa Allende, nunca le dieron de alta por falta del acta y yo le compré un libro y lo enseñé a leer y a escribir”, dijo doña María Teresita.

Este matrimonio se ha encargado de instruirlo a través de la religión y lo han ido formando para que sea un buen ciudadano aquí Mérida, a donde arribaron hace un año agobiados por la violencia que azota su Estado.

“Él ya tiene sus sacramentos, confirmado, su confirmación, su bautizo, su primera comunión, aunque siempre fue una situación dolorosa, de mucha preocupación”, afirmó esta humilde mujer.

Por su parte, don Severo resalta que nunca perdieron la fe.

“Siempre le rogamos a Dios que, de alguna manera, tenía que llegar el auxilio de Él, de hecho en una comunidad de Veracruz tratamos de sacar el acta de nacimiento de José Carlos, pero nos cobraban mucho dinero y nosotros no teníamos, querían para empezar tres mil pesos, ya que todo salía en 5 mil y todo se quedó así, teniendo que emigrar por situación de seguridad y llegamos a Mérida hace un año, pero con el pendiente de que por no contar con este documento el niño no podía ir a la escuela; tocamos puertas y no encontrábamos soluciones hasta que conocimos a la licenciada Celia Rivas que amablemente nos recibió en su oficina del Registro Civil, cuando a través del POR ESTO! conoció nuestra historia y en dos semanas le entregaron su acta al niño y ahora sí va a poder estudiar, viajar y convivir con otros niños de la escuela”, señaló.

Don Severo, doña Teresita y Carlitos abrazaron a la directora del Registro Civil en agradecimiento por haberlos ayudado.

“Estoy muy feliz porque ya voy a ir a la escuela, con un acta de nacimiento puedes hacer muchas cosas, puedo viajar y puedo existir en este mundo y sin un acta no existes; las palabras de la licenciada Rivas me hicieron sentir alegría y hasta lloré porque creo que es una bendición de Dios encontrar a una persona como ella; me siento más liberado, ya existo, podré unirme a cualquier grupo; antes no era así, mi vida fue siempre vivir en los ranchos donde mi papá trabajaba todos los días para darnos de comer; recuerdo que no teníamos luz, tomábamos agua de un arroyo que pasaba por el lugar, siempre fuimos pobres pero yo no sabía nada de la vida porque vivíamos cerca de las montañas, muy lejos de la ciudad; desde que mi papá murió y vivo con mis tíos, ellos me han enseñado a leer y a escribir y voy con ellos a la iglesia; sé tocar la guitarra y canto en un coro y me quiero unir en el coro del padre Federico en Ciudad Caucel, pero estoy muy agradecido con la licenciada, y por eso quiero decirle a las familias que tienen hijos que pasan por una situación como la que yo viví que no se olviden que hay un Dios que todo lo puede y pone en el camino a personas de buen corazón como doña Celia Rivas”, finalizó.

(Texto y foto José Luis Díaz Pérez)