Yucatán

La familia terrestre de Jesucristo

Ariel Juárez García

Por muchos siglos los profetas hebreos estuvieron anunciando el nacimiento del Mesías, Jesús, como criatura humana perfecta. El papel extraordinario que desempeñaría requería que naciera de una mujer virgen. El Mesías o Cristo había de venir por medio de la línea real de David. Y fue a una mujer modesta y humilde de la línea davídica, María la hija de Helí, que Jehová Dios escogió para ser la madre de su Hijo.

Cuando el ángel Gabriel le anunció que iba a dar a luz, esta joven virgen quedó muy sorprendida, pues no había tenido “relaciones sexuales con ningún hombre”. Al enterarse de que el nacimiento sería por espíritu santo, aceptó humildemente el mensaje, diciendo: “¡Aquí está la esclava de Jehová! Que me suceda tal como has dicho” (Ver Evangelio de Lucas capítulo 1, versículos 30 al 38).

Está claro que aceptar aquella comisión le cambió la vida por completo. A medida que Jesús crecía, María iba tomando nota mentalmente de los acontecimientos de la vida de su hijo, “sacando conclusiones en su corazón” (Ver Evangelio de Lucas capítulo 2 versículos 19 y 51).

Ella era una persona espiritual y concedía un valor enorme a los sucesos y dichos que cumplían profecías. Debió de quedársele muy grabado lo que le declaró el ángel Gabriel: “Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y Jehová Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y de su reino no habrá fin” (Ver Evangelio de Lucas capítulo 1, versículos 32 y 33). Sí,... María tomó muy en serio el privilegio de ser la madre humana del Mesías.

Cuando María efectivamente llegó a estar encinta por espíritu santo, José, su prometido en matrimonio, se encontró en un dilema en cuanto a lo que debería hacer. Esto se debía a que todavía no había tenido relaciones sexuales con ella. Se tranquilizó en cuanto a sus preocupaciones por la preñez de María cuando el ángel de Jehová le reveló la realidad, al decir: “José, hijo de David, no tengas miedo de llevar a María, tu esposa, a casa, porque lo que ha sido engendrado en ella es por espíritu santo. Dará a luz un hijo, y tienes que ponerle por nombre Jesús.” (Ver Evangelio de Mateo capítulo 1, versículos 18 al 21). Después de eso, José y María se unieron en matrimonio. Pero, dice la Biblia, José “no tuvo relaciones sexuales con ella hasta que ella dio a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús.” –Ver Evangelio de Mateo capítulo 1, versículo 25.

La Biblia dice relativamente poco sobre María después del nacimiento de Jesús. Varias veces ella es mencionada con relación a él, pero no hay nada que indique que ella tuviera prominencia, autoridad o distinción entre los discípulos. El papel que María desempeñó en sus últimos años fue el de una discípula de Jesucristo, leal y humilde.

Por el cariño que le tenía a su madre María, y aun cuando estaba a punto de morir, Jesucristo encargó al apóstol Juan que cuidara de ella. –Ver Evangelio de Juan capítulo 19, versículos 26 y 27.

Con relación a José, el esposo de María y padre adoptivo de Jesús, la Biblia dice poco respecto a su humilde cometido en los primeros años de la vida de Jesús. Trabajaba de carpintero en la ciudad de Nazaret, en Galilea, y contaba con pocos recursos. (Ver Evangelio de Mateo capítulo 13, versículo 55 y el de Lucas capítulo 2, versículo 4 y 24; compárese con Levítico 12:8.) No obstante, los pocos incidentes de la vida de José que aparecen en las Escrituras muestran que siempre obedeció los mandatos de Jehová.

José crió a Jesús como si fuera su propio hijo, y por eso a Jesús lo llaman “hijo del carpintero”. José enseñó a Jesús a ser carpintero. Las personas decían respecto a Jesús: “Este es el carpintero”.

La Biblia no menciona nada sobre el punto de vista de José en cuanto a la predicación de Jesús. Puede ser que ya estuviera muerto para cuando su hijo adoptivo fue bautizado por Juan el Bautista. Indudablemente José no vivió hasta ver a Jesús fijado en el madero. Si hubiera estado vivo, no es probable que Jesús, fijado en el madero, hubiera confiado a María al cuidado del apóstol Juan. –Ver Evangelio de Juan capítulo 19, versículos 26 y 27.

Hay que tener presente que Jesús fue el hijo “primogénito” de María, pero no fue hijo único en la familia de José y María. (Ver Evangelio de Lucas capítulo 2, versículo 7).

Los que conocían a Jesús dijeron, según los citan las Santas Escrituras: “¿De dónde consiguió este hombre esta sabiduría y estas obras poderosas? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago y José y Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas con nosotros? ¿Dónde, pues, consiguió este hombre todas estas cosas?” –Ver Evangelio de Mateo capítulo 13, versículos 54 al 56.

El hecho de que Jesús –cuando tenía aproximadamente 12 años de edad– era un hijo en una familia grande, lo muestra el siguiente acontecimiento: La familia regresaba a Nazaret de la celebración de la Pascua en Jerusalén. En aquel entonces José y María no descubrieron que faltaba Jesús, sino hasta después de haber viajado por un día. Supusieron que estaba en compañía de parientes o conocidos. Si ellos sólo hubiesen tenido un niño bajo su cuidado, sería difícil imaginarse cómo pudiera haber sucedido tal cosa. –Ver Evangelio de Lucas capítulo 2, versículos 42 al 45.

Durante los primeros tres años del ministerio terrestre de Jesús, sus medio hermanos no ejercieron fe en él. (Ver Evangelio de Juan capítulo 7, versículo 5) Pero, después de su resurrección, Jesús se le había ‘aparecido a Santiago,’ evidentemente su medio hermano. Esto sin duda contribuyó a vigorizar en sus medio hermanos la convicción de que Jesús era el Mesías. Tiempo después, los medio hermanos de Jesús se reunieron con los once apóstoles fieles y otros más en una habitación superior en Jerusalén y evidentemente estuvieron entre los que recibieron el Espíritu Santo. –Ver 1ª. Carta a los Corintios capítulo 15, versículo 7 y Hechos de los apóstoles capítulo 1, versículos 14 al 26 y el capítulo 2, versículos 1 al 4.

Parece evidente que el medio hermano de Jesús fue el Santiago que escribió por inspiración la “Carta de Santiago”. (Ver Hechos de los apóstoles capítulo 12, versículo 17 y la Carta de Santiago capítulo 1, versículo 1) El Judas que escribió una carta que llegó a formar parte del canon de la Biblia probablemente era hermano de Santiago. Ninguno de estos escritores sacó partido de su relación carnal con Jesús; más bien, humildemente reconocieron que eran “esclavos de Jesucristo.” –Ver Carta de Santiago capítulo 1, versículo 1 y Carta de Judas versículo 1.

Por otra parte, vale la pena mencionar que la madre terrestre de Jesús estaba emparentada con Elisabet de la tribu de Leví y en la línea sacerdotal de Aarón. Esta Elisabet y su esposo, el sacerdote Zacarías, personas temerosas de Dios, fueron los padres de Juan el Bautista, el precursor de Jesucristo. (Ver Evangelio de Lucas capítulo 1, versículos 36 al 40). Según la tradición, la madre de María y la madre de Elisabet eran hermanas carnales pertenecientes a la tribu de Leví. Eso significaría que María y Elisabet eran primas hermanas y Juan el Bautista y Jesús eran primos segundos.

Es posible que Salomé, la esposa de Zebedeo y madre de dos de los apóstoles de Jesús, Santiago y Juan, haya sido hermana de María. Hay algún apoyo bíblico (aunque no concluyente) para este punto de vista tradicional. El Evangelio de Juan capítulo 19, versículo 25 dice: “Junto al madero de tormento de Jesús... estaban de pie su madre y la hermana de su madre; María la esposa de Clopas [Alfeo], y María Magdalena.” En el Evangelio de Mateo capítulo 27, versículo 56 y el de Marcos capítulo 15 versículo 40, se menciona a Salomé o la madre de los hijos de Zebedeo con relación al mismo incidente. Esto significaría que Santiago y Juan, aquellos fieles apóstoles de Jesús, eran primos de él.

Finalmente, la tradición alega que Jesús era primo de otro apóstol: Santiago hijo de Alfeo.

Sea que la tradición esté en lo correcto o no, entre aquellos que las Escrituras identifican definitivamente como la familia terrestre de Jesucristo, hubo hombres y mujeres de fe y devoción sobresalientes. El objetivo principal de éstos no era glorificarse, sino… honrar a Dios.