Yucatán

Los patios, solares y otros sitios de mi ciudad

Roger Aguilar Cachón

Yacente en mi hamaca sin poder patear mi pared –ya que los hamaqueros se encuentran en medio de la pieza y la pared más cercana está a casi un metro– y viendo pasar una cantidad bastante significativa de hormigas en una pared adyacente -dicen que va a llover o hacer mal tiempo- viene a mi mente y sin motivo y sin razón, una tonadita de una canción infantil “ el patio de mi casa es particular…”, y de repente me hace recordar aquellos años de mi infancia y adolescencia, cuando en mi ciudad, que también es la de ustedes, había en cada casa -o en la mayoría de ellas- patio de tamaños diferentes, que posibilitaban la recreación y el entretenimiento, así como también la producción y explotación de algunos bienes de consumo, tema que a continuación detallaré, para que mis caros y caras lectoras recuerden algunos pasajes de su vida.

Los patios de las casas de antaño -exceptuando aquellas en donde el desarrollo inmobiliario se estaba haciendo emerger en nuestra Mérida, en ellas sólo se podía contar con algunos metros para actividades específicas como lavar y poder tender la ropa- por lo general eran amplios, en donde se podían realizar algunas actividades lúdicas, de limpieza, léase lavado de ropa, la explotación avícola y la siembra de alguno que otro árbol frutal.

Les contaré a mis caros lectores que el de la tinta tuvo la ocasión de vivir y convivir en patios de diferentes dimensiones, en el caso particular de la casa del de la letra, era de regular tamaño, pero en él había una batea de cemento, en donde la mamá del de la relatoría lavaba la ropa y también el cabello de sus hijos, desde luego que cuando se contaba con pocos años, pero se recuerda el momento en que nos acostaban en ella, nos lavaban el cabello con shampú Vanart y luego nos secaban la cabeza con una toalla específicamente para esta tarea. Era de tamaño pequeño. Había también, un árbol, creo que era el único, de ciricote, cuya fruta se usaba para hacer dulces de vez en cuando y la hoja en comunión con las cenizas del anafre -que dicho sea de paso se usaba para asar el pollo los domingos o bien para lavar las batas de mi hermano que estaba estudiando Medicina- la usábamos para la limpieza de ollas y sartenes para devolverles su limpieza.

Aunque el patio donde vivió su infancia y adolescencia el de la letra era pequeño, don Chucho, el papá del mismo, nos hacía correr desde la puerta de la salida al patio hasta la barda para tener agilidad y salud, previo a la hora del desayuno. Era un patio pequeño pero servía de gimnasio, de lavandería, de cocina –por eso del asado del pollo de los domingos y cuando se agotaba el gas–, de obtención de frutos y de embellecimiento capilar.

A un lado de la casa del de la nota estaba la de mis tías, la familia Cachón-Canul, cuyo representante, don Pedro, camionero de profesión, de la línea roja, siempre se le veía con su cara adusta, aunque en los últimos años, creo por verlo viejito ya se le notaba que no era tan serio como había aparentado –aunque hay que decirles a mis lectores caros y caras, que cuando iba a tener nietos había comentado que no le gustaría que le dijeran abuelito, ya que parecería muy viejito, decía deben de decirme abuelo!-, pues les comento que la tía Blanca se dedicaba a la cría de aves de patio, producción avícola, o sea, cría de gallinas. Recuerdo que su patio era mucho más grande que el de la familia Aguilar Cachón, o sea del de la letra. El patio de la tía Blanca era más grande, tanto que daba cabida a aproximadamente tres gallineros grandes. En ocasiones participábamos en la recolección de huevos y lo aventurado era evitar que nos picara la gallina o bien que pisáramos su “gracia”, que casi siempre sucedía. Recuerdo muy bien los días de vacuna y de corte de pico, el correr para atrapar a las gallinas para que las vacunen, se les ponía una marca para que no recibieran doble dosis, y el olor que se desprendía al cortar los picos era muy característico. La familia y los vecinos de manera indirecta participaban en esta cría de aves, ya que las bolsas o bultos en donde venía el alimento Api Aba las vendía la tía Blanca para confeccionar camisas, blusas, vestidos y otra ropa más que pudiera ser usada en la casa.

El patio de las tías grandes era también de grandes dimensiones, habían árboles de naranja, de ramón y otras más que no recuerdo muy bien, pero lo que sí se mantiene en mi memoria es que cuando llegó un ciclón a la ciudad, el patio se inundó tanto que parecía que se había convertido en una gran piscina, y los primos y demás vecinos, llegaban hasta el patio, convertido en una gran oquedad de agua, para darse algunas zambullidas, combinación de basura y de tierra. Fueron días largos hasta que el agua se evaporó y la pestilencia se hizo notoria, ya que también en el fondo había una especie de excusado, cubierto con láminas para el uso cotidiano. Era casi normal que en las casas antiguas se usara el excusado. Así que imagínense caros lectores, lo peligroso que resultaba darse de zambullidas y clavados en los momentos de inundación.

Habían patios también, cuyos dueños los usaban para la explotación de sus frutos, recuerdo muy bien que en la casa del zapatero del rumbo había árboles de ramón, tamarindo y de huayas y en cada temporada se veía llegar a un señor con su carro tirado por un caballo para la recolecta de los frutos, era muy vistoso el ver sacar sacos de pita llenos de frutos ya sea de tamarindo o de huayas y desde luego los vecinos estábamos pendientes cuando se caían algunas de éstas. El ramón se cortaba y se ponía en fardos sobre la cama del carro anteriormente mencionado.

Otro de los patios que vienen a mi recuerdo es el de los tíos y primos que vivían en la calle 67 con 44 y 46, la familia Cachón Escamilla, un gran casa y un gran patio en donde mi tío Cheno (Rosendo) y la tía Rosa tenía árboles frutales y aves, en su mayoría patos. Recuerdo que cuando íbamos a visitarlos nos subíamos al techo para bajar unas uvas de mar, que de manera natural se dan en la playa, moradas con una cáscara del tipo del durazno, muy buenas. Con respecto al patio, éste se encontraba dividido por una cerca, en la primera parte estaban los patos, había una especie de lago hecho de cemento en donde los patitos y patotes se bañaban, muchos fueron los patitos que allá brotaron, pero no recuerdo ni haber probado su carne ni los huevos. Se contaba con un aljibe para la captación del agua de lluvia, que tenía una escalera para subir a él. En la segunda parte del patio había pocos árboles y era más terreno. Recuerdo los últimos años de mi tío Cheno cuando se sentaba en un tronco y se pasaba un buen rato regando los árboles.

Sin lugar a dudas habían otros patios interesantes, pero el de la nota no tuvo la oportunidad de estar en ellos, las familias eran muy reservadas a dejar entrar a vecinos del rumbo, aunque sí y antes de pasar a otra cosa, había una familia que era dueño de un puesto en el mercado grande “Lucas de Gálvez, que se llamaba “Cozumel”. Esta familia se dedicaba a criar en su terreno (patio) cochinos americanos. También era un espectáculo el ver cuando los sacaban para que fueran a ser sacrificados. Hoy día ya las autoridades sanitarias no permiten eso. Los patios también servían de manera general para la quema de papeles y desechos ya sean de baño o de uso normal.

También había un solar por la casa, es decir, un terreno bardeado en donde no había construcción alguna, el caso especial, al que se refiere el de la letra, se conocía como Xtocoy solar y estaba en la calle 65, contra esquina de la escuela Lourdes, perteneciente a la Iglesia del mismo nombre. En ese sitio, se realizaban los juegos de béisbol con los equipos del rumbo. Cada sábado o un día determinado de la semana, acudíamos a él para enfrascarnos en los juegos, es posible que ninguno de los equipos tuviera uniformes, pero lo que sí se tenía, era ganas de jugar al béisbol. No recuerdo que hubiese otro solar por el rumbo.

El de la letra recuerda dos sitios conocidos como vecindad, uno en la calle 71 con la 40 más o menos, en donde se veían pequeñas puertas, juntitas, acurrucadas unas con las otras y otra estaba ubicada en la calle 65 por la casa del pueblo y que era conocida como el quinto patio. Es muy posible que en la ciudad se hayan asentado otras más, pero en aquellos años, mi paso por las calles de la ciudad solamente me permitió conocer estas dos.

Ya entrado más allá de la adolescencia del de la tinta y con un camino y conociendo un poco más la ciudad, se recuerda, para terminar esta nota, que allá cerca de la librería Dante y en una casa de la calle 59 con 68 y 66 había una casa sui generis, era una casa conocida con el nombre del cubo rojo, ya que haciendo investigación de campo, me comentaron que era una casa de citas, y el cubo indicaba que estaba en servicios la misma. Desde luego que esta casa ya pasó a mejor vida y es posible que ya no esté habitada, pues hasta acá mis caros y caras lectoras un paseo por los patio, el solar y otras cosas más de nuestra ciudad.