Yucatán

Antes de que despunte el alba, numerosas personas arriban a la terminal aérea, pero no porque vayan a viajar, sino porque ahí está su fuente de trabajo.

Al aeropuerto acuden personas de todas las clases sociales, diversas profesiones y oficios y por los más variados motivos. La terminal recibe a funcionarios federales, estatales, empresarios, líderes sindicales y religiosos, estudiantes, deportistas, campesinos que van a laborar a Canadá, hombres y mujeres de la tercera edad que viajan a los EE.UU. con la ilusión de reencontrarse con sus hijos.

También acuden admiradores de estrellas de televisión con la esperanza de tomarse la foto con su artista favorito.

Los pasajeros llegan con anticipación para documentarse y esperar pacientemente su hora de partida, pero también hay quien llega con el rostro angustiado y con prisa, pues se le hizo tarde.

En las salas de arribo se observa a personas con letrero en mano que buscan o esperan a uno o varios viajeros que no conocen o de los que solamente tienen como referencia su nombre y/ o apellido. También van familias que van en busca del ser querido.

Cupido no falta

No puede faltar la escena romántica, en la que parejas se funden en un largo abrazo y un beso de película. Se dan casos en los que la persona amada es recibida con flores y música de mariachi.

Por su parte, los trabajadores están en lo suyo: los guardias de seguridad, pendientes del orden de la terminal; los empleados de mostrador, despachan a los viajeros; los trabajadores de limpieza recorren la terminal con implementos de higiene, listos para dejar impecable el lugar; maleteros y hombres que conducen sillas de ruedas con pasajeros de la tercera edad o gente que no puede caminar.

Los prestadores de servicio como taxistas, representantes de rentadoras de autos y empacadores de equipaje hacen su lucha para ganarse al cliente: “Taxi, señorita”, “rentamos autos”, “¿Quiere que le envolvamos su equipaje”. Son frases que a diario se escuchan; algunos de los pasajeros les contestan, otros, ensimismados, pasan de largo sin hacerles caso.

Cerca de las 8:30 horas muchos trabajadores toman su desayuno fuera de la terminal, no comen en los restaurantes del aeropuerto, pues los precios son prohibitivos para su economía. En las calles de la colonia Manuel Crescencio Rejón se ubican vendedores de comida, como Marcos, quien llega a bordo de su coche cuya cajuela sirve de barra; los clientes se acercan y ven la variedad de alimentos que ofrece, eligen y se sientan a disfrutar su desayuno.

Marcos, que tiene muchos años de vender comida en ese sitio, comenta que recibe a empleados de la comunidad aeroportuaria y a trabajadores de negocios cercanos a la terminal; varios de ellos son clientes fijos; expresa su preocupación porque a causa del coronavirus ha disminuido su venta, pues los trabajadores dependen del turismo y al disminuir la presencia de visitantes también merman sus ingresos y prefieren comer en casa.

Capitanes y sobrecargos

Los que sí consumen en los restaurantes del aeropuerto son los capitanes y sobrecargos. Por lo general acuden extranjeros, empresarios y políticos.

Además de los trabajadores contratados por empresas privadas, en la terminal también los hay de instituciones oficiales, como los agentes de la Guardia Nacional, efectivos de la Sedena, empleados del Instituto Nacional de Migración y de la Secretaría de Salud.

Todos ellos, al igual que muchos otros que se encuentran fuera de la vista del pasajero, como son controladores de torre, personal de descarga y bomberos, entre otros, son los que con su trabajo hacen posible que las personas lleguen a su destino o arriben a Mérida.

(Elena Gómez)