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Yucatán

Ariel Avilés Marín

En septiembre de 1970 inicié mis estudios en la Facultad de Jurisprudencia de la entonces Universidad de Yucatán. En ese entonces, los alumnos universitarios teníamos la facilidad de cumplir con el Servicio Militar Nacional, en el llamado Batallón Universitario. Este grupo tenía el privilegio de recibir la instrucción los sábados por la tarde en el campo deportivo aledaño a la Preparatoria No. 1, nuestro instructor era el inolvidable Teniente Contreras. Grupo de jóvenes inquietos, los estudiantes universitarios no perdíamos la oportunidad de hacer alguna broma pesada a quien estuviera a nuestro alcance. Como el grupo era muy numeroso, el Teniente Contreras tuvo la desafortunada idea de traer como asistente a un soldado raso llamado Braulio. Quién iba a decir que este noble soldado sería la víctima propicia del grupo de cadetes universitarios. Para fines prácticos, Contreras nos dividía en varios batallones, y mientras atendía personalmente a unos, Braulio se hacía cargo de los otros.

Los grupos a cargo de Braulio concebimos una forma de mortificar al buen soldado, a una señal de la “Cherna” De Lile, todos, con voz aguda y la cara hacia abajo, iniciábamos diciendo: Braulio, Braulio, Braulio, subiendo la voz en cada caso hasta llegar casi a un grito. Fuera de sí, el soldado iba por el Teniente Contreras, que nos llenaba de improperios y amenazas. Una vez más, la broma se llevó a cabo, y esta vez, Contreras perdió los estribos y gritó: “Diez vueltas a la pista a paso veloz”. Bajo el cálido Sol de la tarde, la sanción se hizo muy fuerte, y a altura de la cuarta vuelta, un cadete cayó al piso cuan larga era su humanidad, y dio con la cara al suelo, quedando inconsciente. La lesión en la cara evidenciaba la fractura del tabique nasal. Contreras gritó: “¡Quién tiene coche!” Rápidamente me ofrecí para lo que se necesitara, pues iba al servicio en el antiguo Chevrolet 49 de mi madre. Del grupo, amontonado alrededor del caído, surgió un joven rubio que dijo: “Teniente, yo soy estudiante de medicina y puedo ayudar”. El rubio y yo levantamos al herido y en mi coche nos fuimos con él a la Cruz Roja para que lo atendieran. Ese estudiante de medicina era Renán Góngora Biachi, y desde ese momento nació entre él y yo una profunda amistad que perdura hasta nuestros días.

Renán era un individuo con un profundo sentido social y humanitario, por eso siempre he pensado que haber estudiado medicina fue una decisión muy acertada en su vida. El tiempo me permitió comprobar la veracidad de esta apreciación. Nuestros encuentros fueron casuales pero muy entrañables. Ya superada la etapa estudiantil, Renán se dedicó en cuerpo y alma al ejercicio de su profesión. Una circunstancia trágica, que sacudió el final del S. XX en sus entrañas, le dio a Renán un papel protagónico que lo llevó a un primer plano en la sociedad médica yucateca, nacional y aún internacional. En 1984, se da a conocer al mundo la existencia del virus de inmunodeficiencia humana, conocido como VIH por sus siglas. Renán percibe la tremenda gravedad que esta infección de transmisión sexual puede llegar tener sobre la humanidad, y especialmente sobre la juventud. Todos los esfuerzos científicos y profesionales de Renán Góngora Biachi, se volcaron en el estudio profundo y lo más completo posible de este nuevo padecimiento que acechaba a la humanidad, y del qué, poco o nada se sabía. Asistió a cursos, seminarios, congresos, y en un lapso bastante breve, se convirtió en una de las primeras autoridades en la materia y se alistó para una lucha, titánica y desigual, en la que estaba en juego la vida de una enorme cantidad de seres humanos de todas las clases sociales, de todos los niveles económicos, pues este flagelo no hacía distinciones de ninguna clase.

Renán inicia una campaña periodística en la que da el campanillazo. Conocer, es necesario, indispensable, para prevenir, y esa fue la tónica que alentó la campaña de difusión de Renán. Recuerdo muy bien que causó escándalo cuando en sus artículos llamó al VIH y al SIDA, “El Quinto Jinete del Apocalipsis”. Un aluvión de artículos y opiniones en su contra se desataron como una tormenta violenta; las más virulentas y soeces, las de los más reaccionarios y conservadores que hicieron burla y escarnio de las advertencias médicas de Renán, fundamentadas en los más recientes avances de la ciencia médica del mundo. Le llamaron con los calificativos más deleznables, lo pusieron en el plano de un agorero funesto, de un profeta de tinieblas. Todo esto, Renán lo sobrellevó erguido, con la mayor de las enterezas, sabiendo que la verdad de la ciencia estaba de su lado. El tiempo ha demostrado cuánta razón le asistía; haber desoído en su momento sus consejos y señalamientos nos ha costado ser el estado con uno de los más altos índices de VIH y SIDA, y las cifras siguen subiendo, y todavía hay quienes se siguen oponiendo a una educación sexual completa y amplia.

Su labor en la lucha contra el VIH y el SIDA bastarían para que su nombre se inscriba entre los más distinguidos apóstoles de la medicina, lo cual, hay que decirlo, le valió en vida un reconocimiento más allá de nuestras fronteras; o quizá lo más triste, más allá que acá. Bien dice el proverbio: “Nadie es profeta en su tierra”.

Otra importante faceta en la vida de Renán Góngora Biachi lo fue su entusiasmo y amor por la investigación historiográfica que lo llevó a ser un gran cronista. La historia de su amada Valladolid fue recreada en sus acuciosas investigaciones, que mucho aportaron para enriquecer la historia de nuestro estado también. Precisamente nuestro último encuentro se dio en la ciudad de Motul, en febrero del año pasado. Como parte de las festividades del aniversario de la erección de Motul en ciudad, el alcalde Roger Aguilar Arroyo convocó a una reunión de cronistas de todas las poblaciones, de arte, de deportes y de otros órdenes más. El magno encuentro fue presidido por Renán y fue una jornada inolvidable de trabajo. Al ser clausurada la sesión me acerqué a la mesa y nos saludamos con un fuerte y cariñoso abrazo, como toda la vida. ¡Quién me diría que esta sería la última vez que nos veríamos!

La amistad es algo que trasciende en el tiempo y el espacio, y nada tiene que ver con la muerte. Renán Góngora Biachi es mi amigo desde hace cincuenta años. ¡Lo será siempre!

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