Tuuskeep Kasperchack
Supongo que los mexicanos en general, y los yucatecos en particular, no somos la excepción en cuanto a nuestras manifestaciones personales o sociales ante la epidemia del coronavirus que se extiende de manera inexorable por el mundo.
Por una parte, están los apocalípticos que al menor pretexto nos advierten que el fin de los tiempos está cerca, que debemos interpretar como un símbolo de ello esta pandemia y que urge convertirnos para salvar nuestra alma, que no nuestro cuerpo vulnerable y corruptible.
Por otra, figuran los relajientos que todo lo toman a broma, que cuando las autoridades recomiendan permanecer en casa la mayor parte del tiempo posible, prefieren irse a la playa o de vacaciones a otros estados pues, desde su perspectiva, se está exagerando la situación.
Unos y otros envían un mensaje equivocado a quienes los rodean: los primeros, tratan de infundir miedo y desesperanza, una emoción y un estado de ánimo que no son nada cristianos, en tanto que los segundos intentan que todos nos conduzcamos de manera irresponsable y poco solidaria, actitudes que no contribuyen en nada a la vida en sociedad.
En las redes sociales circulan infinidad de textos calamitosos, lo mismo que memes que nos provocan una risa franca.
Pero convengamos cuerdamente que ni se va a acabar el mundo ni todos vamos a morir ni tampoco esta pandemia finalizará en un festival carnavalesco. Lo sensato es extremar las medidas de higiene personal, proteger a los más vulnerables (adultos mayores, senescentes con enfermedades crónicas, personas con discapacidad y menores), no acudir a lugares concurridos y observar las otras recomendaciones del sector salud.
¿Acaso los relajientos confirman la vieja hipótesis sostenida por algunos literatos, sociólogos y antropólogos en el sentido de que los mexicanos nos reímos de la muerte?
Para nada. No conozco a ninguna sola persona que se comporte frívolamente cuando ve amenazada su existencia o la de sus seres queridos, a no ser que sufra de enajenación.
Las actitudes que vemos ahora en los primeros días de la cuarentena por el coronavirus seguramente se modificarán conforme evolucione la epidemia entre nosotros, pues no es lo mismo ver las consecuencias en países distantes a través de la prensa, TV y redes sociales que verlos de cerca en las personas que conocemos, amigos y familiares.
La sabiduría popular lo expresó de manera certera hace mucho tiempo: “Nadie experimenta en pellejo ajeno”.
Por otra parte, entre las actitudes irresponsables en medio de la epidemia, llama la atención el hecho de las compras de pánico en el que han incurrido las personas con buena capacidad económica. En unas cuantas horas desaparecieron de los anaqueles geles antibacteriales, alcohol, cloro ¡y papel sanitario! La exagerada demanda de los tres primeros artículos se podría explicar por el énfasis de las campañas institucionales en la desinfección de todo tipo de superficies, pero hasta ahora no logro entender ni nadie ha explicado de manera convincente la desaparición del cuarto.
En las últimas horas también ha comenzado a escasear el pan de molde y así seguirá aumentando la lista hasta en tanto las autoridades no salgan ante la opinión pública a garantizar el abasto. Por lo pronto, en los supermercados ya comenzó a aplicarse una especie de racionamiento al limitar a los clientes a llevarse dos o tres piezas de determinados artículos.
La desinformación es tal que incluso los locatarios y comerciantes de los mercados públicos como el Lucas de Gálvez y San Benito temen el cierre de sus fuentes de trabajo. Nadie del sector oficial les ha dicho que, en casos extremos, como los que se viven ahora mismo en España e Italia, por citar algunos, los únicos negocios que permanecen abiertos durante la emergencia son precisamente los centros de abasto y las farmacias.
En fin, que todavía nos falta mucho por ver en este México nuestro y en este Yucatán que no se parece a otro.