Donde quiera que vayan, tengan el valor y el coraje de dejarse conducir por el Espíritu Santo, de ser especiales, de ser singulares como Simeón y Ana, dijo el Arzobispo de Yucatán, Gustavo Rodríguez Vega, a los diez jóvenes que recibieron el sacramento de la Confirmación, así como a todos los fieles que asistieron ayer a la misa que ofició por la mañana en la Santa Iglesia Catedral de Mérida.
Antes de la ceremonia religiosa, el prelado recibió a un grupo de fieles que llevaron a bendecir sus velas e imágenes del Niño Dios, así como a presentar a sus hijos pequeños, con motivo de la celebración de la Virgen de la Candelaria.
En su homilía, el pastor de grey católica yucateca dijo:
–Muy queridos hermanos y hermanas religiosas, diáconos y jóvenes que van a ser confirmados. Hace mil 200 años antes de este episodio que hoy celebramos, la presentación del Señor, sucedió la salida del pueblo de Israel, de su esclavitud en Egipto; en la noche anterior, por mandato de Dios, cada familia comió un cordero y con la sangre del cordero pintaron las puertas de sus casas, de modo que esa noche cayó la última plaga en Egipto, la última de 10, y en todas las casas que no estaban selladas con la sangre del cordero murió el primogénito de cada familia y el primogénito de los animales; por eso quedó en la ley de Moisés prescrito que cada primogénito en Israel tenía que ser consagrado, presentado al Señor y rescatado con la ofrenda de un par de tórtolas o dos pichones.
Obediencia y fidelidad
María y José fueron puntuales, a los 40 días de nacido el niño, al cumplir con la ley; aquí vemos en María y José obediencia y fidelidad, no cuestionaron la ley, simplemente la cumplieron; veamos pues ese ejemplo de sencillez, humildad y obediencia de María y de José.
Por otra parte, porque dos personas reconocen al niño; dice el Evangelio que el Espíritu Santo los llevó en ese momento al templo, pero por qué ellos dos, por qué no otras personas, qué méritos tenían Simeón y Ana. Ellos creían y esperaban, se supone que todo el pueblo creía y esperaba al Mesías, pero qué tanto creían, qué tanto esperaban; seguramente ese hombre y esa mujer eran extraordinarios en su fe y esperanza. Cómo sería Simeón, cuál sería su conducta que Dios le había revelado: “no vas a morir antes de que venga el Mesías”.
Él tenía esa promesa, tenemos un poquito más descrita la vida de Ana en este pasaje: de joven vivió casada 7 años, murió su esposo y cuando murió su esposo, ella se dedicó a estar en el templo; ya tenía 84 años y dice el evangelio de día y de noche servía en el templo con ayunos y con oraciones; no era cualquier mujer, era sumamente religiosa, su fe y su esperanza estaban acreditadas por toda una vida de consagración. Hoy como siempre habrá personas que les cuesta dedicar una hora a la semana para el Señor; qué gran ejemplo el de Ana. Pero, Ana en eso que hacía tenía su recompensa, así como en el pecado se lleva su penitencia, también en la virtud se lleva su premio, porque ella gozaba de estar en la presencia del Señor y servirlo con sus ayunos y oraciones; el Espíritu Santo los movió y se dejaron mover toda la vida. Esa mañana, Simeón tomó en brazos al niño y dijo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has prometido a tu pueblo, luz para alumbrar las naciones y gloria de tu pueblo, Israel. Luz, por eso entramos con luz, con velas y candelas; por eso se llama también la fiesta de la Candelaria, pero ante todo es la fiesta de la Presentación del Señor; de ahí el nombre, cada uno de ustedes que traían su vela encendida era como traer a Cristo nuestra luz; esa es la vida del cristiano: iluminar y dejarse siempre conducir por el Espíritu Santo.
Ser singulares
Hoy diez jóvenes van a recibir la Confirmación, el don del Espíritu Santo, con el compromiso de llevar la luz de Cristo donde quiera que vayan; tengamos el valor, tengamos el coraje de dejarnos conducir por el Espíritu Santo, de ser especiales, de ser singulares, como Simeón y como Ana, y perseverar toda la vida como ellos perseveraron gracias al Espíritu Santo. Si alguien ha podido perseverar, no se sienta orgulloso y se llene de soberbia, pues es gracias al Espíritu Santo; el mal que hacemos en nuestra vida es responsabilidad nuestra, el bien es por dejarnos conducir por el Espíritu, porque él nos posibilita perseverar, ser constantes en la fe, en la esperanza y en la caridad. Esos ancianos daban testimonio, tal vez los juzgaban locos, pero daban ellos testimonio a la gente que estaba reunida en el templo. Jóvenes, ustedes tampoco se cansen de testimoniar, la Confirmación es el sacramento en el que el bautizado se compromete a dar testimonio de Cristo, concluyó.
(Víctor Lara Martínez)