Yucatán

Ariel Juárez García

Un grupo de muchachos querían “pasarla bien”, y cuando vieron a un hombre indigente dormido en la acera de la calle, lo empaparon con un líquido inflamable y le prendieron fuego. La víctima, un indígena procedente de un pueblo pobre, murió más tarde en el hospital. Según un informe “los chicos supuestamente dijeron que pensaban que no le importaría a nadie puesto que en otros lugares ya se había quemado a varios mendigos en la calle y nadie había tomado medidas para evitarlo”.

“El vandalismo puede ser un acto de venganza o un modo de expresar una opinión política. Tanto jóvenes como adultos muchas veces cometen este delito…”, dice The World Book Encyclopedia. Sin embargo, al hacer un análisis cuidadoso de las marchas y protestas pacíficas que de manera pública se han manifestado en diferentes épocas y ciudades para exigir justicia ante las autoridades o hacer petición de necesidades apremiantes para la población, el diálogo ha prosperado en su beneficio. En contraste, la aceptación de la violencia –implícita en el vandalismo–, para apoyar todo tipo de marchas y manifestaciones de protesta o exigencia de derechos, en esencia puede ser muy destructivo e incluso mortal. Se hace evidente que el vandalismo es como un síntoma de una sociedad enferma.

Sea que el vandalismo ocasione víctimas o no, el costo económico, físico y emocional, es incalculable. Tan sólo al observar, las rudas y grotescas inscripciones de nombres, refranes, obscenidades y vulgarismos en las paredes de viviendas y vehículos de todo tipo, así como en las aceras, en las escaleras, en los edificios públicos, sobre los monumentos, y sobre las esculturas de piedra en los parques públicos de cualquier ciudad, etc…, ante los ojos de cualquier ciudadano se presentan imágenes de destrucción, desolación, y un abierto rechazo a la cultura y la educación.

Por la manera descontrolada y violenta en que se sigue infiltrando el vandalismo –en las marchas o manifestaciones de protesta de personas sinceras–, por personas que ocultan el rostro para salir impunes, no sólo se desafía abiertamente a la autoridad de cualquier nivel, sino… se demuestra una total falta de respeto a la propiedad.

Por sólo citar un ejemplo, a principios del mes de enero de este año, las autoridades de la UNAM, de la Ciudad de México, señalaron públicamente que no podían estar de acuerdo en que se afecten las actividades académicas y administrativas y exhortó a los alumnos que entregaran los planteles que habían tomado, para permitir su apertura, advirtiendo que ya se habían presentado denuncias contra quienes resulten responsables de causar destrozos, vandalismo y saqueos en esas instalaciones.

A través de los medios de comunicación, las autoridades universitarias destacaron que tienen conocimiento, junto con el apoyo de imágenes difundidas en redes sociales, que existen severos daños a la escuela, al patrimonio cultural, y afectaciones en infraestructura, bienes y suministros, causados por pintura en aerosol, bombas Molotov y objetos diversos junto con herramientas útiles para romper cristales y destrozar lo que se encuentre a su paso. No sólo eso, los inconformes quemaron llantas y colocaron vallas que elementos de tránsito utilizan para controlar el tránsito vehicular. Además, un camión de carga de una empresa refresquera fue vandalizado por los inconformes, etc.

No es un caso único, el que en México se esté padeciendo a causa del vandalismo frecuente. De manera parecida está ocurriendo en los más diversos países. Cabe mencionar que, en Filadelfia, Pensilvania, el costo anual de tratar de limpiar la contaminación de los daños causados con pintura en aerosol, sobre pisos y muros, llega a 4 millones de dólares.

En la ciudad de Nueva York, los esgrafiados en los trenes subterráneos han llegado a la “fase epidémica”… ya intolerante. Después de muchos meses los concejales de la ciudad en Nueva York finalmente aprobaron un conjunto de leyes que estipulan castigos por los daños desastrosos y la terrible desfiguración de la propiedad, causados por el vandalismo.

El vandalismo, desenfrenado en la ciudad de Nueva York, es sencillamente otra palabra que se usa para dar nombre al robo. Dice la revista New Times: “Esta ciudad –la indisputable capital mundial del robo– está siendo robada. Físicamente robada delante de la misma vista de sus residentes. Se está despojando a los parques, plazas y jardines botánicos como si fueran automóviles abandonados. Se están hurtando monumentos públicos. Se están asaltando estatuas. Todo se hace con más frecuencia y cada vez con más audacia.”

Ante hechos de este tipo, diversas autoridades se han preguntado: ¿Por qué aumenta el problema? En este respecto, Joseph Bresnan, director de monumentos del Departamento de Parques, da una polémica opinión: “Nadie toma al vandalismo en serio… La policía dice que está muy ocupada tratando de cuidar a la gente para que ésta no se vea afectada.”

Por su parte, el ayuntamiento de la ciudad de Chicago, Illinois, aprobó un conjunto de normas o leyes que rigen o regulan el buen gobierno y funcionamiento de la ciudad en las que se requiere que los padres paguen los daños causados por el vandalismo de sus hijos. Un apoyador dijo que la ley se proponía combatir lo que él avala como “la delincuencia de los padres.” Los suburbios que ya tienen leyes similares para hacer responsables a los padres “han informado una reducción notable en el vandalismo,” hace notar el Times de Nueva York.

Hoy día, el vandalismo destructivo confronta regularmente a los jóvenes estudiantes en la actualidad. El informe Vandalism and Violence dice: “En los pasados pocos años, el vandalismo y la violencia escolar, que en un tiempo eran la marca de unos pocos ‘chicos malos’ y ‘psicóticos,’ han rebasado los límites… adquiriendo la magnitud de un problema nacional.”

Lamentablemente, la decadencia moral de la sociedad ha dañado seriamente la enseñanza que se provee en las escuelas. Ha provocado que a éstas les sea casi imposible suministrar guía moral. Como ilustración de lo que ha cambiado el ambiente escolar, se adjunta una relación de los siete principales problemas que requerían disciplina en las escuelas públicas de Estados Unidos en 1940, en contraste con los diecisiete principales problemas de este siglo XXI. Los problemas escolares que encabezaban la lista en 1940 eran los siguientes: 1) hablar, 2) mascar chicle, 3) hacer ruido, 4) correr por los pasillos, 5) no mantener el orden al estar en fila, 6) llevar ropa inadecuada y 7) no echar los papeles en las papeleras.

Por otro lado, en lo que va de este siglo, los problemas que encabezan la lista son: 1) violación, 2) hurto, 3) agresión, 4) robo con escalo, 5) incendio premeditado, 6) uso de explosivos, 7) asesinato, 8) suicidio, 9) absentismo, 10) vandalismo, 11) extorsión, 12) drogadicción, 13) abuso de bebidas alcohólicas, 14) peleas entre pandillas, 15) embarazos, 16) abortos y 17) enfermedades venéreas.

El que los adolescentes, o algunos mayores, se rebelen públicamente, con una polémica manifestación de actos vandálicos, no es sino una expresión más del espíritu, o actitud mental, que satura el mundo. Los jóvenes, son particularmente vulnerables a este espíritu rebelde que impera en la mayoría de las ciudades al mostrar una total falta de respeto hacia cualquier forma de autoridad.

Hay que tener presente que toda ciudad no sólo se compone de edificios y calles, sino de habitantes. En primer término, son las personas quienes deben cambiar para que su vida en la ciudad o en cualquier población menor, mejore. “La mejor medida económica que puede adoptar un municipio es cuidar e instruir a los ciudadanos con valores”, señala Lewis Mumford en The City in History (La ciudad en la historia).

Sin duda, para erradicar males como el vandalismo, hace falta más que una mayor presencia policial o una nueva mano de pintura. Hay que ayudar al ciudadano a realizar grandes cambios en su actitud y conducta.